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Mamíferos de salón
El “hombre” ha convertido la cultura en naturaleza y la incultura en religión, de ahí muchas de las sorpresas que nos asaltan. Y si no que se lo digan a la mujer expulsada del Corral del Carbón por dar el pecho a su bebé.
Parece que cuando, hace un par de cientos de miles de años, se miró al espejo de la conciencia lo hizo por su cara convexa, por esa que aumenta de tamaño la realidad y la hace más grande. Tanto que llegó a crear al mismo dios a su imagen y semejanza, y a lo que representaba, ese mundo “surgido de lo divino”, al no poder crearlo, lo reinterpretó para elevarlo más allá de sus ojos. Y como esos cantantes que hacen una mala versión de una gran canción, puso la música de la cultura entre el cielo y la Tierra para silbarla ante cualquier situación, y de ese modo disimular su responsabilidad individual.
Así hizo de la cultura su hábitat y le dio un significado y trascendencia a la realidad para que todo transcurriera como “dios manda”, o sea, como ellos, los hombres, decidieran. De manera que a partir de ese momento todo giró alrededor de esa visión androcéntrica: el sol, la Tierra con sus 24 horas y, por supuesto, la otra parte de la humanidad, las mujeres.
La historia es larga, pero manifestaciones de esta construcción las tenemos a diario, desde las más terribles de la violencia de género, hasta las más dulces relacionados con la maternidad vinculada a la identidad de las mujeres, que antes que parte de la especie como seres humanos iguales en sus diferencias, son reconocidas como madres, y como tales vinculadas a un hombre en un contexto doméstico, que es lo que la cultura ha decidido que deben ser las circunstancias para la maternidad.
Las mujeres quedan vinculadas a una función “trascendente” en lo humano y en lo divino a través de esa responsabilidad con la continuidad de la especie y la estirpe. Y eso hace que el cuerpo de las mujeres haya sido “sacrificado” en parte a esa función: lo es en la fisiología gestante y en su psicología maternal, y lo es en la anatomía como vía de acceso a esos objetivos e ideas.
La cultura androcéntrica ha jugado con el cuerpo de las mujeres como si fuera el barro original. Lo ha modelado para cambiar sus características conforme la sociedad del lugar y momento decidía que debía ser la belleza orientada a los hombres, con el fin de mantener el estímulo suficiente para que se cumplieran los objetivos “naturales y culturales”.
La cosificación de las mujeres
Bajo esa concepción, el cuerpo ha ido cambiando con el tiempo según las modas, y le han puesto más o menos grasa, han jugado con el cabello y con el vello, con la tonalidad de la piel y su exposición al sol, con la dilatación de las pupilas y la longitud de las pestañas, con los complementos y los suplementos… Y todo ello con el mensaje necesario para que fuera mostrado con la prudencia y la insinuación necesaria para que unas veces fuera atracción y otras provocación.
El cuerpo de las mujeres ha sido cosificado y considerado como razón para determinadas conductas, y como justificación para otras. La misma cosificación que vemos en el momento actual a través de la publicidad, de los piropos, del cine y la televisión, de las tareas y funciones consideradas “propias de mujeres”…
Dos son las grandes referencias sobre las que se produce la cosificación de las mujeres. Una es la sexualidad, presentando a las mujeres como objetos sexuales para que los hombres puedan satisfacer sus deseos de poder a través de ellas y su relación con el sexo. Y la otra es la maternidad, tanto desde el punto biológico, como de las funciones de cuidado y afecto que conlleva para el “entorno familiar”, no sólo para el bebé.
Y cada una de estas referencias ha necesitado de enganches con la realidad para hacerlas creíbles y accesibles a la interpretación que se hace desde la cultura, con independencia de que el objetivo final sea la cosificación de las mujeres en general.
La cosificación sexual se ha centrado en el espacio público y en la exposición de las mujeres con la idea de hacerlas accesibles a los deseos y fantasías de cualquier hombre, incluso de materializarlas a través de la violación y la prostitución bajo el argumento de la provocación y la aceptación de las propias mujeres, y de paso destacar el mito de su perversidad y maldad. Esta cosificación se ha basado en lo que en cada momento y lugar han sido consideradas como zonas erógenas y excitantes, de ahí que se haya partido de cubrir por completo el cuerpo con la ropa a descubrir progresivamente partes del mismo: tobillos, pantorrillas, rodillas muslos… Antebrazos, brazos, hombros, escote… Ombligo, caderas, espalda… y cada uno de estos pasos, en su momento, era considerado como una provocación o una atracción.
