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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Si los jueces no se fían entre ellos, ¿cómo nos fiamos nosotros de los jueces?

María Núñez y Mercedes Alaya

Ángela Cañal

No puede negarse. El choque de trenes entre las dos juezas del caso ERE es un material periodístico de lo más jugoso. Dos mujeres fuertes, poderosas, competitivas, con personalidades muy marcadas, decididas a apretar el pulso hasta el final para controlar una de las macrocausas judiciales más largas, manoseadas y complejas de los últimos tiempos. Un enfrentamiento cada día más público y cruento, con autos cargados de alevosía que silban como las balas en el OK Corral. Off-the-records y filtraciones cada vez más descarados y poco sutiles para torpedear a la adversaria. Un ejército de fans y detractores a cada lado, ruidosos y entregados como tertulianos del Sálvame. La venda y la fiel balanza con la que se representa a la diosa Justicia han caído: sólo quedan en pie las espadas. Todo un espectáculo, no digan que no.

Pero mientras los periodistas nos relamemos con cada detalle de este duelo, y los políticos toman indisimuladamente partido por Alaya o Núñez, Núñez o Alaya, quienes de verdad se sonríen y se frotan las manos son los grandes responsables de este monumental fraude. Si sus abogados no tenían bastante munición con una instrucción injustificablemente errática y larga, que amenaza incluso con llevar a la prescripción de algunos delitos, ahora Alaya pone en cuestión no sólo la capacidad de su sustituta, sino directamente su imparcialidad al subrayar sus supuestos vínculos de amistad con el consejero de Justicia de la Junta. Y Núñez, al otro lado del ring, desautoriza a la anterior instructora al echar por tierra varias de sus decisiones, e implicando por primera vez al Gobierno del PP en el caso.

Y, mientras tanto, a este lado de la tele, la gente normal asiste perpleja a un proceso judicial profundamente politizado. Un pleito interminable en el que las últimas sospechosas parecen estar siendo las propias juezas, acusadas una u otra, dependiendo de la emisora o el editorial de prensa, de ceder ante intereses partidistas o de haber disparado primero. Y se preguntarán, tal vez, si no serán los jueces demasiado humanos. Si quienes deben combatir la corrupción no acaban ellos mismos corrompidos por la soberbia, las envidias o las tentaciones ideológicas. Si podemos, en definitiva, confiar en una justicia que parece no confiar en sí misma.

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