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#SeAcabó el machismo... pero también el racismo

27 de octubre de 2023 21:21 h

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Tecleaba yo una lista de medidas prácticas contra la desigualdad que nos penaliza a las mujeres incluso en sociedades como la nuestra, privilegiadas en el contexto global. Lo hacía porque UGT Andalucía me había invitado a sus jornadas Conectadas para debatir el martes (con transmisión en streaming) sobre Nueva cultura laboral y de corresponsabilidad con Laura Baena, de Malas madres y Yo no renuncio, y Blanca Manchón doble campeona del mundo de windsurf a quien sus patrocinadores dejaron tirada al saber de su embarazo.

Redacté las propuestas con base en mi experiencia, en la sensación de encierro, claustrofobia, de alas cortadas que he sufrido como profesional sobre todo a partir de mi triple maternidad y la lista, que incluía medidas como extender la educación pública y gratuita de 0 a 3 años o invertir en ayuda a la dependencia (pagándolo con lo recaudado de bancos, energéticas, tecnológicas y grandes fortunas), empezaba por reducir la jornada laboral y racionalizar horarios. Así que cuando llegó el martes, que casualmente fue día de Huelga General Feminista en Islandia a cuenta de la brecha salarial y, justo ese día, el PSOE y Sumar presentaron su acuerdo para reeditar la coalición de gobierno destacando la reducción de la jornada a 37,5h para que, a partir de 2026, sean 35h fui consecuente y me alegré.

Por supuesto que va un gran trecho entre lo que las leyes consignan y la realidad de la calle. Claro que habrá que ser exigentes en que la inspección laboral compruebe que la ley se cumple (para lo cual lo primero es que los inspectores laborales tengan las condiciones de trabajo que vienen reclamando). Pero sin duda es un adelanto esta reducción de la jornada tras 40 años de la jornada de 40h, un cambio que nos pone en línea con el contexto europeo (en Francia, Italia e Irlanda la jornada es de 35h, en Alemania de 34,6 h, en Noruega de 34,1h y en Austria de 33,7h).

Mi sensación sobre la discriminación laboral por ser mujer ya la reflejé en la novela de no ficción El granado de Lesbos (2019), basada en mi trabajo de reportera en la crisis humanitaria del Egeo, donde conté mi situación de periodista madre de una niña de 9 años y mellizos de 3:

Cuando Marcos y yo empezamos, dos décadas atrás, la periodista doblaba al ingeniero el sueldo y el horario. Pero, sibilino, el patriarcado capitalista cambió el rumbo que seguíamos para ponernos a cada uno en nuestro sitio. Gracias a la crisis-estafa del 2008, él ya no llegaba a casa a las tres, sino a las siete y yo, entretanto, pasé de periodista en plantilla a freelance. El término patriarcado suena rimbombante a propósito para que cueste responsabilizarlo. Pero yo lo tengo claro, del estancamiento profesional es culpable él y no mis hijos. No soy una madre arrepentida. Los niños devoran energía y tiempo, sí. Exasperan, como todos, en la convivencia. Pero la claustrofobia que ciñe la garganta, la limitación de perro atado a la caseta no me la provocan ellos que me dan tanta ternura, con quienes tanto me divierto. Sino este sistema que me ha ido empujando a lo doméstico, intentando encerrarme dentro del hogar, quitarme de en medio.

Urge acabar con la brecha salarial que en España es del 23% y que al ritmo que se recorta tardará 132 años en llegar a la paridad. Es prioritario terminar con la penalización de la maternidad que nos impone jornadas reducidas, carreras discontinuas, que a la larga derivan en peores pensiones. Los partidos progresistas deben luchar por ello. Pensar y aplicar alternativas que no pasen por recluir a niñas y niños en las escuelas en jornadas tan interminables como las de madres y padres. Y cuando lo hacen creo que nos interesa socialmente alentarles.

