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Ora pro nobis, mueran los caseros

Sevilla —
21 de abril de 2024 20:06 h

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Un muy asustado y joven Chaves Nogales nos cuenta la rebelión de la gente de los barrios de Sevilla contra los caseros; los sindicatos, escribe, han pedido a la gente que no paguen sus rentas. Don Manuel es portavoz en sus letras de la inquietud del momento, muy difícil; el miedo corría en las clases acomodadas durante el primer cuarto del siglo veinte por la agitación del llamado Trienio bolchevique, y no solo en el campo andaluz, las clases populares urbanas se expresaban contagiadas, estaban hartas de su miseria.

Han pasado más de cien años y, como ahora, la vivienda empezaba a no ser un incipiente sino gran negocio. No era el negocio de gente que había ahorrado sino el de grandes tenedores de corrales y propiedades -la versión urbana de los terratenientes- donde la gente humilde, los trabajadores, vivían hacinados, sin condiciones ni higiénicas ni de ninguna otra dignidad, incluida la privacidad. Pero había que echarlos no solo por rebeldes sino porque era un negocio, el negocio de la vivienda, como ahora, por lo visto; eso escuché decir a la ministra de la Vivienda.

“En el corral del Jardinillo también han sido desahuciados los vecinos…esta gente es expulsada de la ciudad, en las afueras arma sus chozas miserables, recoge sus ajuares, canta y ríe su tragedia”. Y pasada la emoción inicial: “Los amotinados enmudecen- se acaban las noches cálidas, llega la lluvia y el frío- y empiezan a rondar sus antiguos corrales clausurados” guardados por unos hombres implacables- los desokupas de hoy-, que ejercen su violencia de pago a las puertas para que no vuelvan los desahuciados y los invitan a que se vayan de la ciudad. ¿Adónde?

La gentrificación, la expulsión especulativa de la gente de sus barrios, de los trabajadores hacia las periferias desoladas, no es nada nuevo ni raro, es un negocio. En los tiempos revolucionarios que describe y teme Chaves Nogales no había Constitución social, esa de la que presumimos, que considera el derecho a la vivienda un valor. El precio de los alquileres, venta y las estrategias habitacionales las imponían los poderosos, como ahora.

El turismo, entonces privilegio de unos pocos, no condicionaba la oferta, tampoco la avidez hostelera, entonces tabernera como mucho. El negocio de los pisos turísticos no se había descubierto; se cuenta de Sommerset Maugham que cuando visitaba Sevilla para admirarse, se alojaba en el Hotel Alfonso XIII; otros viajeros románticos admirados de la belleza de la miseria, lo hicieron en las casas de los señores de la ciudad.

Ora pro nobis, las viviendas turísticas ya sobrepasan en ciertos distritos a la vivienda de los residentes, ante la inacción y la indiferencia de los dirigentes municipales, autonómicos y centrales. Pronto Málaga no será Málaga, ni Sevilla será Sevilla, serán decorados de papel cartón piedra con tiendas y restaurantes repetitivos, franquicias, todo clonado hasta el infinito. La música de sus barrios serán las ruedas de las maletas de los viajeros. Sus habitantes expulsados. 

Ora pro nobis, más de tres años después, los jóvenes andaluces han presentado una demanda colectiva contra la Junta de Andalucía por los impagos de los Bonos de Alquiler. Ora pro nobis, los fondos buitre pueden poner en la calle a familias enteras porque sus rentas ya no convienen a los fondos. Ora pro nobis, el filibusterismo del PP por cuenta de los poderosos está impidiendo la declaración de zonas tensionadas.

El negocio. “Han comenzado los desahucios, los caseros empiezan su venganza... llueve largamente sobre los colchones de paja tirados bajo la sombra de los buenos árboles”. Y a pesar de lo que sostienen en el Ministerio y la oficialidad progre, los ingresos de los caseros de hoy, sin incluir los fondos especulativos, más que duplican a los de los inquilinos precarizados. Es un buen negocio, señora ministra.

“Dos o tres días, esta mujer atormentada veló su maltratado menaje, puesto en el arroyo por la inclemencia del casero” Ora pro no nobis, una anciana, Blanca, de 78 años, es desahuciada en Barcelona porque debía 88 euros. La policía se encarga de esas cosas. 

De los rebeldes de Sevilla, sólo quedaron unos pocos resistiendo, la mayoría volvieron a las tristes habitaciones de los corrales. Con la minoría, “la fuerza pública ejerció su saludable acción”, escribe Chaves Nogales. Como ahora, señoras y señores del Gobierno progresista, como ahora, más de cien años después.

Un muy asustado y joven Chaves Nogales nos cuenta la rebelión de la gente de los barrios de Sevilla contra los caseros; los sindicatos, escribe, han pedido a la gente que no paguen sus rentas. Don Manuel es portavoz en sus letras de la inquietud del momento, muy difícil; el miedo corría en las clases acomodadas durante el primer cuarto del siglo veinte por la agitación del llamado Trienio bolchevique, y no solo en el campo andaluz, las clases populares urbanas se expresaban contagiadas, estaban hartas de su miseria.

Han pasado más de cien años y, como ahora, la vivienda empezaba a no ser un incipiente sino gran negocio. No era el negocio de gente que había ahorrado sino el de grandes tenedores de corrales y propiedades -la versión urbana de los terratenientes- donde la gente humilde, los trabajadores, vivían hacinados, sin condiciones ni higiénicas ni de ninguna otra dignidad, incluida la privacidad. Pero había que echarlos no solo por rebeldes sino porque era un negocio, el negocio de la vivienda, como ahora, por lo visto; eso escuché decir a la ministra de la Vivienda.