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La carambola al desnudo
Las elecciones generales del 28 de abril han tenido el efecto de un fuerte vendaval en el Gobierno de coalición de Andalucía. La ráfaga del descalabro del PP de Pablo Casado ha levantado de golpe el faldón del teatro de guiñol que suele ser la política y ha vuelto a recordar que lo que hay debajo son dos partidos que no alcanzan para componer una mayoría y se sostienen con la extrema derecha de puntal. Es cierto que se sabía, pero la realidad se olvida cuando uno se abandona a la trama de lo que le están contando y se deja llevar por la fantasía.
A la fotografía del Ejecutivo sólido, duradero y autónomo que proclamaron triunfalmente sus líderes antes de las elecciones, ahora se le descubren clarísimamente los retoques del photoshop. El armazón pelado, así expuesto, sin decorados ni artificios, proyecta una imagen de fragilidad extrema, como esos edificios desvestidos que asombrosamente quedan en pie después del paso de un huracán.
El equilibrio en el gabinete de Juan Manuel Moreno Bonilla y Juan Marín va a ser peliagudo, es mucho lo que se disputan, y el primero debe sentir ya encima el aliento del segundo. Pero las consecuencias tardarán en aparecer. Hemos saltado de una campaña a otra, y a poco más de 20 días de los comicios locales y europeos ninguna de las formaciones concernidas desvelará sus cartas ni se saldrá del tiesto. El funambulismo imposible de los socios de aquí al 26 de mayo dará sin duda mucho espectáculo.
No obstante, el paisaje devastado del desplome del PP deja al descubierto en Andalucía lo que algunos no han querido ver, obnubilados por la aureola que emana el poder. La fortaleza de Moreno Bonilla es un espejismo, siempre lo fue. En la oposición, con la displicencia de los suyos, y en la Junta, a donde llegó de potra por una azarosa alineación de los astros. En puridad, lo que ocurrió el 2 de diciembre pasado fue que Moreno encadenó otro batacazo al de 2015, de modo que los 50 escaños heredados de Arenas han menguado a 26. Casi la mitad, una marca mínima y subalterna.
La carambola que lo aupó a la presidencia ha quedado completamente al desnudo. Gobierna de rebote, con el concurso imprescindible de un partido ultra del que, para colmo, de pronto abomina el propio Casado, el mismo que hizo su campaña con la bandería del modelo andaluz y anteayer cortejaba a Abascal para ministro. No le ha importado al líder caído el destrozo que le hace a su barón territorial. Nunca fueron aliados. En las elecciones andaluzas llevó su propia caravana para despegarse y ultimar con tranquilidad los detalles de la mortaja que le tenía preparada en forma de gestora.
La estructura se derrumba
Con el nuevo volantazo al centro, a Moreno Bonilla sus compañeros de Madrid lo dejan con la brocha colgando, después de sus denodados esfuerzos para que Vox pareciera un partido cabal y razonable. Lo más grave es que carece de margen de maniobra. Si mueve ficha, sencillamente la estructura se derrumba. Sin Vox no hay Gobierno del PP y Ciudadanos en Andalucía, no le dan los números, así de claro. No tiene otra.
Marín ha asegurado que se va a encargar de instalar una especie de cápsula para proteger al Ejecutivo autonómico de la batalla que libren sus próceres en el ámbito nacional, pero me temo que a Moreno Bonilla eso no lo conduce precisamente a la calma. Muy al contrario, deber ser motivo de agitación y desasosiego. El historial del dirigente de Ciudadanos es el de un político experto en desdecirse y pegar bandazos. Antes (véase su paso por una variada gama de partidos) y después de aterrizar en las filas naranjas. Palabra de Marín.
Además, con un Albert Rivera -al que, por cierto, el andaluz obedece de manera castrense- que ha puesto la directa a la Moncloa y no ve nada más allá de sí mismo. El PP andaluz no es ya ese gran partido de mayorías con una eficaz maquinaria electoral; es la tercera fuerza, y su militancia está más desmadejada que nunca. Los alcaldes, los verdaderos baluartes de la formación conservadora, llevan meses dedicados a sus campañas unipersonales y no quieren saber más. Así está el andamiaje tras el ventarrón del 28 de abril. Al natural.
Las elecciones generales del 28 de abril han tenido el efecto de un fuerte vendaval en el Gobierno de coalición de Andalucía. La ráfaga del descalabro del PP de Pablo Casado ha levantado de golpe el faldón del teatro de guiñol que suele ser la política y ha vuelto a recordar que lo que hay debajo son dos partidos que no alcanzan para componer una mayoría y se sostienen con la extrema derecha de puntal. Es cierto que se sabía, pero la realidad se olvida cuando uno se abandona a la trama de lo que le están contando y se deja llevar por la fantasía.
A la fotografía del Ejecutivo sólido, duradero y autónomo que proclamaron triunfalmente sus líderes antes de las elecciones, ahora se le descubren clarísimamente los retoques del photoshop. El armazón pelado, así expuesto, sin decorados ni artificios, proyecta una imagen de fragilidad extrema, como esos edificios desvestidos que asombrosamente quedan en pie después del paso de un huracán.