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De mayor seré machista
Nadie estudia para ser machista, ni para ser racista u homófobo, del mismo modo que tampoco nadie aspira a serlo. No hay quien diga, “yo de mayor quiero ser maltratador”, ni quien afirme “cuando sea grande discriminaré a personas de otra raza, creencia, diversidad sexual...”. Nada de eso sucede.
Sin embargo, aunque no haya quien estudie para ser machista, la mayoría de los hombres y mujeres lo son. Y al serlo, reproducen las ideas y valores que prevalecen en la sociedad, que a su vez determinan las identidades y comportamientos de unos y otras.
Eso es la cultura: el conocimiento orientado alrededor de una serie de valores para que las identidades huecas que portamos al nacer se vayan rellenando con los elementos que cada cultura establece como propios y adecuados, y que las conductas y comportamientos sean consecuentes. La costumbre, la tradición, la religión... pero sobre todo la educación, se encargan de culminar el proceso para que niños y niñas sean hombres y mujeres de provecho el día de mañana, y esa cultura, de la que todos formamos parte, pueda prolongarse un poco más en cada persona “culturizada”.
El resultado es claro. Sólo seremos lo que está previsto que seamos, salvo que rompamos con los mecanismos que determinan ese resultado. Y no es fácil cuando todo el engranaje funciona en el mismo sentido. Por un lado, los instrumentos de socialización pasivos (costumbre, tradición, hábitos, rutinas…) que funcionan a través de las relaciones y la exposición, hacen que sea muy difícil escapar a las pautas y normas dadas por la cultura al no dejar apenas resquicios por donde introducir otras referencias. Y si por casualidad llegan a entrar, apenas tendrán oportunidad de integrarse como parte del conocimiento, pues como si fueran guardianes del orden dado, los estereotipos invaden el aire desde los juegos, las series de televisión, la publicidad, el cine... se encargan de abortar cualquier intento de modificación.
Y por si todo ello fuera poco, por su lado, la educación actúa como mecanismo activo de refuerzo por medio de la transmisión directa de referencias dadas en nombre de una autoridad moral, bien sea el padre, la madre o algún miembro de la familia, o bien a través de la autoridad representada por el profesor o la profesora que imparte la enseñanza reglada. De ahí su gran potencial.
Bajo estas circunstancias, la única posibilidad de modificar el “mensaje” tradicional pasa por la crítica y el rechazo al contenido histórico, y por la incorporación de nuevas referencias tras un proceso de reflexión crítica. Y si se quiere conseguir que la reflexión crítica sea generalizada en la sociedad, la única posibilidad de lograrlo en un tiempo breve es a través de la transmisión directa de nuevos conocimientos por medio de la educación.
No es casualidad que los gobiernos se aferren a ella para defender sus ideas y valores, y que lo primero que hagan al llegar al poder sea adaptar el sistema educativo a “sus intereses”, antes incluso que modificar las medidas económicas y fiscales de las que tanto hablan.
Lo terrible de esta situación es que ahora se sabe que gran parte de los problemas que existen en la sociedad son debidos a la desigualdad y a toda la injusticia que genera, esa que lleva a ser machistas sin necesidad de estudiar para ello, a que muchos hombres maltraten “lo normal”, y a que muchas mujeres vean la violencia de sus parejas como parte de la relación sin tampoco haber estudiado para alcanzar esa conclusión.
Y a pesar de ser conscientes de esa realidad, la parte conservadora de la sociedad identificada con esos valores intenta perpetuarlos junto a las ideas que amparan la injusticia social que da lugar a la discriminación y violencia. Su objetivo es claro: intentar mantener su status y modelo de sociedad sin dudar en culpar de todo lo que ocurre a quien se aparta de dicho modelo. Para quien piensa así, la culpa de la violencia de género la tienen las mujeres, de la homofobia las personas homosexuales, de la xenofobia quienes vienen de otros países… El problema siempre está en lo que hacen los demás contra el orden que ellos han establecido.
Por esa razón, para esa parte de la sociedad transmitir el conocimiento que lleva a la violencia y a la discriminación es educar, y hablar de Igualdad, de erradicar la violencia de género, de convivir en paz… es “adoctrinar”. Sin duda un planteamiento muy revelador.
La educación es el principal instrumento de cambio, de eso no hay duda; pero puede ser un cambio para “seguir igual”, como ha sucedido a lo largo de la historia adaptándose a cada momento, o puede ser para introducir la Igualdad y con ella transformar la realidad para darle sentido a la Libertad, la Justicia y la Dignidad. La educación es el instrumento que introduce conocimiento y valores, y por tanto, puede ser un instrumento de cambio cuando transforma la realidad, o de “recambio”, cuando sólo reemplaza algunas piezas del entramado para adaptarlo a un nuevo escenario, pero sin modificar su sentido.
La revolución pendiente no está en las calles o avenidas. La revolución que transformará la sociedad sucederá en las aulas, pero para que eso ocurra, antes deberemos llevarla a hombros cada día por esas calles y avenidas hasta la puerta de los colegios.
Nadie estudia para ser machista, ni para ser racista u homófobo, del mismo modo que tampoco nadie aspira a serlo. No hay quien diga, “yo de mayor quiero ser maltratador”, ni quien afirme “cuando sea grande discriminaré a personas de otra raza, creencia, diversidad sexual...”. Nada de eso sucede.
Sin embargo, aunque no haya quien estudie para ser machista, la mayoría de los hombres y mujeres lo son. Y al serlo, reproducen las ideas y valores que prevalecen en la sociedad, que a su vez determinan las identidades y comportamientos de unos y otras.