El corazón Invisible de Málaga

Quiero una ciudad con corazón, una ciudad con alma, una ciudad en la que aún tenga sentido la vida, una ciudad que sea el reflejo de quienes la habitan ni más ni menos que como su propia casa. En mi ciudad hay espacio para la felicidad, porque uno sabe que la felicidad solo se construye en comunidad. ¿La recordáis? ¿Recordáis la ciudad feliz? Ellos no, porque ni siquiera saben que en esa ciudad hay espacios para el encuentro, para componernos con los demás, para resguardarnos frente a la miseria, material, sí, pero también la miseria de espíritu de aquellos que se dicen gobernantes. Son esos que solo entienden la propiedad como rapiña; esos que no entienden que la propiedad, y más si es municipal, constituye una oportunidad de cuidar su posesión para ponerla el servicio del común.

Y Málaga está gobernado por el partido de la tristeza, por el partido sin alma ni corazón. Su alcalde ha dejado el centro histórico sin memoria y gestiona la ciudad como quien lleva una cartera de acciones bursátiles: la provincia de Málaga es ya la segunda en todo el país donde mayor esfuerzo se dedica a la compra de una vivienda. Ni siquiera hay alquileres para compensarlo. Nos desplazan, nos expulsan, nos tratan como mercancía sobrante para hacer hueco a las hordas que desembarcan en cruceros, a los inversores inmobiliarios que ven en cada edificio un negocio a costa de destruir vidas, a los nómadas digitales que ni siquiera tributan aquí. Al gestor de toda esa miseria le da igual, mientras confunda la alegría de su ciudad con las borracheras de despedidas de solteros, con terrazas abarrotadas de esos turistas escandalosos que dejan beneficios tras de sí, pero únicamente para los de siempre. Málaga es hoy una ciudad especulativa, el reino del capitalismo financiero en el que su señor absoluto, Paco de la Torre, ya solo sueña con dejar una herencia faraónica: un rascacielos que destroce la bahía, porque en su cabeza la sequía y el cambio climático son solo un estorbo para su megalomanía, y por eso también quiere más ladrillo y ladrillo en el que podría ser el único pulmón verdadero de la ciudad. En su cabeza, Málaga es el escenario de su propio lucimiento, y no cejará hasta que algún evento internacional, de esos que una y otra vez se le frustran, convierta de nuevo el municipio en una feria de vanidades.

¿Lo habrá entendido? ¿Habrá entendido que, si el corazón deja de latir el corazón, la vida se detiene?

Por todo eso odia La Invisible, porque forma parte del corazón que aún late en medio de su ofensiva neoliberal. Por eso, en su desesperación, sin argumentos ya de ningún tipo, no le queda más que recurrir a la mentira y la violencia. Sin razones ni motivos, De la Torre amenaza, a través de sus cachorros de la Junta de Gobierno, con un desalojo por la fuerza. Por eso, confundido en su cesarismo, lleva meses enviando a La Invisible a agentes de la policía local para que de manera irregular actúen, hostiguen e intimiden a sus usuarios. La ciudad es mía, debe pensar en su desvarío.

Este sábado volvió a ver, si es que su borrachera de poder se lo permite, cuánto se equivoca. Miles de personas, desbordantes de esa alegría que él jamás sentirá, recorrieron las calles de la ciudad que pretende aniquilar. Málaga se lo volvió a demostrar, porque hace años que lo olvidó, que pese a su política de aniquilación sigue teniendo alma y corazón. Y que la Invisible es parte de ello. ¿Lo habrá entendido? ¿Habrá entendido que, si el corazón deja de latir el corazón, la vida se detiene? A este mercader sin escrúpulos le hemos recordado que para matar a esta ciudad le van a hacer falta muchas balas.

En su mano está dispararlas. Esa, y no otra, sería su herencia política.