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De eso no se habla delante de gente blanca

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El caso que estalló hace un mes sobre Errejón ha traído mucha cola y a mí me ha dado mucho que pensar. Sinceramente creo que las conversaciones que se han generado han sido posibles porque estábamos hablando de un hombre blanco, porque de lo contrario se hubiera emponzoñado con si se trataba de racismo o no, al margen de la violencia machista. Y es algo que las mujeres negras sabemos de primera mano.

Si el acoso sexual que sufre una mujer negra proviene de un hombre blanco, la situación es clara y se pueden accionar procesos tanto de protección como de denuncia. Sin embargo, si el acosador es un hombre negro, como me dijo un compañero, “es complejo”. Es complejo, porque se antepone el hecho de que sea negro al acto en sí. Es verdad que, si denuncia a un hombre negro, la repercusión social va a ser mucho más agresiva y punitivita que si fuese blanco debido al arquetipo del negro violador: si un hombre negro viola es porque es negro, si un hombre blanco viola es porque es un hombre. Pero, ¿qué hay de la víctima? También es negra y carga con la presunción de la culpa.

Un ejemplo es el de una chica marfileña que bloqueó siete teléfonos distintos de un chico beninés. La respuesta que recibió por parte de muchos es que no hiciera tanto “lío” porque le iba a meter en un problema a él y si no quería nada con él pues que le dijese directamente que no de forma tajante. Esto pasa porque la culpa era de ella, de no ser tajante.

Hay una agenda bajo el nombre del panafricanismo y de la recuperación de la identidad africana que desprecia profundamente a las mujeres, pues nuestro lugar, vidas y agendas propias como mujeres negras ha de ser en silencio (aguantando) detrás de los hombres negros, que es el orden original africano.

Y es que cuando hablaba de la cultura del silencio sutilmente abordé cómo esta se sostiene en la lealtad comunitaria, porque si quien te agrede o acosa es negro se ejerce una presión para que no se denuncie, ni formal ni informalmente. ¿Por qué?

Evidentemente, por un lado, por un machismo normalizado y naturalizado, por una misoginia específica hacia las mujeres negras, la misogynoir. Pero por otro también deviene en contextos africanos de la naturalización del silencio mediante el secretismo. Si nadie tiene que saber tus problemas, ¿cómo vas a denunciar? ¿Cómo te vas a exponer a que te señalen como la débil por no aguantar? ¿Por haberlo provocado? ¿Por no cumplir con tu deber de ser buena mujer? ¿Por haber dicho que no? ¿Por no ser justa? ¿Por traicionar tus valores y asumir las ideas europeas?

Y esa idea última, la de que los derechos de las mujeres son una cosa occidental, esconde esa misogynoir pues actualmente en el continente hay una agenda bajo el nombre del panafricanismo y de la recuperación de la identidad africana que desprecia profundamente a las mujeres, pues nuestro lugar, vidas y agendas propias como mujeres negras ha de ser en silencio (aguantando) detrás de los hombres negros, que es el orden original africano. Y luego dirán que el patriarcado llegó con la colonización europea.

Es curioso, pues esta nueva liberación del continente está borrando algo que sucede en esos contextos y que son las dinámicas de resolución de conflictos que aquí se han diluido, siendo a su vez para quienes se llaman panafricanistas en este lado del globo el argumento definitivo para quedarse de brazos cruzados, apoyar públicamente a agresores con conocimiento de los hechos (abriéndoles espacios, expulsando a las que les denunciaron), etc.

Dicen que nos leen y repiten nuestros discursos, pero ni nos leen, ni escuchan, ni entienden de lo que hablamos. A los hechos nos remitimos. Si no bajan al barro para no mancharse, aquí dentro no vamos a poder lavar los trapos sucios.

Y estando de acuerdo con Saiba Bayo con que uno de los problemas que tienen las comunidades negras en Europa es que se ven siempre desde el prisma blanco, con lo cual todo debe quedar en casa para que los blancos sigan hablando mal de nosotros. Es decir, toda esa solidaridad que emana de la africanidad o afro, que tanto citan, son palabras vacías ya que no se va a mostrar y ejecutar cuando la violencia es dentro de las comunidades.

Mientras tanto, las mujeres negras seguimos recibiendo violencia tanto si estamos en silencio como si no. Porque si las mujeres negras desconfían de las instituciones, sea por su situación administrativa o por lo que para ellas representan, tan sólo quedaría la comunidad.

Esta conversación no es nueva. Cuando nos juntamos mujeres negras siempre aparece este tema: los hombres que callaron, los que dijeron “lo siento” ya que no se iban a inmiscuir porque no era asunto suyo, los que nos amenazaron por “venderlos”, quienes nos señalaron por señalarles, quienes nos llamaron feministas, europeizadas, blancas, agentes infiltradas del PP o Vox, etc…

Ante todo esto, nosotras seguimos juntándonos y creando nuestros propios mecanismos para seguir vivas y dignamente, pues son pocos los hombres negros dispuestos a abordar esta cuestión con la importancia que merece, y menos dentro de quienes se denominan panafricanistas. Dicen que nos leen y repiten nuestros discursos, pero ni nos leen, ni escuchan, ni entienden de lo que hablamos. A los hechos nos remitimos. Si no bajan al barro para no mancharse, aquí dentro no vamos a poder lavar los trapos sucios.

Para vivir vidas dignas es urgente tomar medidas estructurales sobre el racismo y el machismo, entendiendo que en su independencia se relacionan y alimentan mutuamente. Pues, mientras que las vidas de las mujeres negras no importen dentro y fuera de las comunidades negras, las vidas negras no importarán.

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