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La socialización y la justificación de las desigualdades de género
Una de las ideas que hizo célebre a Simone de Beauvoir fue la de que “On ne nait pas femme, on le devient” (no se nace mujer, se llega a serlo). De esa manera, la filósofa francesa criticaba los argumentos naturalistas y deterministas que justificaban la inferioridad del sexo femenino y ponía el énfasis en la educación, la socialización diferenciada y las distintas oportunidades y opciones que se presentan a los niños y a las niñas, a los hombres y a las mujeres, y que conforman identidades esteriotipadas y desarrollos vitales diferenciados.
“El segundo sexo” se publicó en 1949 cuando la inferioridad de las mujeres se consideraba aún como algo natural y se justificaba científica y moralmente desde todos los ámbitos del saber y del poder. Han pasado casi 70 años desde su publicación, y el desarrollo del movimiento feminista y su inclusión en los espacios de saber y poder han permitido que hoy, en nuestro contexto social, sea difícil encontrar argumentos que justifiquen la inferioridad de las mujeres y a quién los defienda abierta e impunemente.
Eso no quiere decir que no exista sexismo en nuestras sociedades y que no siga vigente la convicción de que los hombres son superiores a las mujeres tanto física como moral o intelectualmente y que las mujeres están en el mundo para contentar, cuidar y gustar a los hombres. Los datos son tozudos y nos muestran que seguimos viviendo en una sociedad tremendamente desigual y discriminatoria para las mujeres en el acceso a los mercados, el acceso al poder...e incluso en la consecución de un proyecto vital propio libre de violencia.
No hay día que no nos desayunemos una tostada mojada en el café de la desigualdad como pueden ilustrar noticias que han aparecido en los medios estos días: Cascos azules que piden a niñas de siete años sexo oral a cambio de botellas de agua y galletas; medallas de oro en campeonatos del mundo en deportes femeninos como la gimnasia rítmica que no aparecen destacados en la prensa deportiva del país; los días de más que las mujeres tendríamos que trabajar para obtener la misma remuneración que los hombres; presuntas sesudas tertulias políticas formadas solo por hombres que preguntan a expertos hombres y a candidatos a la presidencia del gobierno que también lo son; por no hablar de los asesinatos de mujeres víctimas de la violencia machista que no cesan y que encima se rejuvenecen.
Sin embargo, la justificación de esa desigualdad de género se ha vuelto más sutil y sibilina, ahora que las mujeres son en la mayor parte de los países de la OCDE mayoría entre los egresados universitarios y con mayores tasas de idoneidad. Ahora no se arremete directamente contra la inferioridad femenina sino que la desigualdad de género se justifica a través del mito de la libre elección de no participar en el mercado de trabajo o hacerlo a tiempo parcial para ser madre; la libre elección de no inclinarse por las ingenierías o la carrera científica…. Las desigualdades de género dejan así de considerarse como un problema estructural para convertirse en uno basado en la libre elección de las personas y por tanto, despolitizado.
La consecución de la igualdad formal en nuestro ordenamiento jurídico y los avances que hemos conseguido en igualdad que han situado a las mujeres en espacios que antes tenían vedados -y en menor medida a los hombres en espacios tradicionalmente femeninos como los cuidados-, permiten a muchos decir sin empacho que si las mujeres no llegan a CEO de una gran empresa, a premio nobel, o simplemente a tener empleos acorde con su formación es porque no les interesa, porque no han elegido esos caminos. La libre elección lo justifica todo y lo despolitiza todo.
Según esos argumentos, las mujeres elegirían de manera mayoritaria el “mommy track”, el anteponer la maternidad como prioridad en sus carreras profesionales y desarrollos vitales. Así se explicaría que las mujeres no se encuentren en determinados espacios profesionales, o no ocupen los espacios de poder en los distintos ámbitos de la sociedad porque las mujeres “libremente” deciden que no quieren trabajar tantas horas como se requiere en esos espacios. Y eso a pesar de que las encuestas de uso del tiempo demuestran que las mujeres trabajan como media una hora más al día que los hombres aunque más del sesenta por ciento de ese trabajo no es remunerado; o las encuestas de empleo nos muestran el elevado porcentaje de mujeres que están involuntariamente empleadas a tiempo parcial; o que no todas las mujeres son, quieren o pueden ser madres, y mucho menos, se cuestiona cambiar las dinámicas y las culturas organizativas para que no solo las mujeres puedan acceder a determinados puestos profesionales o espacios de poder, sino para que los hombres puedan corresponsabilizarse en el cuidado, incluido el suyo propio.
El incidir en la libre elección tiene repercusiones muy importantes para avanzar o retroceder en igualdad de género. Sobre todo porque tal libre elección no existe o existe de manera mediatizada. Sin embargo, en el contexto neoliberal en el que nos encontramos, el mito de la libre elección funciona a la perfección y nos hace pensar que elegimos en libertad, con perfecta información y sin estar mediatizados por la socialización que hemos recibido ni por las expectativas sociales y las oportunidades reales que marcan claras diferencias entre los hombres y las mujeres, entre los niños y las niñas. En este contexto, las oportunidades reales que tengan las personas independientemente de su sexo y la educación y socialización que reciban se convierten en dos elementos clave para alcanzar lo que Nancy Fraser llama la justicia de género.
