Tendemos a tener una visión urbanita de nuestro mundo. Como si el ser humano no hubiese llegado a donde está gracias a un mundo rural que está en constante cambio. Un entorno en el que las mujeres siempre se han visto relegadas a un segundo plano, pese a ser esenciales en todas las áreas. Premisas de las que parte la historiadora Teresa María Ortega López (Granada, 1973) para analizar el fenómeno de la mujer en el campo. Habitualmente ignorado, se han dado pasos importantes en las últimas décadas, pero aún falta por hacer. Trazamos junto a esta profesora de la Universidad de Granada (UGR) de qué punto se parte y hacia dónde van las mujeres del mundo rural.
¿Por qué decidió investigar la relación entre las mujeres y el mundo rural?
Desde que entré contratada en 1997 a la UGR, accedí a un grupo consolidado en analizar la historia rural y agraria contemporánea. Empecé a investigar al principio y para nada tenía que ver con la mujer, sino con el franquismo, en zonas como Granada. Empecé a desarrollar mi investigación, pero me daba cuenta de que conforme avanzaba, a pesar de lo mucho que estaba aportando (por ejemplo sobre la reforma agraria liberal del siglo XIX y las reformas del siglo XX) la perspectiva de género estaba ausente. Me llamó mucho la atención que un grupo de investigación tan avanzado no hubiese abordado qué pasaba con la mujer, más si cabe cuando a finales de los 90 el peso de la mujer ya era importante en la investigación. Consideré que era un buen momento y echamos raíces.
Pero cuando hablamos de mujer y mundo rural, ¿a qué nos referimos?
Independientemente de que hablemos de mujeres o no, el mundo rural es muy complejo. Tenemos estereotipos muy marcados que hacen parecer que el mundo rural es muy monótono o unívoco. Entonces, pensamos que los campesinos son todos iguales. En el caso de las mujeres pensamos que las mujeres están vestidas de negro, que se escabullen en las calles y miran con cierta autoridad desde las ventanas. En nuestra mente recreamos una serie de clichés y estereotipos que no son ciertos ya que no solo hablamos de campesinos, sino de grandes terratenientes y pequeños propietarios, lo mismo que pasa en las mujeres. Cuando hablamos de mujeres campesinas, hablamos de una gran variedad, desde jornaleras hasta propietarias. Hasta 2011 los hombres eran los grandes tenedores de la tierra, ahora eso está cambiando. Las mujeres campesinas son muy diversas. La pluralidad de actores y actrices que nos vamos encontrando en este entorno es muy importante.
¿Ha tenido el machismo influencia en esta percepción?
El machismo existe en toda la sociedad. Da igual en qué ámbito estemos. En esto hay mucha construcción y pensamos que en el mundo rural hay mucho atraso y no es moderno y que por eso tiene componentes patriarcales superiores al del mundo urbano que es mucho más moderno. Empezamos a añadirle una serie de prejuicios como son considerarle mucho más machista y patriarcal. El machismo y patriarcado están muy presentes en la sociedad y a las pruebas nos remitimos de que se tienen que seguir aplicando políticas de igualdad. Lo que ocurre es que en el mundo rural la tenencia de la tierra ha sido de los hombres y esto se ha tratado de corregir desde hace tiempo, pero especialmente ya en nuestra democracia, cuando la situación política cambia y dejamos atrás el franquismo (muy patriarcal y de género).
A partir del año 78 empieza a haber una situación política distinta y en la democracia empieza a surgir un asociacionismo rural femenino que trata de acabar con esta desigualdad que existe igual en el mundo urbano. Siempre con la ley en la mano. Somos iguales, así que hay que garantizar que esta igualdad esté en todos los planos de la vida. Ese asociacionismo es el que hace que al acabo de los años se vaya extendiendo y se convierta en un interlocutor muy válido del Ministerio de Agricultura que ha permitido que en los últimos años (sobre todo en la época de Zapatero) se haya ido hacia una legislación encaminada a la igualdad en el mundo rural. Empezando por la Ley integral de Igualdad y también por el desarrollo sostenible que se plantea a partir de la Ley 45/2007, que visibiliza el trabajo que viene haciendo la mujer y que hasta entonces solo se veía como parte de la economía doméstica. No quedaba registrado en ninguna estadística oficial y parecía que las mujeres no trabajaban. Después la Ley 35/2011 de titularidad compartida para que las mujeres también figurasen como titulares de las explotaciones lo que les permitía tener igualdad de oportunidades que hasta entonces no estaba reconocida. Hasta ese momento no tenían derecho ni a bajas laborales o maternales.