Por el contrario, la cosificación sobre la maternidad implica intimidad y privacidad en el seno del hogar. Y el elemento que la escenifica ha sido ha sido amamantar al bebé, puesto que el embarazo y todo lo relacionado con él, siendo el origen de la maternidad, en el fondo destaca más el hecho biológico que el cultural, que es el que da significado a partir de la familia, el marido, el hogar… y el resto de elementos. Dar el pecho es la representación cultural más destacada de la maternidad, y así ha quedado representada en el arte desde las venus paleolíticas con sus grandes senos, como la 'Venus de Willendorf', y en la conciencia. Y como tal creación, para sus autores debe quedar relegada al ámbito y circunstancias que le dan significado.
Todo depende del significado
Amamantar a un bebé en un lugar público, aunque no se muestre el pecho o el perseguido pezón, para muchos es considerado como una “falta de educación” sobre la base cultural androcéntrica, y como una especie de provocación a partir de las dos referencias que cosifican a las mujeres, especialmente cuando se produce “por capricho” de la mujer, y no por necesidad: sobre la sexual por mostrar en exceso lo que aún no ha sido permitido (salvo en determinados contextos, y no sin críticas, como sucede en la playa o en las piscinas); y sobre el maternal, por romper el con la intimidad propia del momento, y exponer ante los demás lo que sólo debe quedar para los ojos de los suyos. Es la misma “confusión” o “mezcla” que produce en quien observa la escena, mientras que hay quien mira la dulce escena del bebé tomando el pecho, otros miran el excitante e insinuante “pecho expuesto de la mujer”.
La misma sociedad que muestra el cuerpo de las mujeres para todo tipo de reclamo, y para justificar cualquier tipo de conductas, es la que esconde el hecho natural de amamantar a un bebe por ser indecoroso, maleducado, inadecuado, inoportuno… Todo depende del significado que se da a esa anatomía femenina, y ese significado se basa en cómo se ajusta o se aleja de las referencias establecidas para las funciones de las mujeres a través de sus cosificados cuerpos.
Partir de las referencias masculinas lleva a esta construcción, en ningún caso ha dependido de los que las mujeres han podido decidir en libertad. Ahora las mujeres, después de miles de años, han “tomado posesión” de su propio cuerpo para decidir con él y sobre él, y eso es algo que genera un gran desasosiego, confusión, intranquilidad, inseguridad… en muchos hombres y algunas mujeres que siguen dando significado a los hechos a través de la visión tradicional.
Lo hemos visto estos días cuando una mujer fue expulsada del Corral del Carbón, en Granada, por amamantar a su bebé, y lo vemos cuando algunas reivindicaciones feministas, bien por FEMEN o por otras mujeres, se hacen a través de su cuerpo.
Para el patriarcado la evolución cambió cuando los humanos fuimos encerrados en su cultura, a partir de ese momento hombres y mujeres dejamos de ser iguales, y como especie dejamos de ser mamíferos en la Naturaleza para pasar a ser “mamíferos de salón”.
El “hombre” ha convertido la cultura en naturaleza y la incultura en religión, de ahí muchas de las sorpresas que nos asaltan. Y si no que se lo digan a la mujer expulsada del Corral del Carbón por dar el pecho a su bebé.
Parece que cuando, hace un par de cientos de miles de años, se miró al espejo de la conciencia lo hizo por su cara convexa, por esa que aumenta de tamaño la realidad y la hace más grande. Tanto que llegó a crear al mismo dios a su imagen y semejanza, y a lo que representaba, ese mundo “surgido de lo divino”, al no poder crearlo, lo reinterpretó para elevarlo más allá de sus ojos. Y como esos cantantes que hacen una mala versión de una gran canción, puso la música de la cultura entre el cielo y la Tierra para silbarla ante cualquier situación, y de ese modo disimular su responsabilidad individual.