Contumaz error de la izquierda en el tema de la inmigración

En lo que yerran en cambio las fuerzas políticas de izquierda, con un obstinado empeño del que espero que salgan cuanto antes, es en no cambiar ya, hoy mejor que mañana, su enfoque migratorio. Porque por supuesto es intolerable que el concejal del PP en Torrox (Málaga) Salvador Escudero hable de “marcar a los migrantes como animales para controlarles” y les acuse en falso de traer el tifus lo que el gobierno canario (de coalición entre nacionalistas y el propio PP) ha desmentido. Claro que el PSOE hace bien al llevar a este edil a la fiscalía por delitos de odio y discriminación. Y desde luego que estamos ante una oleada de xenofobia, una avalancha estigmatizadora de inmigrantes disparada por el vicepresidente castellano y leonés Juan García-Gallardo (Vox) y la presidenta del PP madrileño Isabel Díaz Ayuso.

Pero la política de fronteras que está aplicando el gobierno PSOE-UP/Sumar, quien actualmente preside la UE, es también racista, también viola la igualdad entre todas las personas consagrada en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Se hace y nos hace trampas al solitario cerrando los ojos al expolio y neocolonialismo europeo que, junto a la destrucción medioambiental, impulsa y va a seguir espoleando los éxodos migratorios. Faltan la osadía y el brío antirracista equivalente al arrojo antimachista que hemos forzado las feministas.

Seguramente porque los inmigrantes, a diferencia de las mujeres, no votan, no pueden, el voto es uno de los muchos derechos que les son arrebatados cuando, una vez en España, se les obliga a subsistir en la clandestinidad y la discriminación durante años.   

Nosotras, quienes sí podemos votar, nosotras como colectivo discriminado y oprimido hasta hoy y durante siglos, estamos en las mejores condiciones para reconocer la injusticia racial, para valorar la determinación de quienes se levantan ante el destino impuesto por el opresor. Africanas y africanos en el continente y la diáspora, más allá de la imagen de impotencia bajo las mantas rojas cuando desembarcan en la que nos quedamos, lo que quieren y promueven hoy es cambiar la relación de injusticia Norte-Sur. Una lucha con la que conecta la nuestra de acabar con la inequidad Hombre-Mujer.   

La conexión se ve clara en que somos nosotras el electorado clave para frenar el neofascismo en todas partes (en España, Brasil, Polonia, en Argentina con los dedos cruzados hasta el 19N…). Por eso debemos redoblar la presión sobre el gobierno y los partidos progresistas que dicen representarnos y cortejan nuestros votos. Si les hacemos sentir que queremos una relación justa y armónica con el Sur, de convivencia, que evite el colapso al que ahora vamos, si le damos importancia al antirracismo y al antineocolonialismo, como debemos dársela a desactivar la destrucción medioambiental, entonces redirigiremos este rumbo supremacista, peligroso y fracasado que lamentablemente llevan y, por tanto, llevamos.

Tecleaba yo una lista de medidas prácticas contra la desigualdad que nos penaliza a las mujeres incluso en sociedades como la nuestra, privilegiadas en el contexto global. Lo hacía porque UGT Andalucía me había invitado a sus jornadas Conectadas para debatir el martes (con transmisión en streaming) sobre Nueva cultura laboral y de corresponsabilidad con Laura Baena, de Malas madres y Yo no renuncio, y Blanca Manchón doble campeona del mundo de windsurf a quien sus patrocinadores dejaron tirada al saber de su embarazo.

Redacté las propuestas con base en mi experiencia, en la sensación de encierro, claustrofobia, de alas cortadas que he sufrido como profesional sobre todo a partir de mi triple maternidad y la lista, que incluía medidas como extender la educación pública y gratuita de 0 a 3 años o invertir en ayuda a la dependencia (pagándolo con lo recaudado de bancos, energéticas, tecnológicas y grandes fortunas), empezaba por reducir la jornada laboral y racionalizar horarios. Así que cuando llegó el martes, que casualmente fue día de Huelga General Feminista en Islandia a cuenta de la brecha salarial y, justo ese día, el PSOE y Sumar presentaron su acuerdo para reeditar la coalición de gobierno destacando la reducción de la jornada a 37,5h para que, a partir de 2026, sean 35h fui consecuente y me alegré.