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Catalunya: la oscuridad

Con tanto bullicio de alegres jubilados, acabas en la cafetería del AVE. En la sinuosa barra me topo con periódicos capitalinos. La unanimidad es preocupante y compacta, no hay sitio para la disidencia, todos contra la calamidad del separatismo, manifiestos, firmas, la amenaza aglutina; igual habría pasado si la velocidad me trajera allende el Ebro. Unanimidad en lo suyo en ambas orillas, imposible disentir.

Estamos en un tiempo polar y también lanar, por ideología o por salvar el futuro precario que acaba con el  más pintado. Es el tiempo de la mediocridad del pensamiento. Si acaso, irrumpe en el debate la reclamación o la acusación y señalamiento de equidistancia. Yo no me declaro equidistante, reclamo ser distante de los unos y de los otros, es mi libertad; soy distante de todos pero cercano e involucrado en la defensa de las libertades y la democracia. Las libertades están en peligro, la primera la libertad de expresión. Sin ella, el ejercicio de las demás libertades es una quimera. Así lo supieron, y a ello dedicaron sus vidas,  los primeros demócratas de las dos orillas del Atlántico cuando aquí lo más original que se nos ocurría eran golpes tras golpes, espadones con fusiles y crucifijos, contra todo aquel que propusiera algo de libertad.

Si no estás con uno de los dos te machacan, tiempos de invierno nuclear, oscuridad construida con las cenizas de panfletos, nóminas debidas o soñadas, artículos escritos o radiados  de ocasión, editoriales forzosas o meritorias, demoscopias de cámara, leyes aceleradas, fiscales dicharacheros, argumentarios de hambre  y dependencia de lo que sea, precariedad material, sin duda, la que esclaviza la libertad. 

No, entre el camino pedestre a la independencia y el rupestre a la unidad, no me da la gana de estar con nadie.

Permíteme, querido paisano y vecino -de la calle Sol a Dueñas- que me acuerde de ti. Si, tú, Chaves Nogales, nunca polar ni equidistante, solo periodista honesto y demócrata cabal, de los pies a la cabeza.

No hay luz por mucho que la busco: unos son oscuros de por sí, otros están escondidos en la penumbra, al liquindoi. Me voy, virtualmente, a Escocia.

En enero de 2012, el secretario de Estado para Escocia, Michael Moore, con la sanción de Cameron y Clegg, primer y viceprimer ministros del Reino Unido, remitió al Parlamento británico un documento: El futuro constitucional de Escocia.

El Gobierno escocés había reconocido en 2007 que sus poderes estaban constitucionalmente limitados y no podían convocar legalmente un referéndum para la independencia de Escocia. Ahí podía haber terminado la cuestión, pero no. El febrero de 2010, el Gobierno escocés se dirigió al británico con una declaración de interés para la celebración de  un referéndum de independencia, volviendo a reconocer sus limitaciones constitucionales. ¿Se acabó el asunto ante tal demostración de sinceridad y honestidad política? No.

Las propuestas del Parlamento escocés no tenían amparo legal, no por la  aplicación   de legislaciones antiguas, Acta de Unión de 1707, sino por  la Ley de Devolución de poderes a Escocia de 1998 (Scotland Act). El Gobierno británico contestó  que eran materias reservadas al Parlamento británico y constató que, en caso de litigio, los tribunales no darían la razón a los escoceses. ¿Pero se quedó  ahí el asunto? Tampoco.

El Gobierno británico pensó que no era bueno que un asunto de esta  naturaleza se resolviera en los tribunales, era un asunto político, y reconocía que el Partido Nacionalista Escocés había comparecido electoralmente con la promesa de un referéndum en las elecciones de 2011, recibiendo un apoyo mayoritario y significativo con los deseos de los escoceses. Pero ¿cómo resolvieron la endiablada situación?

Con el arte de la política. El  Gobierno británico llevó su propuesta al Parlamento británico, competente en la materia, según reconocían ambas partes, el cual dispuso un marco legal adecuado, justo y leal, para que los escoceses pudieran en referéndum decidir si querían o no continuar en el Reino Unido.

El resultado es sabido, los escoceses decidieron en libertad. Ninguna de las partes, ni vencedores ni vencidos resultó fatalmente dañada, y la democracia británica quedo ciertamente  fortalecida, a pesar de lo complicado y difícil del momento.

Eso no ha pasado en España. Obviamente, algunos se han encargado que no haya luz, hemos perdido muchos años, la falta de cultura política, la mezquindad político electoral y la irresponsabilidad se ha instalado en la política española de ambas orillas del Ebro, y ahora la democracia española está seriamente comprometida.

Chaves Nogales escribió sobre Catalunya, la republicana, de la que fue testigo privilegiado. Decía que “el separatismo es una substancia que se utiliza en los laboratorios de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los laboratorios de Catalunya como aglutinante de las clases conservadoras”. Para sus privilegios económicos. Reconocía que no hay más fervor ni entusiasmo popular con el  soberanismo en ninguna parte del Estado como en Catalunya.

Al final, reconocía: “si las izquierdas no querían lanzarse a una aventura revolucionaria ¿por qué lo intentaron?, si las derechas no pretendían acabar con el régimen autonómico ¿por qué fueron contra él?” Muy actual.

Al final, unos y otros “se comerán el sapo”, al cincuenta por ciento, “en Catalunya no pasará nada, hay un sentido conservador que se impondrá fatalmente”.

Lo decía mi paisano y vecino, porque le daba la gana, porque era libre, sin argumentarios,  ni guión, ni recados vicepresidenciales, porque no le daba la  “republicanísima” gana de  estar con el uno o con el otro. Murió en Londres, en el exilio, por supuesto.

Con tanto bullicio de alegres jubilados, acabas en la cafetería del AVE. En la sinuosa barra me topo con periódicos capitalinos. La unanimidad es preocupante y compacta, no hay sitio para la disidencia, todos contra la calamidad del separatismo, manifiestos, firmas, la amenaza aglutina; igual habría pasado si la velocidad me trajera allende el Ebro. Unanimidad en lo suyo en ambas orillas, imposible disentir.

Estamos en un tiempo polar y también lanar, por ideología o por salvar el futuro precario que acaba con el  más pintado. Es el tiempo de la mediocridad del pensamiento. Si acaso, irrumpe en el debate la reclamación o la acusación y señalamiento de equidistancia. Yo no me declaro equidistante, reclamo ser distante de los unos y de los otros, es mi libertad; soy distante de todos pero cercano e involucrado en la defensa de las libertades y la democracia. Las libertades están en peligro, la primera la libertad de expresión. Sin ella, el ejercicio de las demás libertades es una quimera. Así lo supieron, y a ello dedicaron sus vidas,  los primeros demócratas de las dos orillas del Atlántico cuando aquí lo más original que se nos ocurría eran golpes tras golpes, espadones con fusiles y crucifijos, contra todo aquel que propusiera algo de libertad.