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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Griñán viaja solo

No es el momento. Con un 36% de paro, con colas en los comedores sociales y con gente perdiendo sus casas, un partido de gobierno como es el PSOE en Andalucía no debe perder el tiempo en plantear la necesidad de cerrar el modelo territorial del Estado de las autonomías y caminar hacia un Estado federal. Porque esa necesidad es ficticia ahora. Tal vez lo sea en un futuro, ese al que el ciudadano quiere mirar pero no sin antes resolver el presente, su presente, que es muy crudo. El ciudadano quiere políticas tangibles, que se midan en puestos de trabajo, en hospitales a pleno rendimiento, en calidad asistencial a los mayores y en una buena educación para sus hijos. No quiere enredarse en debates de ideas. De estas no se come, ni con ellas se paga la hipoteca, ni se cura una gripe, ni se liquida la matrícula de la universidad.

Tampoco parece que la propuesta que Griñán quiere presentar la semana próxima en Madrid sea una solución a las tensiones territoriales. Que en lugar de comunidades se llamen estados no va a frenar las ansias independentistas ni el discurso soberanista del que los partidos nacionalistas se han nutrido electoralmente (y también algunos el bolsillo). Que se mejore el reparto de competencias y de financiación tampoco va a arreglar nada, porque es que ya no hay dinero para hacer casi nada. Y plantear una reforma de la Constitución cuando lo que domina son las intenciones recentralizadoras del Gobierno del PP, no parece posible. Entonces, ¿para qué?

Lo de Griñán puede ser un error estratégico. Vendría a confirmar lo que los sondeos de opinión arrojan cada semana: el alejamiento, si no el hastío, el aburrimiento o aborrecimiento del ciudadano de a pie de la política y de los políticos, a los que ya considera como uno de sus principales problemas (en el último estudio de CEPES-Andalucía es el segundo tras el paro).

De esto se ha dado cuenta IU. Quizás porque mantiene los pies en la calle y conoce cómo late, sabe que meterse en estos berenjenales no toca. La formación de Cayo Lara quiere revisar su modelo de federalismo (lo definió allá por 1994), reforzarlo, pero lo hará en la conferencia política que tienen programada para septiembre. Pero de ahí no saldrá. Será un epígrafe más en su ideario. Será un punto más en su programa electoral como lo ha venido siendo hasta ahora. Pero no acaparará titulares. Porque no los busca.

Así, si los que pudieran estar más cerca, IU, no lo están, los nacionalistas tampoco y el PP menos aún, en esta particular aventura federalista Griñán y el PSOE irán solos (ni siquiera el PSC les acompaña, porque defiende el derecho de los catalanes a decidir sobre la autodeterminación). Deberían esperar a tiempos mejores. Aunque aún no se sepa cuándo llegarán.

No es el momento. Con un 36% de paro, con colas en los comedores sociales y con gente perdiendo sus casas, un partido de gobierno como es el PSOE en Andalucía no debe perder el tiempo en plantear la necesidad de cerrar el modelo territorial del Estado de las autonomías y caminar hacia un Estado federal. Porque esa necesidad es ficticia ahora. Tal vez lo sea en un futuro, ese al que el ciudadano quiere mirar pero no sin antes resolver el presente, su presente, que es muy crudo. El ciudadano quiere políticas tangibles, que se midan en puestos de trabajo, en hospitales a pleno rendimiento, en calidad asistencial a los mayores y en una buena educación para sus hijos. No quiere enredarse en debates de ideas. De estas no se come, ni con ellas se paga la hipoteca, ni se cura una gripe, ni se liquida la matrícula de la universidad.

Tampoco parece que la propuesta que Griñán quiere presentar la semana próxima en Madrid sea una solución a las tensiones territoriales. Que en lugar de comunidades se llamen estados no va a frenar las ansias independentistas ni el discurso soberanista del que los partidos nacionalistas se han nutrido electoralmente (y también algunos el bolsillo). Que se mejore el reparto de competencias y de financiación tampoco va a arreglar nada, porque es que ya no hay dinero para hacer casi nada. Y plantear una reforma de la Constitución cuando lo que domina son las intenciones recentralizadoras del Gobierno del PP, no parece posible. Entonces, ¿para qué?