El 24 de febrero de 2022, Rusia inició la invasión de Ucrania. Ha pasado un año y la guerra se encuentra empantanada con incierto resultado y sin iniciativas de peso para una resolución negociada que traiga la paz. Ya lo dijimos hace un año. La invasión de Ucrania por parte de Rusia es un atropello a la legalidad internacional y el origen de una terrible situación humanitaria, al igual que lo fueron en su día las intervenciones militares de la OTAN o EE.UU.
El número de víctimas crece entre la población civil ucraniana. La destrucción de infraestructuras vitales está creando graves problemas de abastecimiento y suministro a la población. Se han producido masacres intolerables sobre civiles, denunciadas por la ONU y organizaciones como Amnistía Internacional. La situación tremenda de los millones de refugiados provocados por la guerra solo ha sido paliada en parte por la acción de acogida de la UE y diferentes países europeos, entre ellos España.
Muchos analistas dan por probados los motivos de esta agresión a Ucrania por parte de Rusia. Si es cierto que los objetivos de la invasión eran debilitar a la OTAN, subyugar a Ucrania y dividir a la UE, lo cierto es que el resultado es más bien el contrario: la OTAN se refuerza y recibe nuevas adhesiones, la Unión Europea actúa unida, aunque sea bajo el paraguas de EE.UU., y Ucrania resiste por la implicación de su población en su defensa y por la dotación de gran cantidad de armamento por los países occidentales.
La apuesta de la OTAN y la UE ha sido la de escalar en la guerra mediante el envío de armamento cada vez más sofisticado a Ucrania.
La unilateral y criminal acción de Rusia al desencadenar esta guerra podría argumentarse por el acoso creciente de la OTAN, con su expansión hacia oriente. Siendo esto cierto, nada justifica desatar una guerra de la que no se puede responsabilizar a terceros. Pero también es cierto que por parte de la OTAN-EE.UU. y de la propia UE, una vez empezado este censurable conflicto, no ha existido ninguna voluntad de paz, al igual que no la existido por parte del gobierno ruso dirigido por Putin. La apuesta de la OTAN y la UE ha sido la de escalar en la guerra mediante el envío de armamento cada vez más sofisticado a Ucrania.
Es verdad que podría argumentarse que sin ello Ucrania ya habría sucumbido a las fuerzas rusas. Es posible, pero el camino debería ser la búsqueda de la paz ausente por parte de todos los actores implicados en el conflicto, incluidas las Naciones Unidas.
No hay duda de que en buena medida la prolongación del conflicto está vinculado al control de los combustibles fósiles, que ha entrado en crisis, y al increíble negocio que supone esta carrera armamentística para el poderoso entramado industrial-militar, cuya crueldad y falta de escrúpulos es palmaria.
Por desgracia, el movimiento de rechazo a esta guerra y sus tremendas consecuencias por parte de la sociedad global está siendo extraordinariamente débil. Es inevitable comparar esta escasa movilización social con las ingentes movilizaciones contra la guerra de Irak que se produjeron hace ahora 20 años, en 2003. Y es que los factores que impulsaron aquel movimiento hoy no se dan: ni la sociedad es la misma ni las condiciones de esta guerra son similares.
Hay movilizaciones sociales en torno a múltiples temas, tanto puntuales como sostenidas en el tiempo, como últimamente la muy meritoria alrededor de la defensa de la sanidad pública. Pero la sociedad en general está bastante desmovilizada y desmotivada. Además, la realidad es mucho más compleja que entonces y en torno a esa complejidad se han producido algunos desencuentros entre diversos actores sociales.
No es suficiente un llamamiento pacifista genérico contra todas las guerras en general, que, por otra parte, tampoco visibiliza el drama de otros conflictos olvidados y en el que no se cita ni la agresión rusa ni la guerra de Ucrania.
No se percibe ya, como entonces, a un único enemigo de la paz, EE.UU. Tanto Rusia como la OTAN actúan de forma imperialista contra la paz y la legalidad internacionales, y para mucha gente el “enemigo” se difumina y ha empezado a funcionar aquello tan nefasto de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Otra mucha gente considera que es preciso armar a Ucrania hasta los dientes, y ven con simpatía la política de la OTAN-EE.UU.-UE (y de nuestro gobierno entre ellos) de alentar y mantener la confrontación.
Influye también la sensación de que ningún bando tiene nada de sincero y altruista y que priman políticas oscuras que responden a inconfesables intereses, aunque haya sido inicialmente Rusia la primera responsable de la situación a la que hemos llegado.
Así que las movilizaciones que convocaremos en el aniversario del inicio de la guerra de Ucrania serán posiblemente pocas y con escasa participación. Por todo lo anteriormente mencionado pero también por la falta de un planteamiento claro y concreto como fue aquel “No a la Guerra” de 2003. No es suficiente un llamamiento pacifista genérico contra todas las guerras en general, que, por otra parte, tampoco visibiliza el drama de otros conflictos olvidados y en el que no se cita ni la agresión rusa ni la guerra de Ucrania.
Desde la APDHA creemos que lo urgente ahora es movilizarse para exigir un alto el fuego, la retirada de las tropas invasoras y el inicio de negociaciones sin condiciones previas, que permitan crear un estatus de seguridad para todas las partes, para Ucrania por supuesto, pero también para el conjunto de Europa y Rusia.