Está claro que la mujer es una figura clave en el campo.
El campo no se sostiene solo por el trabajo de los hombres. El campo se ha mantenido por el trabajo de las personas que habitan en él. Me refiero a hombres, mujeres y también niños que suelen ser olvidados. Se considera todo ayuda familiar, pero los testimonios ponen de manifiesto que los menores también trabajaban. Empezando por ahí, conviene también señalar que las mujeres han sido fundamentales porque, desde que se implanta la economía capitalista en el ámbito agrario entre finales del siglo XIX y principios XX, emerge un discurso regeneracionista y se trata de imprimir una nueva línea de actuación sobre el campo a través de un estado que cada vez que interviene más. Lo hace a través de un sistema sexo-género en el mundo rural, con la esfera productiva y reproductiva. Las mujeres forman parte del espacio reproductivo donde se les arrincona cada vez más a la casa y donde se les señala si no cumple con su rol como 'mujer', también entre sus obligaciones está ayudar al hombre, pero nunca se la considera como trabajadora. Ahí empieza el trabajo de visibilización de las mujeres que ha sido esencial para garantizar la viabilidad del campo y de sus familias. Aunque no figure su trabajo en las estadísticas oficiales. Hace décadas a muchas mujeres se las desvinculaba del mercado de trabajo oficial y no recibían ningún tipo de salario. Por eso, muchas se empezaron a replantear su posición y las mujeres jóvenes se iban a la ciudad a trabajar como servicio doméstico. Aquello empezó a alarmar a las autoridades porque si la mujer se marchaba, el hombre también lo haría.
El problema era que se iba la mujer, pero no se preguntaban por qué?
Nadie hacía esa lectura, daba igual del partido político que fuese. Siempre ha habido una lectura machista de la realidad.
¿A qué tuvieron que enfrentarse y a qué se siguen enfrentando?
Si consultamos las publicaciones que hay al respecto del asociacionismo, vemos que se plantean aún muchos estereotipos de las mujeres rurales. Ellas vienen planteándose que las mujeres del mundo rural son vistas como una sola y que tienen los mismo intereses e inquietudes. Piden que se luche contra esos clichés. Vienen mostrándonos que la sociedad actual es urbanocéntrica y seguimos pensando que en la ciudad es donde tienen lugar los grandes cambios y el empoderamiento. Ellas recuerdan que con las ayudas públicas necesarias podrían producirse en el mundo rural este mismo progreso. Todavía queda un camino amplio que recorrer.
¿Y qué ha aportado la figura de la mujer al campo?
El principal avance es que se ha garantizado la supervivencia del mundo rural. Las mujeres son el sostén de las comunidades rurales y no se suele ver así. Se piensa que solo viene de la mano del hombre y que todo pasa por su brazo ejecutor. Sin la presencia de estas mujeres no hubiese sido posible el progreso en este entorno. Ellas son modestas y no se quieren dar protagonismo y no consideran que su trabajo callado e invisible sea tan importante como para escribir sobre ellas. Cuando hablas y les ofreces una formación desde esta perspectiva, se dan cuenta de su importancia. El trabajo de cuidados no se considera y no se valora porque parece que es algo que va en nuestro componente.
¿Un mundo lleno de prejuicios?
La profesora Ana Cabana y yo misma escribimos en 2021 un libro que lleva por título “Haberlas, haylas” y en la introducción venimos a hablar precisamente de estos prejuicios y su invisibilidad. Existen tres tipos: agrocéntrico, androcéntrico y urbanocéntrico. Agrocéntrico significa que los especialistas durante mucho tiempo se han fijado en que el mundo rural hay que abordarlo desde una parte técnica y esto lleva aparejado un prejuicio androcéntrico en el que el hombre es el ejecutor de este cambio, lo que ha ido arrinconando a las mujeres. Si vemos cualquier publicación de historia agraria vemos que a las mujeres se las dibuja como convidados de piedra y que no se inmutan ante la evolución. Estos prejuicios siguen estando presentes y no permiten que consideremos a le mujeres como activos en esta evolución. Y en el aspecto urbanocéntrico vemos que la historia se suele fijar en las mujeres urbanas porque consideran que ahí está su emancipación y siempre pasan por la ciudad. No se estudia qué contribución han tenido en el campo. Siempre se han fijado en todo lo que han desarrollado las mujeres en el mundo urbano. