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¿Quién teme a la democracia?
En el momento en el que se escriben estas palabras, aún no ha finalizado la campaña para las elecciones europeas del domingo 9 de junio, por lo que no va a ser un análisis sobre los resultados, aunque el desánimo, la desmovilización y la fuerza que están tomando sectores antidemocráticos en alianza con otros democráticos, nos hacen preveer el resultado. Puede que estar en un festival de la democracia, con constantes convocatorias de elecciones en estos últimos años, haya generado cierta fatiga. Fatiga que se acrecienta cuando se utiliza constantemente el llamado antifacista para realizar políticas neoliberales en el mejor de los casos, o justificar políticas reaccionarias bajo el paraguas de partidos progresistas, en otros.
El contexto global en que nos encontramos de partidos situados en marcos reaccionarios y anti-derechos (fascistas, extremaderecha, derecha radical) apoyados en movimientos fundamentalistas, es algo que evidentemente preocupa. Y se pudiera considerar, desde un prisma de izquierdas, que el peligro de estos partidos es por el miedo que tienen a la democracia, tanto que su naturaleza es corromperla y destruirla. Sin embargo, no temen a la democracia sino que la odian.
Una pregunta que nos puede rondar la cabeza es la de cómo recuperar y ensanchar las políticas de base, porque sin estas las políticas institucionales siempre tenderán a ser lo más "quietistas" posible
En cambio, a otras muchas, habiendo crecido y vivido en un régimen democrático, la democracia nos asusta por lo que ha supuesto y en lo que está derivando. Ojo, que la democracia no es mala, pero en muchas ocasiones se la nombra con un halo de paz y concordia irreal en el que bajo su nombre se justifican muerte, guerra y genocidios.
En nuestra democracia, 4.227 días han pasado desde la Huelga General del 14 de noviembre de 2012, la última convocada a esa escala por parte de los grandes sindicatos de clase. Otros 3.268 días desde la entrada en vigor de la Ley Orgánica 4/2015, del 30 de marzo, sobre protección de la seguridad ciudadana, también conocida como la Ley Mordaza y que sigue sin ser derogada. 2.287 han pasado desde la huelga convocada por los movimientos feministas en aquel 8 de marzo de 2018.
1.463 días han transcurrido desde que personas y organizaciones negroafricanas y afrodescendientes organizamos movilizaciones en todo el Estado contra el racismo en el contexto de España. 718 días han pasado también desde la masacre de Melilla y desde que el presidente del Gobierno más progresista de la historia lo describiera como un trabajo bien hecho (para después rectificar). Y se protegió, junto a lo que en su momento fue Unidas Podemos (actualmente por separado como Sumar y Podemos), al ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska.
Estos ciclos políticos en los que se acrecienta la distancia entre las políticas institucionales y las políticas de base quedan demostrados con estos pequeños ejemplos de avances y retrocesos citados más arriba. Una pregunta que nos puede rondar la cabeza es la de cómo recuperar y ensanchar las políticas de base, porque sin éstas las políticas institucionales siempre tenderán a ser lo más “quietistas” posible.
No se puede abanderar la defensa de la democracia y mientras las líneas rojas sobre las migraciones sean "evanescentes"
Pero centrándonos en la relación de las izquierdas con las políticas migratorias, las propuestas desde las llamadas izquierdas, fuerzas progresistas o la etiqueta que queramos utilizar, se encuentran desde hace décadas en el marco de la derecha. Parecemos olvidar que fue el PSOE el que creó los infames CIEs, lugares cuya existencia supone una vulneración constante de derechos humanos. También han sido reiteradas las veces que se han negado a apoyar la regularización de las personas migrantes durante estos cuatro años en los que desde RegularizaciónYa se presentaba en sede parlamentaria la cuestión. O han votado a favor del nuevo Pacto de inmigración y asilo de la UE.
Como dice Moha Gerehou, “las políticas racistas y contra la migración son un pegamento indispensable de los partidos conservadores y una línea roja evanescente en los partidos progresistas”.
No se puede abanderar la defensa de la democracia mientras las líneas rojas sobre las migraciones sean “evanescentes”. Pues sin una posición y estrategia clara sobre las migraciones y contra de la vulneración de derechos en la frontera (tanto fuera como una vez dentro), ¿podemos confiar en el desarrollo de una democracia amplia que decida ser ciega a estas cuestiones? ¿O esta ceguera es la muestra de la naturaleza de esta democracia?
Porque si las necropolíticas son el corazón de la democracia, lo admito, le temo a la democracia.
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