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Los muertos del verano
No me gusta el verano o, precisando, no me gusta el verano en Sevilla. No soporto los 40 (y más) grados a la sombra, la bajada de tensión, el sudor, los humores y la propensión a ver muertos por todas partes: sí, como el niño de “El Sexto Sentido”, en ocasiones… veo muertos. Sobre todo en verano.
Veo muertos, por ejemplo, cada vez que ponen en televisión las imágenes de un encierro de San Fermín. Sigo sin entender que, bien empezado ya el siglo XXI, nos congratulemos de que una de nuestras cartas de presentación ante el mundo sean unos callejones atestados de gente, por el que corre despavorida una manada de toros espoleada por decenas, cientos de mozos, cuyo único afán es provocar a los astados para que estos se cabreen e intentar acto seguido librarse de una merecida cornada. Ni le veo la gracia ni me da pena cuando un toro –ejerciendo de toro- arremete contra uno de esos mozos. Se lo ha buscado: pudo elegir entre correr o no correr. El toro, no.
Tampoco termino de comprender que los reporteros de estas animaladas (y casi que no me refiero al toro), retransmitan el acontecimiento como si de un partido de fútbol se tratase, intentando imprimirle al evento con sus palabras altisonantes una emoción que, al parecer, las imágenes por sí solas ya no son capaces de transmitir.
Hablando de fútbol, también hemos visto muertos en el mundial. Primero fue la Roja y luego fue Brasil. Con respecto a esta última y, en mi opinión, pocos han sido los disturbios y los incidentes que han ocurrido en el país organizador, porque ésta vino a suponer la gota que colmaba el vaso: inversiones fallidas, ingresos fallidos, ilusiones fallidas. Mientras el país sufre carencias de primera necesidad, otros, los de siempre, se forran FIFA mediante y, para más inri, algunas infraestructuras se han desmoronado a la primera inclemencia y, para más inri todavía, su selección nacional ha sufridos la más dura de las derrotas ante la recia Alemania primero y ante la aséptica Holanda después. Me imagino que deben de estar deseando que lleguen ya las Olimpiadas. Seguro que sí…
Hablando de Alemania, a los alemanes les gusta mucho Ibiza. Precisamente en esa isla también se han visto muertos recientemente. Tras los episodios de “balconing” de los anteriores, éste año los protagonistas son por un lado las felaciones y otras prácticas de sexo en público sin pudor, usual y meramente a cambio de unas copas y por otro, la denominada droga caníbal.
Sin embargo, no están siendo los alemanes, sino los ingleses, los que se están alarmando por el comportamiento de sus conciudadanos en nuestra isla. No me extraña: las imágenes grabadas con teléfono móvil por asistentes a dichas fiestas o por consumidores de dicha droga producen vergüenza ajena y pavor. Ah, pero no hay de qué preocuparse: curiosamente, el número de reservas de vuelos y hoteles en la isla se ha incrementado notablemente con esta más que cuestionable campaña de involuntaria de publicidad. Me imagino que esto es a lo que hemos dado en llamar “turismo de calidad”. Seguro que sí…
Llámenme agorero. Llámenme pesimista. Llámenme derrotista. Pero, insisto, a mí el verano me huele mucho a muerto. En sentido figurado y con la canícula, para qué negarlo, también en el literal.
No me gusta el verano o, precisando, no me gusta el verano en Sevilla. No soporto los 40 (y más) grados a la sombra, la bajada de tensión, el sudor, los humores y la propensión a ver muertos por todas partes: sí, como el niño de “El Sexto Sentido”, en ocasiones… veo muertos. Sobre todo en verano.
Veo muertos, por ejemplo, cada vez que ponen en televisión las imágenes de un encierro de San Fermín. Sigo sin entender que, bien empezado ya el siglo XXI, nos congratulemos de que una de nuestras cartas de presentación ante el mundo sean unos callejones atestados de gente, por el que corre despavorida una manada de toros espoleada por decenas, cientos de mozos, cuyo único afán es provocar a los astados para que estos se cabreen e intentar acto seguido librarse de una merecida cornada. Ni le veo la gracia ni me da pena cuando un toro –ejerciendo de toro- arremete contra uno de esos mozos. Se lo ha buscado: pudo elegir entre correr o no correr. El toro, no.