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Antiguallas vascas para todos los pueblos de España

Marcos Quijada

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Me gustaba de pequeño hurgar en los arcones viejos de mi abuela. Aquel olor a naftalina y el chirrido de las bisagras convertían el momento en algo mágico, en la antesala de poner ante mis ojos un mundo de antiguallas y de objetos polvorientos inservibles que alguna vez habíamos usado para disfrazarnos en carnaval. Hoy, cuando leo las intervenciones de la derecha sacando del diván el tema ETA, como en todas las elecciones, no puedo evitar recordar aquel arcón viejo y polvoriento de casa de mi abuela. La derecha convierte cada cita electoral en un acto para desempolvar retratos viejos y viejas historias de ETA y convertir cada antigualla vasca en un pin en el que lucir una seña de identidad de familia de abolengo frente al resto de familias.

Es absolutamente insultante para este país que la derecha mantenga viva la realidad etarra por el simple hecho de que supuestamente le otorga un puñado de votos y, lo que es peor, lo convierta en una seña identitaria, una especie de certificado de calidad de lo español; como si los que queremos pasar página, que no olvidar, fuésemos partidarios de llevar en parihuela por la mismísima carrera de San Jerónimo a todos los fotografiados en las eriko tabernas del casco viejo de San Sebastián.

Quizás este asunto sea uno de los más claros ejemplos de cómo la derecha agita y zarandea los resortes de la convivencia del país cuando no ocupa el Gobierno. Y digo cuando no ocupa porque es bastante evidente que los gobiernos de Aznar fueron tanto o más complacientes con el llamado, por el propio Aznar, “movimiento de liberación vasco” que los diferentes gobiernos socialistas. ETA se desempolva para decirte que tú no eres español y que además defiendes a asesinos y terroristas si estás de acuerdo con los partidos que forman parte del Gobierno. La España fracturada y tensionada que quiere la derecha para su asalto al poder.

A lo mejor sería bueno indagar cuántos de los candidatos del PP y de Vox han formado parte de aquella pléyade de ultras que, cadena en mano y al grito de Viva Cristo Rey, extorsionaron, agredieron e incluso asesinaron a pobres chavales en plena Transición

La estrategia de la derecha es recurrente en elecciones: la marcada hoja de ruta de la búsqueda del voto conservador, y ahora ultra, pasa por desempolvar el ya finado terrorismo etarra y convertirlo en primer plano de actualidad como daga hacia la izquierda acusada de connivente con el terrorismo y su gente. A la derecha no le interesa el fin de ETA, ni el dolor de todas las víctimas; a la derecha le interesa ETA y su pervivencia para que el último candidato a alcalde del último pueblo de España tenga en su recámara la bala de gracia acusatoria de antiespañolismo a todo el que no piensa como él y de camino acusar al gobierno de todas esas lindezas que le escuchamos a Gamarra y a Feijóo y de las que los medios de la derecha tanto eco se hacen.

Resulta indignante soportar que cualquier militante del PP o ultra en cualquier punto de España te acuse de defender a asesinos y terroristas por el hecho de ser de izquierdas y todo lo haga bajo el postulado abstracto de la defensa de España y de lo español. ETA lo invade todo y por eso a la derecha le interesa mantenerlo vivo como caladero de votos incluso en elecciones municipales. Como le interesa el independentismo catalán o la Venezuela bolivariana.

Llegados a este punto a lo mejor sería bueno indagar cuántos de los candidatos del PP y de Vox han formado parte de aquella pléyade de ultras que, cadena en mano y al grito de Viva Cristo Rey, extorsionaron, agredieron e incluso asesinaron a pobres chavales por el simple hecho de ser de izquierdas, y a veces ni por eso, en plena Transición. A lo mejor es bueno preguntarse cómo es posible que el PP no tenga reparos en pactar con un partido cargado de esos de las cadenas o cómo es posible que los medios no se hagan eco de esa versión del nacionalismo españolista, hoy presente en las listas electorales, que tanto daño, odio y violencia generó para que la democracia no llegara a este país. A lo mejor, en esa purga electoral en la que se ha convertido la política española, sería bueno sacar una especie de carnet de buenas prácticas democráticas o carnet de pureza democrática para ver cuántos de los socios del PP, incluso algunos del PP, no cumplen con los mínimos por haber sido condenados por actos violentos o por haber formado parte de grupos ultras violentos.

O quizás lo mejor sea no hablar de nada de esto, no desempolvar antiguallas y dejar que el silencio vaya dejando en los viejos arcones momentos de nuestra historia que la inmensa mayoría del país rechaza. Pero eso a la derecha no le da votos, por tanto, olviden lo dicho, la derecha no lo hará.

Me gustaba de pequeño hurgar en los arcones viejos de mi abuela. Aquel olor a naftalina y el chirrido de las bisagras convertían el momento en algo mágico, en la antesala de poner ante mis ojos un mundo de antiguallas y de objetos polvorientos inservibles que alguna vez habíamos usado para disfrazarnos en carnaval. Hoy, cuando leo las intervenciones de la derecha sacando del diván el tema ETA, como en todas las elecciones, no puedo evitar recordar aquel arcón viejo y polvoriento de casa de mi abuela. La derecha convierte cada cita electoral en un acto para desempolvar retratos viejos y viejas historias de ETA y convertir cada antigualla vasca en un pin en el que lucir una seña de identidad de familia de abolengo frente al resto de familias.

Es absolutamente insultante para este país que la derecha mantenga viva la realidad etarra por el simple hecho de que supuestamente le otorga un puñado de votos y, lo que es peor, lo convierta en una seña identitaria, una especie de certificado de calidad de lo español; como si los que queremos pasar página, que no olvidar, fuésemos partidarios de llevar en parihuela por la mismísima carrera de San Jerónimo a todos los fotografiados en las eriko tabernas del casco viejo de San Sebastián.