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¿Comunicar a la gente o con la gente?

José Manuel Gómez Jurado

Diputado en el Parlamento andaluz de #PorAndalucía —

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Decía Rousseau que el problema de la representatividad es que uno representa aquello que no está presente, por lo que, siendo una buena forma de hacer política, siempre se tratará de un sistema con una imperfección de base.

Es demasiado habitual ver que, cada vez que hay alguna movilización popular de cualquier tipo a la que se suman partidos políticos de izquierdas, de repente, cuando aparece la prensa, quienes la protagonizan son los y las representantes de dichos partidos; quienes dan las declaraciones, describen la lucha que allí se está dando, y quienes confrontan con el gobierno y la empresa de turno.

Me siento de esa corriente política que cree firmemente que la única forma que tiene la izquierda de transformar el mundo es a través de la construcción de afectos y la dinamización de la sociedad civil que la capacite a ella misma para desbordar los límites de la representatividad y, por tanto, de la realidad política existente.

La responsabilidad del representante político para con los movimientos populares es la de facilitar las herramientas a su disposición para acabar siendo desbordado en los espacios de conflicto, y dar voz a esos conflictos allí donde no llegan, ni un paso más allá.

Esa actitud aparentemente inevitable que tomamos los representantes de pacto implícito entre medios de comunicación y políticos, mediante el cual arrancamos a los movimientos sociales la posibilidad de ser ellos mismos los que cuenten sus luchas, supone un error fatal por varios motivos.

Paulo Freire nos ayudó a entender que los oprimidos no necesitan ser explicados, no necesitan que les cuenten su situación, necesitan herramientas para contarse a sí mismos

En primer lugar, arroja la sensación de que el movimiento es débil e incapaz, pues necesita ser explicado. Paulo Freire nos ayudó a entender que los oprimidos no necesitan ser explicados, no necesitan que les cuenten su situación, necesitan herramientas para contarse a sí mismos.

En segundo lugar, retira el foco del conflicto, esto es: al ser el representante político quien hace las declaraciones, todo queda como una lucha de partidos y, por más que tengamos la razón y digamos verdades como puños, la imagen que proyectamos es la de la pelea entre partidos. Mientras que si es el propio colectivo a través de su propia representación quien hace las declaraciones, la imagen que proyecta es mucho más potente, hacia afuera y hacia adentro. 

En tercer lugar, contribuimos a la reproducción de una lógica neoliberal de la política basada en hiperliderazgos que siempre son protagonistas de lo que pasa, que parasitan y acaparan el conflicto para sustraer la mucha o poca fuerza, o el mucho o poco recorrido que eso tenga. Con esto, lo único que se consigue es arrancar las posibles energías utópicas que el movimiento genere.

Existen claros ejemplos de movimientos sociales que se han mostrado reacios a este tipo de inmersión de representantes políticos dentro de su estructura (que no es lo mismo que negar la participación o la colaboración, por supuesto necesaria). Movimientos como Stop Desahucios, que ahora por desgracia está volviendo a tener un papel relevante derivado de la situación actual y futura de la vivienda, contiene en su ADN una lógica horizontal, con todos los defectos que eso pueda contener, que hace que cada vez que existe un desahucio o una negociación con una sucursal bancaria, sean las propias personas afectadas quienes cuenten a la prensa su situación. Esto tiene una relevancia absoluta, ya que consigue capacitar a esas personas para afrontar una situación de esa envergadura. Esas mismas personas colaborarán posteriormente para evitar el desahucio de otras personas y se produce el surgimiento de cuadros sociales que, mediante un aprendizaje plural, hace crecer el movimiento.

Entiendo que haya quien pueda afirmar que esa forma de comunicar es la única existente para que los medios atiendan al conflicto; nada más lejos de la realidad, pondré un ejemplo que pueden ayudar a ilustrar mejor lo que trato de decir:

Cuando un grupo de compañeros y compañeras fuimos a tratar de intervenir en la demolición del asentamiento de Walili en Níjar (Almería), acudimos allí tras la llamada desesperada de los y las compañeras de la plataforma Derecho a techo y la APDHA. Ambas plataformas habían llevado a cabo todo el proceso de mediación, lucha e intervención con las personas afectadas e incluso con el propio ayuntamiento. Cuando llegamos aquella mañana, comenzamos a coger recursos e imágenes con móviles y cámaras. Entrevistamos a personas afectadas y todas esas imágenes se las entregamos a los medios de comunicación a través de las redes sociales. A cambio, cuando llegaron, les pedimos que, en lugar de tomar declaraciones nuestras como representantes de Podemos o mías como parlamentario, las tomaran de la Plataforma Derecho a techo, de la APDHA y de los afectados, que eran los verdaderos protagonistas. 

Por desgracia, no conseguimos parar el desalojo, pero sí conseguimos una serie de objetivos: al colocar el foco allí, fueron los propios protagonistas quienes salieron en telediarios nacionales contando su experiencia, conseguimos la solidaridad y, finalmente, algunos compromisos de la alcaldesa del pueblo gracias al apoyo y a la repercusión que tuvo. En ningún caso, aquello fue visto como un conflicto entre partidos, ni perdió fuerza mediática por el hecho de no salir nosotras dando declaraciones o, mejor dicho, como protagonistas de esas declaraciones, sino como una lucha social contra una forma injusta de tratar a las trabajadoras y trabajadores inmigrantes de Almería. Esto es comunicación popular, no se trata de comunicar para la gente, sino de comunicar con la gente.

Porque creo que la única forma de caminar es mediante la convicción de que la realidad la construyen los pueblos, que el individuo tiene un peso relativo en los procesos de transformación y que todas somos militantes ocupando espacios distintos. Por eso, desde las organizaciones tenemos que repensar la forma en la que nos introducimos en los conflictos, tratar de que la gente sea la verdadera protagonista de sus luchas, que nuestra aspiración no debe ser nunca controlar los movimientos, sino estar dispuestos a ser desbordados.

Decía Rousseau que el problema de la representatividad es que uno representa aquello que no está presente, por lo que, siendo una buena forma de hacer política, siempre se tratará de un sistema con una imperfección de base.

Es demasiado habitual ver que, cada vez que hay alguna movilización popular de cualquier tipo a la que se suman partidos políticos de izquierdas, de repente, cuando aparece la prensa, quienes la protagonizan son los y las representantes de dichos partidos; quienes dan las declaraciones, describen la lucha que allí se está dando, y quienes confrontan con el gobierno y la empresa de turno.