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Cuando despertó, la Ley Mordaza seguía allí
Este último sábado, el antropólogo Isidoro Moreno rejuveneció. Ya no tiene la misma edad de cuando viajaba a alfabetizar a los gallegos o cuando le confundieron con Felipe González, alias Isidoro, al asaltar los cielos del PSOE en Suresnes. Pero, por un rato, probablemente volvió a sentir aquel canguelo atávico de quienes supieron, en sus propias carnes, que cuando alguien llamaba a la puerta a las seis de la madrugada no era el lechero sino la policía.
Finalizaba, 18 de mayo de 2024, una manifestación sevillana de apoyo al pueblo palestino que ya no vive en Gaza sino que muere allí a mansalva. Caía el sol de justicia primaveral de las 13,30 horas y él estaba a la sombra, distinta a la de los seis meses de cárcel a los que fue condenado por el tardofranquismo aunque le cambiaran luego la trena por una sanción de 60.000 pesetas. A la sombra de Las Setas, quiero decir, porque quizá le caían los chorros de sudor como si anduviera bajo el capirote de la Cofradía de los Negritos cualquiera de esos jueves santos en que no llueve a mares sino que los nazarenos están a punto de pillar una alferecía.
Entonces, vino un guardia y mandó a parar. Lo que hace mucho fue un gris y luego, un madero. La pasma, para entendernos, en pleno uso de sus funciones físicas y procedimentales. Y le soltó, a él y a otros subversivos, lo que siempre suele decir Torrente: “Circulen”. Que tapaban una vía de evacuación, cuando lo que en realidad pretendían era abrir otra, la del paso de Rafah, para que puedan pasar los víveres necesarios para intentar evitar que los gazatíes no sólo puedan morir por bombas sino también por hambre.
Y el Carbono 14 de Isidoro Moreno, que está jubilado de todo pero no está jubilado de nada, se negó a circular. Entonces, más o menos, fue cuando se le reclamó, como en aquel eterno cantable de Los Chanclas, la documentación y los papeles del camión. Como al nacional no le valía el carné del Imserso del catedrático, el susodicho terminó por darle el DNI, que el agente le requisó durante largo rato como si fuera un pasaporte para impedirle el derecho al exilio, que es el más utilizado desde siempre por la heterodoxia española.
Me figuro que, allí, no demasiado lejos de la Escuela de Bellas Artes donde --antaño-- los progres de las trenkas tiraban garbanzos a los cascos de los caballos de la policía montada de Gobernación, se le vino un flashback, un deja vu, o sea, la misma murga de siempre, un qué vuelve a hacer un chico como yo en un país como este.
El policía lucía uniforme azul, modelo Ministerio del Interior, y una pulsera de tela con la bandera constitucional adornada con un lazo de Vox
El policía lucía modelo clásico Ministerio del Interior, uniforme azul, polo con botones falsos y placa de plásticos inyectado con el número de identificación personal colgado mediante belcro, pantalón con bolsillos de pernera y botas tipo rapero camino de Andorra. Completaba el atavío, eso sí, con una pulsera de tela con la bandera constitucional que, a falta de aguilucho, desentonaba con una cinta del partido político Vox; que quizá llevaba puesta por si no le daba tiempo a cambiarse al acabar su turno para coger un Ave camino del mitin del Palacio de Vistalegre por si ojalá pudiera hacerse un selfie con Javier Milei y Santiago Abascal.
Lo cierto es que el funcionario de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, le endosó un autógrafo a Isidoro Moreno, histórico secretario general del Partido del Trabajo de España, cofrade, arbonaido de la plataforma Andalucía Viva, autor de algunos de los estudios antropológicos más brillantes de las últimas décadas, analista de la actualidad y activista por los derechos humanos.
Se trataba de una denuncia “por desobedecer a un agente de la policía Nacional”, con una nota a pie de página: portaba una bandera con mástil de Palestina, lo que da una ligera idea de lo que la fuerza pública considera como delito y de la calidad sintáctica de nuestros guardianes. Seguramente, también faltó a clase cuando dieron la asignatura de “actuar, en el cumplimiento de sus funciones, con absoluta neutralidad política e imparcialidad”, en virtud del Artículo 5.1b de la Ley orgánica 2/1986, de 13 de marzo, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
También el de la bofia le dijo de todo, menos bonito. Isidoro Moreno no ha largado prenda, pero uno imagina el argumentario de la fachosfera a pleno rendimiento, aunque ignoro si le llamaría rojo de mierda o simplemente bolivariano.
Cuando Isidoro Moreno despertó, el dinosaurio de la Ley Mordaza, seguía allí. La Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de Protección de Seguridad Ciudadana. La de M. Rajoy, la de Jorge Fernández Díaz, los de la policía patriótica. Promulgada en el otoño de 2014, diez años hará pronto, y que ni el actual Gobierno ni sus socios de investidura han sido capaces de derogar.
