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El voto cautivo ya no lo es

13 de junio de 2022 21:08 h

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Una de las cosas más cansinas de las campañas electorales y de los propios comicios son las interpretaciones del significado oculto de los datos. Este lunes fue día de encuestas, CIS incluido, y el PP es el ganador en todas. Hasta ahí resulta fácil, Moreno pedalea en cabeza y descuella como favorito. Luego viene la gradación de los porcentajes: unas colocan a la marca Juanma en la mayoría absoluta (o casi) y otras apuntan a una obligada coyunda con Vox para retener San Telmo. Eso también entra en la mollera común. Lo que entraña un gran misterio es por qué, según ciertos exégetas del anunciado cambio sociológico, el antes voto cautivo (el apoyo a quien detenta el poder) de repente ya no lo es. Ahora votar a quien gobierna es síntoma de madurez.

La manida teoría del voto cautivo, que rodó durante lustros como principal justificación del fracaso crónico de la derecha en esta tierra, se ha esfumado. Hasta hace cuatro años la relación entre sufragios y enchufados estaba clarísima: el PSOE vencía una y otra vez porque había tejido una sólida (y perniciosa) red clientelar de empleados públicos y chiringuitos. Los andaluces se hallaban entonces ebrios de economía subvencionada y, como los niños, seguían al flautista de Hamelín del puño y la rosa, hechizados con el proteccionismo de unos gobiernos que pagaban las papeletas igual que los antiguos caciques. Después de cada cita con las urnas, era frecuente escuchar y leer un rosario de hirientes diatribas de un clasismo harto lacerante.

El tiempo me ha dado la razón. Con tal de hacer saltar los ejecutivos del PSOE, el PP barrió a cañonazos el crédito de Andalucía. La estrategia sostenida tres décadas no fue inocua

Sobre todo de Despeñaperros para arriba, donde gusta el arquetipo del andaluz desarrapado que se deja engañar por un trozo de pan, como los negros ignorantes de Lo que el viento se llevó a los que engatusaban los especuladores yanquis, con lo bien que estaban de esclavos. Los muchos años de frustración para el PP por la falta de alternancia –al rebasar la veintena empezaron a inquietarse– activaron inventos de autodefensa como los de la “sopa boba” y la leyenda del PER, que además de suponer una cantidad ridícula si se coteja con las ayudas a sectores en crisis (para colmo, es de competencia estatal), ha contribuido a que no se vaciaran los pueblos, uno de los problemas que trae de cabeza al país. De tanto repetirlo, en el imaginario colectivo del español lo andaluz ha acabado siendo un sinónimo de subsidio. 

Siempre pensé que, si en los tan mentados 37 años de prevalencia socialista el PP se hubiera hecho en alguna ocasión con el Gobierno, Andalucía hoy tendría mejor cartel en el resto de España, porque buena parte de esta mala reputación que últimamente ofende a quienes la fomentaron con perseverancia y ahínco deviene de una oposición hiperbólica, tremendista y negra, desfigurando la realidad para atacar al adversario. El tiempo me ha dado la razón. Con tal de hacer saltar los ejecutivos del PSOE, el PP barrió a cañonazos el crédito de Andalucía. La estrategia sostenida tres décadas no fue inocua. Porque en boca de líderes foráneos que hablan de oídas se convirtió en una rica antología de vituperios, tal que nuestros niños son analfabetos, que en la escuela se arrastran por los suelos o que tenemos un acento de chiste.

No he leído ningún análisis del recién estrenado fenómeno clientelar –que yo sepa administración y aledaños no han decrecido, sino aumentado– ni llamar estómagos agradecidos a los electores que antes apostaron por PSOE y que el 19J lo harán por 'Juanma'

El PP reclamaba la alternancia como si fuera un derecho –menos en tres o cuatro comunidades, los relevos han sido brevísimos– y, en consecuencia, como si el PSOE usurpara el poder. De hecho, cuando el comodín del PER se puso rancio, Javier Arenas acuñó un nuevo concepto, “el régimen”, en alusión, según sus palabras, a la “ocupación del PSOE de las instituciones andaluzas”. Ni mucho menos sugiero que el prejuicio hacia esta tierra sea patrimonio del PP, por aclarar. Viene de muy antiguo, lo mismo que la apropiación indebida de su identidad, adulterada en ese sucedáneo idiota y kitsch que es mayormente la imagen de España en el extranjero. Pero su aportación al espantajo que en esta nueva etapa ha de beber como un amargo cáliz ha sido decisiva.

Por eso es tan llamativa la clamorosa omisión del ejército de paniaguados que supuestamente deben de votar a los que poseen el poder para que ellos y sus familias sigan en los cargos (como ocurría antaño). He aquí un significado escondido que ha pasado inadvertido a los traductores de datos demoscópicos. No he leído ningún análisis del recién estrenado fenómeno clientelar –que yo sepa la administración y aledaños no han decrecido, sino aumentado– ni llamar estómagos agradecidos a los electores que antes apostaron por el PSOE y se supone que el domingo lo harán por Juanma, que es quien manda. Al parecer, el andaluz ya no vota mirando lo suyo, bajo el yugo analfabeto. Lo hace por convicción.

Una de las cosas más cansinas de las campañas electorales y de los propios comicios son las interpretaciones del significado oculto de los datos. Este lunes fue día de encuestas, CIS incluido, y el PP es el ganador en todas. Hasta ahí resulta fácil, Moreno pedalea en cabeza y descuella como favorito. Luego viene la gradación de los porcentajes: unas colocan a la marca Juanma en la mayoría absoluta (o casi) y otras apuntan a una obligada coyunda con Vox para retener San Telmo. Eso también entra en la mollera común. Lo que entraña un gran misterio es por qué, según ciertos exégetas del anunciado cambio sociológico, el antes voto cautivo (el apoyo a quien detenta el poder) de repente ya no lo es. Ahora votar a quien gobierna es síntoma de madurez.

La manida teoría del voto cautivo, que rodó durante lustros como principal justificación del fracaso crónico de la derecha en esta tierra, se ha esfumado. Hasta hace cuatro años la relación entre sufragios y enchufados estaba clarísima: el PSOE vencía una y otra vez porque había tejido una sólida (y perniciosa) red clientelar de empleados públicos y chiringuitos. Los andaluces se hallaban entonces ebrios de economía subvencionada y, como los niños, seguían al flautista de Hamelín del puño y la rosa, hechizados con el proteccionismo de unos gobiernos que pagaban las papeletas igual que los antiguos caciques. Después de cada cita con las urnas, era frecuente escuchar y leer un rosario de hirientes diatribas de un clasismo harto lacerante.