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Verdes (y blancas) en la encrucijada andaluza

A comienzos de éste, nuestro siglo XXI, Andalucía y sus recursos son saqueados en función de grandes intereses y es, una vez más, frontera: de los efectos de la desigualdad creciente y del cambio climático que se hace sentir con más intensidad en nuestra tierra. Doñana y su rendición antes los intereses gasísticos son un símbolo evidente como pocos.

Y sin embargo, podríamos ser el paisaje donde convertir en oportunidad lo que se nos viene encima, una tierra de oportunidades verdes. Vivimos, como el resto del planeta, lo que en un libro de autores varios como Yayo Herrero se califica como “La Gran Encrucijada” y necesitamos hacer la transición a sistemas más democráticos, justos y sostenibles.

Reconectar con la cultura andaluza, reconectar con la tierra y con sus gentes, con la sabiduría acumulada y su memoria, con su relación con su entorno, con “la casa encalá y la sillica en la puerta”, que decía de Gerald Brennan la canción de Carlos Cano, nos daría una respuesta muy sugerente y preñada de propuestas para la transformación y la resiliencia en este momento de encrucijada. La tierra del sol, del agua y del aire, de la mayor diversidad de ecosistemas de toda Europa, Mediterránea y abierta al mundo posee todas las condiciones para convertirse en tierra de futuro.

Andalucía es verde y blanca, de esperanza y paz, cuida de su tierra y hablar y es capaz de sus problemas al tiempo que defiende sus derechos y su dignidad con orgullo. No es tierra de hierro y fuego sino de sol y de aire, de azada que abre la tierra y vara que hace caer los frutos, de sudor de trabajo y alegría de estar juntas: es verde por esencia y blanca por naturaleza. Andalucía puede ser, si fuéramos capaces de creer en nosotras mismas, el pueblo que levante por fin una alternativa verde (y blanca) con fuerza.

Las andaluzas y andaluces somos andaluces siendo de nuestro pueblo, y de nuestro barrio, como buenos herederos de la Antigüedad, somos “muy de nuestra polis”, porque nos damos cuenta, de que lo local y lo global son una misma cosa. En eso llevamos siglos de adelanto, en cómo tener una identidad propia.

Andalucía tiene todos los mimbres para ser más verde y más blanca, pacífica y acogedora,  que nadie. O por lo menos como la que más. Pero está sumida en la decadencia lenta de un socialismo andaluz que secuestró su identidad  a cambio de mayor bienestar especialmente en nuestro mundo rural, pero que mató a su vez cualquier capacidad de levantarse y crear por si mismos, y que chantajeó a sus gentes a cambio de su permanencia en el poder. Un socialismo andaluz que no va a tener medios para mantener todo este sistema por mucho tiempo y que deja paso lentamente a la derecha, muy lastrada por siglos de lacerante desigualdad, injusticia social y tiempos oscuros, que se recupera lentamente y se dispone a tomar el poder muy pronto, sino presentamos nuevas alternativas, arraigando muy fuerte en las ciudades y usando la cultura popular y la religiosidad como baluarte de expansión en el imaginario social.

La izquierda vuelve a levantar el puño, digno y justo, pero en una sociedad que ha cambiado desde los años setenta  con ciudades, como las del interior de Andalucía de industria mediana y servicios que se ha modernizado, una potencia innovadora y una cultura a la vez cosmopolita y popular que ha evolucionado mucho y una juventud que se ha homologado mucho a la global y que aspira a otra vida diferente y que, en ocasiones, no entiende lenguajes del siglo pasado que fueron útiles para defender la justicia y la dignidad, de un valor incuestionable, pero entendidos con dificultad por grandes mayorías. Enmedio, cada vez más cientos de miles de andaluzas y andaluces que están bastante huérfanos de alguien que levante su espíritu y sea capaz de volver a gritar andaluces levantaos, en la tierra con más recursos sostenibles y creatividad de nuestro entorno. Mucho sol, mucho aire, y mucho arte y sabiduría de siglos. Pero aquí nos tienen.

Sólo hace falta componer bien las piezas del rompecabezas andaluz. Poner recursos alimentarios y energéticos en manos de todo el mundo, darle oportunidades a creadores, innovadores, cooperativistas, sacar el conocimiento de los baúles y los ateneos y los claustros y poner en valor tierras increíblemente fértiles que han de ser conservadas para las generaciones futuras, haciéndola puntera de la agroecología, de la innovación y del arte en el mundo. Y como con nuestras gentes de la salud, demostrar que estamos en primera línea en cuanto encontramos las piezas. Una Andalucía más verde y más blanca que nunca se puede levantar y volver a pedir tierra y libertad para sí y para las futuras andaluzas.

Pero las gentes de la ecología política andaluza no podemos seguir escondidas en un rincón y dejar pasar desapercibida esta visión verde y blanca de nuestra tierra como decoración de otros proyectos. Hemos dejado que nos arrinconen como si sólo supiéramos defender nuestro medioambiente, nuestros montes o nuestras especies. Nos sacan a escena para dar color, pero no hemos sido capaces de poner en pie la alternativa verde y blanca andaluza. Ni siquiera nos ponemos de acuerdo nosotras y nuestra representación en las instituciones va por un camino divergente las orgánicas. Las organizaciones que  del espectro verde, como EQUO Andalucía, han tenido un papel muy irrelevante y marginal en gran parte por estar centrado en disputas y por haberse visto a si mismo más como una organización de activistas ambientalistas que como un partido verde, verde y blanco.

Decía la malagueña María Zambrano de su madre, que “cuando hablaba decía algo que venía muy de lejos, de una inteligencia muy lejana”. La voz andaluza es profunda, antigua y anclada en raíces verdaderas. Y sabe que su suerte está ligada a su tierra, a la naturaleza, desde siempre, a su gran río y a su gran campiña y a sus montañas antiguas. A su subsuelo rico en nutrientes y en memoria, desde Tartessos y mucho antes. Abierta al mundo y acogedora. Alguna vez nos tendremos que dar cuenta de que si hay una tierra que necesita ser verde, es la nuestra. Es hora de tener una alternativa verde, verde y blanca, que sepa aprovechar la oportunidad que suponen los riesgos de nuestro tiempo, las de un cambio de modelo económico, liberar a la democracia de su sueño letárgico y poner a la equidad y la justicia social como requisito para la libertad colectiva. Una Andalucía del siglo XXI merece poner el verde, y el blanco, en su horizonte. Cualquier alternativa estará incompleta si en su paleta no está el verde.

A comienzos de éste, nuestro siglo XXI, Andalucía y sus recursos son saqueados en función de grandes intereses y es, una vez más, frontera: de los efectos de la desigualdad creciente y del cambio climático que se hace sentir con más intensidad en nuestra tierra. Doñana y su rendición antes los intereses gasísticos son un símbolo evidente como pocos.

Y sin embargo, podríamos ser el paisaje donde convertir en oportunidad lo que se nos viene encima, una tierra de oportunidades verdes. Vivimos, como el resto del planeta, lo que en un libro de autores varios como Yayo Herrero se califica como “La Gran Encrucijada” y necesitamos hacer la transición a sistemas más democráticos, justos y sostenibles.