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Tuneando a Franco
Ahora resulta que Francisco Franco era un yayoflauta que le daba por pescar y por inaugurar pantanos. A los mismos que se niegan a que sus restos sean llevados desde el panteón faraónico de Cuelgamuros a una tumba tan confortable como cualquier tumba pero sin tantos aires de grandeza, les parece bien que la democracia siga enterrada en las cunetas.
Ochenta años después de la guerra civil y cuarenta y tres después de la muerte del generalísimo, este país parece un congreso de funerarios o de arqueólogos, decidiendo eternamente qué hacemos con los restos de aquel déspota chusquero y beato que murió matando. Ya veo a los herederos de Adolf Hitler y de Benito Mussolini reclamando unas exequias imperiales para sus antepasados. ¿Otro tirano como Antonio de Oliveira y Salazar merecería un entierro piramidal como el del general patascortas en lugar del panteón familiar de un pequeño pueblo en donde reposan desde que fue depuesto por un ejército de claveles?
Era de esperar que la familia Franco se mostrara remisa a cambiar su palacete póstumo por un nicho adosado, porque tendrán que distraer a la opinión pública para que no preguntemos demasiado por el origen de su fortuna. El exilio fueron vacaciones. Los niños desaparecidos, una campaña de adopciones generosas. El NO-DO, periodismo de investigación. Están tuneando uno de los periodos más siniestros de la historia española, hasta convertirlo en un parque temático de inciensos, entorchados, sanguijuelas y meapilas.
Lo singular es que partidos supuestamente democráticos como el PP y Ciudadanos se sientan más molestos con la Ley de Memoria Histórica que con el Valle de los Caídos. Que es por las formas, dicen. Y no por el fondo. ¿O es que fondo y forma no son lo mismo en este caso? Quizá no les moleste que miles de españoles, una vez concluida la guerra civil y hasta bien entrados los 40, siguieran siendo ejecutados de forma sumarísima sin derecho a juicio ni a defensa. Exageraciones de la chusma, dirán.
Ahora, ambas formaciones pretenden fomentar una ley de la Concordia, que sólo va a provocar discordia. España no necesita, bajo ese prisma, justicia sino olvido. Queipo de Llano era un santo que limpió a Andalucía de herejes y ni los rojos se atreven a sacarlo de La Macarena. Vamos a tunear al dictador: él era guay y la guerra civil, un juego de roles en un salón manga. La posguerra, una película gore. Y la transición, serendipia pura, un cruce entre Tienes un email y Algo pasa con Mary. Nunca existieron Federico García Lorca, Miguel Hernández, Julián Grimau, Javier Verdejo, Manuel José García Caparrós, etcétera, etcétera. Molan los uniformes fachas, Celia Gámez es tan sólo vintage y larga vida a la postverdad: los trabajadores forzados eran como erasmus en prácticas.
¿Qué importancia tiene que Franco siga o no siga en su mausoleo? Quizá, si lo hubiéramos desahuciado de su túmulo cuando tendríamos que haberlo hecho, ya no existiría el delito de blasfemia por el que han ordenado detener a Willy Toledo y por el que sentaron en el banquillo a Javier Krahe. Ah, qué bonito revival de raperos en la trena y de cuentas en Suiza, ex ministros con la Legión, el poder con los santos y honores a los símbolos del Estado por parte de quienes se sienten agredidos por un puñado de lazos amarillos.
Hemos construido una democracia sobre los cimientos de El Pardo. Franco era algo así como el capitán Pescanova y doña Carmen Polo, la abuela de Cuéntame. Escarben entre los apellidos de quienes mandan en este país donde el Gobierno no puede gobernar. Es la guía telefónica de aquella España supuestamente una, grande y libre. Del glorioso alzamiento al Ibex 35. La sangre llama al dinero, eso va a misa.
Cuarenta años atrás -cuando la Constitución, ya saben-, tuvimos demasiado miedo para dejar de tener miedo. Tal vez, de haber impedido que la Ley de Amnistía beneficiara también a los verdugos; de haberle echado narices al cuarto de banderas y al ruido de sables; de haber consultado a los españoles si queríamos serlo, la libertad habría durado menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Pero quizá, quien sabe, no tendríamos que aguantar al menos a Pablo Casado y a Albert Rivera diciendo que no son franquistas por no oponerse a que Franco siga recibiendo honores y no se atrevan ni a nominarlo para que salga de la casa del gran hermano de la historia.
A los líderes del PP y de Cs deben darle repelús los muertos. Porque, como reza el verso de Manuel Alcántara, bajo tierra nadie saluda a nadie. Por eso no quieren sacar de las fosas comunes a los demócratas ni de su pompa vana al tirano. Qué quieren que les diga, pues son historias y lugares distintos, pero no veo a Angela Merkel quitándole importancia a la URSS o al Tercer Reich. Debe ser, como ellos dicen, una sectaria. Franco y los suyos constituían, en cambio, una jovial colonia de boyscouts. Sólo que su buena acción diaria consistía en un tiro de gracia. Dicho esto, comprendería perfectamente que me denuncien por delito de odio al odiar odiosamente a los que odian.
Ahora resulta que Francisco Franco era un yayoflauta que le daba por pescar y por inaugurar pantanos. A los mismos que se niegan a que sus restos sean llevados desde el panteón faraónico de Cuelgamuros a una tumba tan confortable como cualquier tumba pero sin tantos aires de grandeza, les parece bien que la democracia siga enterrada en las cunetas.
Ochenta años después de la guerra civil y cuarenta y tres después de la muerte del generalísimo, este país parece un congreso de funerarios o de arqueólogos, decidiendo eternamente qué hacemos con los restos de aquel déspota chusquero y beato que murió matando. Ya veo a los herederos de Adolf Hitler y de Benito Mussolini reclamando unas exequias imperiales para sus antepasados. ¿Otro tirano como Antonio de Oliveira y Salazar merecería un entierro piramidal como el del general patascortas en lugar del panteón familiar de un pequeño pueblo en donde reposan desde que fue depuesto por un ejército de claveles?