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Política, territorios y cuerpos: una lectura feminista de la actualidad política

Rocío Medina

Responsable del área de Feminismos del Podemos Andalucía —

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En la coyuntura política reciente, a nadie escapa el precio que pagó Ciudadanos por sus posiciones sobre la violencia machista en las elecciones generales. También fue notoria la centralidad de los debates feministas en la campaña, que tras la fuerza social desplegada por el movimiento feminista el 7N en Madrid, ha venido para quedarse en la contienda política. El 7N se erigió como un nuevo sujeto político al recordarnos que las violencias machistas múltiples sostienen cotidianamente los asesinatos de las mujeres. El relato político que entienda la profundidad histórica de este acontecimiento sin apropiárselo, buen catalizador de ciudadanía será.  

Ya no es de recibo hablar de los derechos de las mujeres y de las territorialidades mientras los asesinatos masivos de mujeres, punta del iceberg de las violencias machistas, quedan atrapados en un discurso que niega la posibilidad de pensar políticamente nuestras sociedades desde el género como categoría de análisis y los feminismos como propuesta. El feminismo no es el “temita de las mujeres”. El poder lo sabe, pero muchos compañeros y compañeras no. La propuesta feminista es política y ética, la de una vida digna de ser vivida en cuerpos y comunidades sociales que ponen la sostenibilidad de la vida en el centro y no el enriquecimiento de unos pocos. 

No obstante, la femocracia ha permitido que las políticas identitarias llevadas a cabo con mujeres y homosexuales, aún siendo indudablemente legítimas, hayan sido usadas como pantalla ante políticas sociales derechizadas. Esta estela femócrata ha exigido a las mujeres la obligatoriedad de denunciar para ser atendidas, no habló del Convenio de Estambul hasta que lo hizo Podemos, y no aprobó las propuestas de emergencia habitacional para las mujeres víctimas en varias autonomías. No por casualidad, la femocracia institucional ha pactado con el partido estandarte del nuevo neomachismo –Ciudadanos- por encima del esfuerzo de algunas feministas del PSOE que han visto con estupor el intento de volver a relegar las violencias machistas a la esfera de lo privado.

Cuando los recortes fomentan las desigualdades sexuales, se hace necesario legitimar la idea de que las violencias machistas no son parte de un sistema de desigualdades estructurales, sino de seres individualizados y patologizados que insultan, acosan o asesinan a mujeres. Esta es la apuesta de Ciudadanos al cuestionar la legislación sobre violencia de género como discriminatoria: negar la mayor. La igualdad ya está conseguida, hombres y mujeres se asesinan por igual y, por tanto, es discriminatorio penalizar el asesinato de mujeres de manera diferenciada. Casi nada.

Es probable que uno de los pocos bastiones simbólicos que quedan en pie del Estado del Bienestar sean las políticas de igualdad, atacadas hoy, paradójicamente, por discriminatorias. Si la nueva política no atiende a esto de manera central y urgente, lo atenderá la vieja con sus nuevos pactos hablando de violencias intrafamiliares y reculando en los compromisos adquiridos con plataformas como la PPiiNA. Los asesinatos de mujeres han comenzado a ser puestos en cuestión por un discurso neomachista que repite el mantra de las denuncias falsas y confunde la igualdad formal de la ley con la obligación del poder legislativo de generar protecciones desiguales ante situaciones desiguales, para generar igualdad real.

El género nos advierte de una sociedad inmediata que necesitará afrontar estrategias de subsistencia comunitarias y públicas ante la crisis de los cuidados, o justificar desde discursos neomachistas por qué estas estrategias recaerán mayoritariamente sobre las mujeres.

Se aproxima una refundación del sistema de reproducción social, pero los análisis políticos continúan sin comprender que esta refundación, ya sea en su versión feminista o neomachista, será la médula espinal de las nuevas transformaciones sociales y, por tanto, de la posibilidad de generar nuevas mayorías. Ya no habrá cambio o recambio político que no deba contar a la ciudadanía qué hará con las violencias machistas, con las situaciones de dependencia y las demandas de autonomía personal, con los cuidados de abuelas, abuelos y de la infancia, con los derechos en la diversidad funcional, con los derechos asociados a la maternidad y paternidad y, en general, con las vidas de las mujeres.

No se trata sólo de que más mujeres voten por el cambio, sino que el mismo cambio político necesita incorporar la propuesta política feminista para ser un cambio real discursivo, político y social. Feminizar la política no es sólo construir paridad en el poder, es asumir el estatuto político del discurso feminista. Esto implica la presencia de mujeres feministas, y por qué no, la presencia de hombres feministas.

En la coyuntura política reciente, a nadie escapa el precio que pagó Ciudadanos por sus posiciones sobre la violencia machista en las elecciones generales. También fue notoria la centralidad de los debates feministas en la campaña, que tras la fuerza social desplegada por el movimiento feminista el 7N en Madrid, ha venido para quedarse en la contienda política. El 7N se erigió como un nuevo sujeto político al recordarnos que las violencias machistas múltiples sostienen cotidianamente los asesinatos de las mujeres. El relato político que entienda la profundidad histórica de este acontecimiento sin apropiárselo, buen catalizador de ciudadanía será.  

Ya no es de recibo hablar de los derechos de las mujeres y de las territorialidades mientras los asesinatos masivos de mujeres, punta del iceberg de las violencias machistas, quedan atrapados en un discurso que niega la posibilidad de pensar políticamente nuestras sociedades desde el género como categoría de análisis y los feminismos como propuesta. El feminismo no es el “temita de las mujeres”. El poder lo sabe, pero muchos compañeros y compañeras no. La propuesta feminista es política y ética, la de una vida digna de ser vivida en cuerpos y comunidades sociales que ponen la sostenibilidad de la vida en el centro y no el enriquecimiento de unos pocos.