Oportunidades reales
Las oportunidades reales de las personas condicionan enormemente sus expectativas, sus inversiones y sus elecciones. Así si los empleos abiertos a mujeres se siguen concentrando en menos sectores, en sectores con condiciones de trabajo más precarias, peor pagados y con pocas posibilidades de ascender, las mujeres valorarán menos su carrera profesional y serán las principales concernidas a la hora de asumir el trabajo de cuidados no remunerado, y se encontrarán siempre en peor situación para negociar tiempos y trabajos en el ámbito familiar, situación que se agrava si no hay servicios públicos de cuidados disponibles, o no tienen calidad o son caros.
Además, funciona la profecía de las expectativas autocumplidas que hace que muchas mujeres no se formen en determinadas disciplinas o no oferten su trabajo en determinados empleos porque ya saben que no seleccionan mujeres, o a mujeres con descendencia o con intención de tenerla. Esto a su vez refuerza la discriminación estadística por la que los empleadores que tienen información imperfecta, no seleccionan a los y las potenciales candidatos en función de sus características personales sino por las grupales donde los estereotipos de género son un elemento clave y primario de agrupación.
Si las oportunidades reales que percibimos y que son diferentes para mujeres y hombres son esenciales a la hora de entender las limitaciones de la libre elección, la educación y la socialización a la que somos sometidas y sometidos desde la infancia de manera inconsciente y cada vez más segregada, se convierte en una pieza esencial de este puzzle de igualdad que nunca conseguimos cuadrar.
A pesar de los esfuerzos que se han hecho en coeducación, seguimos sin tener una escuela que forme a niños y niñas en la igualdad y el respeto al diferente. Para educar en desigualdad, no hace falta que maestros y maestras digan por ejemplo que los niños son mejores en matemáticas que las niñas. Las más de las veces es suficiente con una aculturación sutil para que niños y niñas vayan adquiriendo comportamientos y preferencias como naturales y consustanciales a su sexo y no como construcciones culturales. En este sentido, habría que reforzar en los niños y las niñas las actitudes que no se les presuponen a sus respectivos géneros como la empatía en los niños y la seguridad y la capacidad de ser en las niñas.
Por ejemplo, si en los libros de texto no aparecen mujeres insignes, no nos podemos quedar en decir que en épocas pasadas no las había porque las niñas sentirán que su destino no es el de ser científica, pintora o presidenta del gobierno. Tal vez sería necesario explicar que no había científicas porque las mujeres tenían vetado el acceso a las universidades, o que no había grandes empresarias porque en la mayoría de los países las mujeres no heredaban patrimonio ni empresas, o que estaban ausentes como grandes damas de Estado porque en la mayoría de las monarquías prevalecía la preferencia del hijo varón, o las democracias durante mucho tiempo excluyeron a las mujeres como elegibles y sobre todo como electoras. Es necesario dar ejemplos donde aparezcan mujeres astronautas, científicas o alcaldesas y hombres que cuiden de su prole.
Pero la educación en igualdad en los colegios debe trascender los muros de las aulas e incidir en los juegos en los patios en los que se forja la masculinidad dominante a través del futbol, las peleas y la ocupación del espacio. Por lo que habría que fomentar los juegos mixtos o limitar el uso del espacio e intervenir en el ocio infantil aunque vaya en contra del mito de la libre elección. Todo ello debería de realizarse de manera coordinada con las actividades extraescolares que permitirían la participación de las familias y el desarrollo de modelos de ocio diferentes, ya que la evolución del negocio audiovisual, y especialmente el infantil, ha usado para su desarrollo los estereotipos de género a la vez que los fomenta y refuerza.
Estereotipos que las criaturas ven reforzados en las familias con el ejemplo de sus progenitores que todavía muestran comportamientos muy segregados y que educan de manera diferenciada a niños y niñas. En este sentido, aunque es difícil intervenir en el ámbito de la familia existen políticas que pueden incidir indirectamente en un reparto de roles menos estereotipados y parejas más corresponsables que den ejemplo: como son el igualar los permisos de paternidad, implantar la fiscalidad individual o garantizar mercados de trabajo más meritocráticos y pactar sistemas de remuneración en las empresas vinculados con los resultados y no con el presentismo. Los cambios en el ámbito privado de la familia son fundamentales por cuanto la apuesta feminista por la igualdad no es solo una teoría ni un movimiento social sino que es y debe ser una forma de vida que pasa por establecer relaciones personales igualitarias, y transmitirlas a quienes nos rodean, especialmente a niños y niñas para que no crezcan considerando naturales unos estereotipos que no estaban impresos en sus códigos genéticos, y que condicionarán sus elecciones a pesar de que la sociedad les convenza que éstas se realizan en libertad.
Una de las ideas que hizo célebre a Simone de Beauvoir fue la de que “On ne nait pas femme, on le devient” (no se nace mujer, se llega a serlo). De esa manera, la filósofa francesa criticaba los argumentos naturalistas y deterministas que justificaban la inferioridad del sexo femenino y ponía el énfasis en la educación, la socialización diferenciada y las distintas oportunidades y opciones que se presentan a los niños y a las niñas, a los hombres y a las mujeres, y que conforman identidades esteriotipadas y desarrollos vitales diferenciados.
“El segundo sexo” se publicó en 1949 cuando la inferioridad de las mujeres se consideraba aún como algo natural y se justificaba científica y moralmente desde todos los ámbitos del saber y del poder. Han pasado casi 70 años desde su publicación, y el desarrollo del movimiento feminista y su inclusión en los espacios de saber y poder han permitido que hoy, en nuestro contexto social, sea difícil encontrar argumentos que justifiquen la inferioridad de las mujeres y a quién los defienda abierta e impunemente.