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Se llamaba Aylan Kurdi: recuérdenlo siempre

Se llamaba Aylan Kurdi y con tan sólo 3 años perdió la vida mientras viajaba con su familia huyendo del miedo y la barbarie que supone la guerra. Su madre y su hermano le acompañaron en ese viaje sin retorno al que un mar enfurecido los condujo frustrando su búsqueda de la paz. No era la paz de la muerte la que buscaban cuando decidieron emprender la aventura de escapar de su país para encontrar un futuro mejor.

A estas alturas todos conocemos hasta el más mínimo detalle de la trágica historia de Aylan y su familia, pero por mucho que sepamos hoy de esta historia la olvidaremos pronto. Olvidaremos cómo se llamaba, olvidaremos su edad, olvidaremos la fecha en la que ocurrió e incluso la playa que fue testigo del atroz desenlace. Olvidaremos, sin duda, olvidaremos…olvidaremos porque olvidar es la mejor cura del alma ante el sufrimiento.

Sin embargo, habrá algo que no olvidaremos nunca que nos acompañará siempre en el recuerdo y en la conciencia. Jamás olvidaremos la imagen de Aylan tumbado en esa playa de arena blanca con su camisetita roja y sus pantaloncitos cortos, con la oreja pegada a la arena como si tratara de escuchar los latidos de la tierra. Aylan no oyó esos latidos porque la Tierra no late, sencillamente porque la Tierra no tiene corazón.

Será esa imagen la que nos acompañará siempre, la que no podamos enterrar en el olvido por ser demasiado dolorosa, demasiado trágica, demasiado desgarradora, demasiado…. Tanto que muchos preferirían no haberla visto porque dice el refranero español que “corazón que no ve corazón que no siente”. Me pregunto para qué sirve tener un corazón si no es precisamente para eso, para sentir….Un corazón que no siente es un corazón que no late, como la Tierra, un corazón que puede estar biológica y fisiológicamente vivo pero sin vida. Un corazón ciego ante las injusticias es un corazón tan muerto como Aylan y como las 2.500 personas que se ha tragado el Mediterráneo a lo largo de 2015.

Siempre he sido de las que prefieren los corazones curiosos, los que tienen inquietud por ver para poder sentir aunque lo que sientan duela profundamente. Ver a Aylan muerto en esa playa desierta nos ha hecho sentir rabia y dolor, sentir ira y desazón, sentir tristeza y desgarro, sentir, incluso, vergüenza… Pero ha sido ese sentimiento el que ha permitido que el mundo reaccione ante un drama humanitario que ya era objeto de artículos, crónicas y reportajes en los medios de comunicación durante semanas, pero que parecía no existir para el resto del mundo hasta que vimos cómo esa maldita playa escupía el cuerpo sin vida de un niño inocente.

La foto de Aylan ha removido más conciencias que todas las compañas de sensibilización con los refugiados habidas y por haber porque nos ha colocado frente a la cruda realidad que hoy viven miles de familias a las puertas de Europa, nos ha mostrado sin restarle ni un ápice de dramatismo la magnitud de la crisis humanitaria y migratoria que estamos viviendo.

Desde que vimos la foto de Aylan la dimensión de este drama ya no nos resulta ajena y todos nos esforzamos en defender que la solidaridad es el único camino posible. Aylan nos abrió los ojos a una realidad que no queríamos ver por ser tremendamente dura y lejana. Una realidad que ha puesto en evidencia a una Europa inhumana y cruel que no ha tenido ni la capacidad ni la voluntad política de reaccionar a tiempo ante un éxodo sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.

Europa ha tenido que ver ante sus ojos a un niño muerto para que, al fin, reaccione y asuma que cuando hay tanto sufrimiento en juego no valen fronteras. Europa ha llegado tarde y mal y el papel de España nos ha hecho sentir vergüenza. El Gobierno Español ha actuado de forma cicatera regateando el número de refugiados hasta el último minuto, protagonizando un nuevo y vergonzoso capítulo en la política internacional de este gobierno.

Ha sido la sociedad española la que nuevamente ha dado una lección a nuestro Gobierno de la Nación exigiendo y reclamando solidaridad con aquellos que ahora nos necesitan más que nunca. En los últimos días hemos sido testigos de gestos y declaraciones procedentes de la sociedad civil y de los gobiernos autonómicos, con Andalucía a la cabeza, y de las corporaciones locales reclamando una reacción firme y solidaria del Gobierno de Rajoy para que definiera y coordinara una estrategia conjunta de acogida de refugiados. Por desgracia, nuevamente el gobierno estatal no ha estado a la altura de lo que le exigía la ciudadanía española.

Sin duda, Aylan nos ha abierto los ojos, ha hecho que nuestros corazones vean, sientan y vivan. Él no lo sabrá nunca, pero la proeza de Aylan lo convierte en un héroe que nos ha hecho despertar del letargo. Se llamaba Aylan Kurdi, tenía 3 años. Recuérdenlo siempre.

Se llamaba Aylan Kurdi y con tan sólo 3 años perdió la vida mientras viajaba con su familia huyendo del miedo y la barbarie que supone la guerra. Su madre y su hermano le acompañaron en ese viaje sin retorno al que un mar enfurecido los condujo frustrando su búsqueda de la paz. No era la paz de la muerte la que buscaban cuando decidieron emprender la aventura de escapar de su país para encontrar un futuro mejor.

A estas alturas todos conocemos hasta el más mínimo detalle de la trágica historia de Aylan y su familia, pero por mucho que sepamos hoy de esta historia la olvidaremos pronto. Olvidaremos cómo se llamaba, olvidaremos su edad, olvidaremos la fecha en la que ocurrió e incluso la playa que fue testigo del atroz desenlace. Olvidaremos, sin duda, olvidaremos…olvidaremos porque olvidar es la mejor cura del alma ante el sufrimiento.