El octogenario autor de “La identidad de Andalucía” o “La Semana Santa en Sevilla” ha sido víctima de una legislación autocrática y no tan anacrónica
No sólo el ya octogenario autor de “La identidad de Andalucía” o “La Semana Santa en Sevilla” ha sido víctima de esta legislación autocrática y no tan anacrónica cuando ese tipo de conductas oficiales está creciendo a porrillo. Desde la Revista Mongolia a Pablo Hasel, desde el fotoperiodista Javier Bauluz a las mujeres prostituidas forman parte de los miles de damnificados bajo este severo rastro del franquismo en la España constitucional.
Tan sólo dos años después de promulgarla, había ya 197.947 sancionados por el Ministerio del Interior, según un informe de Amnistía Internacional, que nos sigue sacando los colores por tamaña tropelía. Según los datos de entonces, la sexta parte de esas infracciones, unas 34.000, están relacionadas con los derechos de reunión, información y expresión; otras 12.000 tienen su origen en actos de desobediencia no delictiva a miembros de las fuerzas de seguridad o negativas a identificarse, muchos de ellos realizados en manifestaciones y concentraciones, y más de 19.500 proceden de supuestas “faltas de respeto o de consideración” a agentes.
La mayor parte de las multas, hasta un 77 por ciento de las mismas, obedecían entonces al consumo y tenencia de drogas en espacios públicos y en la posesión o uso de armas blancas en esos mismos espacios. ¿Cómo se pueden mezclar churras y merinas bajo un mismo paraguas de ilegalidad? La Ley Mordaza no es sólo una quincalla opresiva del pasado sino una manifiesta estupidez del legislador, que los otros poderes siguen aplicando sin que se les mueva una ceja o se les conmueva el principio de democracia.
El primer encausado por la Ley, apenas unos meses después de hacerla efectiva fue un licenciado en historia y agente comercial, Eduardo Díaz, que tenía 27 años en 2015 y al que empuraron por un comentario de Facebook en relación a la policía de Güimar. Esta era la prueba de cargo de su delito: “La Policía de Güímar, que rescata pichones y a gente atrapada en los baños, pasará a tener unas instalaciones más grandes que las de la Guardia Civil. ¡Cracks! (...) Por cierto, ¿para cambiar la función de un edificio público no hace falta un expediente? (las tonterías de la Administración) ¿Ya lo tienen? (...) Lo mejor para controlar a una casta de escaqueados, bien acomodados en convenios y estatutos, es alejarlos del centro de poder”.
Hasta diciembre de 2022, el balance oficial, con cifras del ministerio del Interior que excluían a Cataluña, País Vasco y Navarra con sus respectivos cuerpos policiales, arrojaba la imposición de 1.871.478 multas por su incumplimiento, con una cuantía total de 1.114.639 millones de euros.
¿Cuánto valen las libertades públicas? ¿No será capaz este Gobierno de abolir esta ley retrógrada antes de que lleguen las huestes retrógradas a perpetuarla? Cuando se despierte la derecha extrema o la extrema derecha en La Moncloa, este dinosaurio seguirá presumiblemente ahí. Y Alberto Núñez Feijoo o Santiago Abascal se le acercarán y le darán una porción de azúcar, en agradecimiento por los servicios prestados. Y quizá los ministros y los parlamentarios de ahora se vean entonces como Isidoro Moreno, asediados por cualquier energúmeno de uniforme que crea que la justicia es suya y no del pueblo soberano.
Este último sábado, el antropólogo Isidoro Moreno rejuveneció. Ya no tiene la misma edad de cuando viajaba a alfabetizar a los gallegos o cuando le confundieron con Felipe González, alias Isidoro, al asaltar los cielos del PSOE en Suresnes. Pero, por un rato, probablemente volvió a sentir aquel canguelo atávico de quienes supieron, en sus propias carnes, que cuando alguien llamaba a la puerta a las seis de la madrugada no era el lechero sino la policía.
Finalizaba, 18 de mayo de 2024, una manifestación sevillana de apoyo al pueblo palestino que ya no vive en Gaza sino que muere allí a mansalva. Caía el sol de justicia primaveral de las 13,30 horas y él estaba a la sombra, distinta a la de los seis meses de cárcel a los que fue condenado por el tardofranquismo aunque le cambiaran luego la trena por una sanción de 60.000 pesetas. A la sombra de Las Setas, quiero decir, porque quizá le caían los chorros de sudor como si anduviera bajo el capirote de la Cofradía de los Negritos cualquiera de esos jueves santos en que no llueve a mares sino que los nazarenos están a punto de pillar una alferecía.