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Hablemos de la bandera

Ex Presidente del Parlamento de Andalucía —

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El 4 de diciembre de 1977, en la Plaza de Las Tendillas de Córdoba, como en muchas otras plazas y calles de Andalucía, nos congregamos decenas de miles de personas que ,bajo el grito de Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía, expresamos una voluntad amplísimamente sentida por todo el pueblo andaluz. Casi dos millones de andaluces llevaron a cabo una movilización inédita que sorprendió a propios y extraños: era la primera vez que Andalucía elevaba la voz, no para el lamento o la queja, sino para reclamar poder dotarse de los instrumentos que le permitieran salir del atraso y del subdesarrollo. La autonomía no era un medio para recuperar o reforzar nuestra identidad, ni para defender nuestra lengua o cultura propias reprimidas por el centralismo de la dictadura, sino para poder obtener un estatus político similar a las nacionalidades históricas, denominadas así porque habían aprobado antes de la dictadura su Estatuto de Autonomía, ya que ese estatus nos dotaría en poco plazo de tiempo de un poder legislativo y un poder ejecutivo que responderían ante el pueblo andaluz llevando a efecto políticas de acuerdo con las necesidades y demandas de la sociedad andaluza: ése era, es y debería ser siempre el único y auténtico poder andaluz.

El clamor popular de aquel 4 de diciembre expresaba un grado de unidad ciudadana que superaba las lógicas y los intereses de los partidos, hasta tal punto que un año después, en 1978, se suscribió bajo el impulso de Plácido Fernández Viagas como primer Presidente de la Junta de Andalucía, el Pacto de Antequera, que consiguió agrupar en torno a la reivindicación de la autonomía plena a la práctica totalidad de las fuerzas políticas democráticas, con la exclusión de la extrema derecha franquista. Pero esa unidad, probablemente por las presiones del franquismo que anidaba en parte de la derecha política y de sectores de las Fuerzas Armadas o simplemente por ceguera propia, quedó rota cuando el Gobierno y el partido que lo apoyaba, la UCD, decidieron no llevar hasta sus últimas consecuencias el acceso a la autonomía por la vía del artículo 151,1 de la Constitución, con la consiguiente convocatoria de referéndum. Fueron centenares los Ayuntamientos que iniciaron ese procedimiento, de todos los colores políticos, pero todo quedó en entredicho cuando Suárez, Presidente del Gobierno a la sazón, se negó a dicha convocatoria, a la que solo accedió tras la presión institucional y popular, personificada en la huelga de hambre de Rafael Escuredo, Presidente de la Junta entonces. El colofón de aquel inmenso error fue la suma de pegas, dificultades y trabas en la consulta que se sustanció en el eslogan con el que la UCD pedía la abstención: “Andaluz, no votes, éste no es tu referéndum”. Convocar un referéndum para pedir que no se vote en él, ese fue el colmo del sinsentido que la derecha propugnó en aquella fecha.

Ninguna otra Comunidad española ha tenido una legitimidad tan potente e incontestablemente democrática

El resultado del referéndum del 28 de febrero permitió que las Cortes Generales aprobaran la iniciativa autonómica para Andalucía, a pesar del boicot de la derecha y los titubeos del PSA, dando lugar a la celebración de las primeras elecciones al Parlamento de Andalucía y la constitución del primer Gobierno autonómico de su historia. Por eso el día 28 de febrero es el día de Andalucía, porque, como dice el preámbulo de nuestro Estatuto, “ha tenido una fuente de legitimidad específica… lo que le otorga una identidad propia y una posición incontestable en la configuración territorial del Estado”. Ninguna otra Comunidad española ha tenido una legitimidad tan potente e incontestablemente democrática, y eso ha permitido que Andalucía haya jugado el papel de punto de equilibrio y de encuentro muchas veces entre el centralismo y las pulsiones centrifugadoras de algunos territorios.

El 4 de diciembre es la fecha del impulso popular, ciudadano y unitario que abrió el camino hacia la autonomía plena, sin duda, y lo es también del asesinato de García Caparrós y de la desconfianza y el temor de una parte de la derecha ante el mero hecho de la autonomía andaluza, del mismo modo que el 28 de febrero es la fecha de la legitimidad de origen sólida, constitucional y definitiva de nuestra autonomía política como pueblo, a pesar de la derecha. Pero las cosas son como son, y el 28 de febrero es también la fecha de quienes no estuvieron a la altura de lo que nuestro pueblo necesitaba, por miedo, por indiferencia o por cálculos partidistas interesados, mientras que los que sí estuvieron fueron el PSOE-A, el PCA, y otras formaciones políticas de la izquierda, junto a la figura de Manuel Clavero y quienes le secundaron, que jugó un papel innegable en todo aquel proceso.

