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Siete historias sobre pateras que a lo mejor te estás creyendo (y no debes)

Lo habrás visto en televisión, lo habrás leído, te lo habrán contado. Y volverás a verlo, leerlo y oírlo muchas veces más este verano. Sobre todo ahora que, acabado el Mundial y una vez el PP elija por fin a su líder y lideresa, comenzará la habitual sequía de noticias. Pero hay (al menos) siete cosas que algunos están diciendo sobre la llegada de inmigrantes a nuestras costas y la llamada “crisis migratoria” que a lo mejor estás creyéndote, y no deberías.

No, no hay una “avalancha” de inmigrantes. No hay una avalancha, ni una oleada, ni un tsunami africano que esté azotando las costas andaluzas. Y, por cierto, aguardo con ansia el día en el que desterremos de nuestro lenguaje expresiones que igualan la llegada de migrantes a una catástrofe natural o a la más terrible de las calamidades. Aquí la verdadera calamidad son los miles que se ahogan intentando llegar a Europa. El drama que padecen quienes lo consiguen. Las condiciones en las que permitimos que vivan millones de personas en el África más profunda. Las razones por las que no ven más alternativa que huir y jugarse la vida.

No, no estamos desbordados. Habrás oído que durante este año han llegado por mar a Andalucía casi 15.000 personas. ¿Son muchas o pocas? Muchas, si las comparamos con las cifras del año pasado (cuando llegó la mitad). No tantas, si las comparamos con las 100.000 que desembarcaron en Italia el año pasado. O el millón de refugiados sirios que tiene acogido un país pequeño como Líbano. O si recordamos las 17.000 temporeras marroquíes que los agricultores de Huelva han traído este año para la campaña de la fresa. ¿Hablaríamos de avalancha de jornaleras?

No, no son cifras inmanejables. El Gobierno de Rajoy dijo en su momento que tenía capacidad para acoger a 17.000 refugiados sirios (aunque luego no cumplió). España gestiona cada año con eficiencia la llegada de 84 millones de turistas. La “avalancha” de inmigrantes de esos últimos seis meses no llenaría el estadio Carranza un domingo, en un país de 46 millones de habitantes y una UE de 500 millones. Pongámosle perspectiva al asunto. ¿De verdad estamos ante cifras imposibles de manejar? Sólo si nos seguimos empeñando en no poner medios suficientes.

No, no nos ha cogido por sorpresa. En primer lugar, porque la llegada del buen tiempo viene cada año acompañada de un incremento de pateras. Pero, sobre todo, porque el cierre (previo pago) de la frontera de Turquía y el infierno (también de pago) de los negreros libios no deja más opción a quienes huyen de la miseria y la guerra que intentar la ruta del Estrecho. Por cierto, la más mortífera del mundo, según la Organización Mundial de Migraciones. Hace un año, distintas ONG avisaban de que cientos de miles de personas estaban saliendo de Libia camino de Marruecos. La sensación es que lo que está pasando era mucho más previsible de lo que nos cuentan. Pero no hemos querido prepararnos. Hemos dejado que los ayuntamientos carguen con un peso que no les corresponde. No hemos querido poner medios suficientes de rescate, atención y acogida, no fuera a ser que causáramos, ¿lo adivinan? el famoso efecto llamada.

Y no, lo que está pasando no es por efecto llamada del Aquarius. Quienes llegan estos días a nuestras costas salieron de sus países hace mucho tiempo. Algunos llevan años atrapados en el Norte de África soportando penalidades, a la espera de poder embarcar. La idea de que alguien está en su casa de Senegal y decide hacer la maleta y plantarse en tres días en Tánger porque se entera (¿y cómo se entera?) de que Pedro Sánchez ha abierto el puerto de Valencia a 630 refugiados, es tener muchas ganas de no entender nada. Más afortunadas pueden ser las eternas cábalas sobre si Marruecos ha decidido otra vez aflojar su vigilancia fronteriza.

No, Europa no sufre una crisis migratoria. La crisis es humanitaria y política. De hecho, en los últimos tiempos la llegada de inmigrantes irregulares a la UE no ha dejado de bajar. Y paradójicamente, crecía y engordaba otro fenómeno, el del ultranacionalismo y la xenofobia que ahora ha acabado contagiando a la política italiana (las barbas de tu vecino…). El gran problema de Europa no es la inmigración, es el fracaso creciente del proyecto europeo y el auge desbocado de quienes quieren dinamitarlo desde dentro, no desde fuera.

No, no sobran inmigrantes. Las últimas cifras de población del INE nos vuelven a alertar sobre una población española cada vez más envejecida y que sólo crece levemente gracias precisamente a la aportación de los extranjeros, que trabajan, consumen, pagan impuestos y ayudan a sostener su pensión y la mía. Además, muchos de quienes llegan a nuestro país lo hacen pensando -y bien nos lo recordó Merkel en la cumbre de la semana pasada- en viajar después a otros países europeos como Francia y Alemania. España no tiene tanto atractivo ahí fuera. Pensemos también en eso.

Lo habrás visto en televisión, lo habrás leído, te lo habrán contado. Y volverás a verlo, leerlo y oírlo muchas veces más este verano. Sobre todo ahora que, acabado el Mundial y una vez el PP elija por fin a su líder y lideresa, comenzará la habitual sequía de noticias. Pero hay (al menos) siete cosas que algunos están diciendo sobre la llegada de inmigrantes a nuestras costas y la llamada “crisis migratoria” que a lo mejor estás creyéndote, y no deberías.

No, no hay una “avalancha” de inmigrantes. No hay una avalancha, ni una oleada, ni un tsunami africano que esté azotando las costas andaluzas. Y, por cierto, aguardo con ansia el día en el que desterremos de nuestro lenguaje expresiones que igualan la llegada de migrantes a una catástrofe natural o a la más terrible de las calamidades. Aquí la verdadera calamidad son los miles que se ahogan intentando llegar a Europa. El drama que padecen quienes lo consiguen. Las condiciones en las que permitimos que vivan millones de personas en el África más profunda. Las razones por las que no ven más alternativa que huir y jugarse la vida.