Por eso es importante que refresquemos la memoria, no para confrontar ni dividir, sino para evitar las intenciones y las tentaciones de la derecha gobernante en Andalucía de reescribir nuestra reciente historia autonómica, inventando un relato falso y tramposo con la connivencia de quien debería respetar un poco más la legitimidad histórica del andalucismo. Bienvenido sea todo el mundo a la unidad en torno al 4 de diciembre y a la bandera de Andalucía, faltaría más, pero que no pretendan borrar la historia ni nos quieran hacer contrabando histórico con esa fecha utilizando nuestra enseña, que es de todos, para intentar restar solemnidad y legitimidad a la otra fecha señera de nuestra historia autonómica, que es el 28 de febrero. Que no se manosee la bandera de Andalucía simplemente como pretexto para poder organizar actos fastuosos estilo San Telmo a los que tan aficionado es Moreno Bonilla, como pudimos comprobar en aquella memorable toma de posesión que recordaba a las del Presidente de los Estados Unidos.

Uno no es más digno y más sólido por mucho que se suba sobre un pedestal muy firme y muy elevado, o porque se invente un emblema presidencial con ínfulas cesaristas, ni porque lo predique la corte de estómagos agradecidos en los medios y las redes, ni es más defensor del interés general de Andalucía por mucha fiesta y boato con que se quiera envolver en la bandera que es de todos. Porque, ya se sabe, “aunque la mona se vista de seda…”.

El 4 de diciembre de 1977, en la Plaza de Las Tendillas de Córdoba, como en muchas otras plazas y calles de Andalucía, nos congregamos decenas de miles de personas que ,bajo el grito de Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía, expresamos una voluntad amplísimamente sentida por todo el pueblo andaluz. Casi dos millones de andaluces llevaron a cabo una movilización inédita que sorprendió a propios y extraños: era la primera vez que Andalucía elevaba la voz, no para el lamento o la queja, sino para reclamar poder dotarse de los instrumentos que le permitieran salir del atraso y del subdesarrollo. La autonomía no era un medio para recuperar o reforzar nuestra identidad, ni para defender nuestra lengua o cultura propias reprimidas por el centralismo de la dictadura, sino para poder obtener un estatus político similar a las nacionalidades históricas, denominadas así porque habían aprobado antes de la dictadura su Estatuto de Autonomía, ya que ese estatus nos dotaría en poco plazo de tiempo de un poder legislativo y un poder ejecutivo que responderían ante el pueblo andaluz llevando a efecto políticas de acuerdo con las necesidades y demandas de la sociedad andaluza: ése era, es y debería ser siempre el único y auténtico poder andaluz.

El clamor popular de aquel 4 de diciembre expresaba un grado de unidad ciudadana que superaba las lógicas y los intereses de los partidos, hasta tal punto que un año después, en 1978, se suscribió bajo el impulso de Plácido Fernández Viagas como primer Presidente de la Junta de Andalucía, el Pacto de Antequera, que consiguió agrupar en torno a la reivindicación de la autonomía plena a la práctica totalidad de las fuerzas políticas democráticas, con la exclusión de la extrema derecha franquista. Pero esa unidad, probablemente por las presiones del franquismo que anidaba en parte de la derecha política y de sectores de las Fuerzas Armadas o simplemente por ceguera propia, quedó rota cuando el Gobierno y el partido que lo apoyaba, la UCD, decidieron no llevar hasta sus últimas consecuencias el acceso a la autonomía por la vía del artículo 151,1 de la Constitución, con la consiguiente convocatoria de referéndum. Fueron centenares los Ayuntamientos que iniciaron ese procedimiento, de todos los colores políticos, pero todo quedó en entredicho cuando Suárez, Presidente del Gobierno a la sazón, se negó a dicha convocatoria, a la que solo accedió tras la presión institucional y popular, personificada en la huelga de hambre de Rafael Escuredo, Presidente de la Junta entonces. El colofón de aquel inmenso error fue la suma de pegas, dificultades y trabas en la consulta que se sustanció en el eslogan con el que la UCD pedía la abstención: “Andaluz, no votes, éste no es tu referéndum”. Convocar un referéndum para pedir que no se vote en él, ese fue el colmo del sinsentido que la derecha propugnó en aquella fecha.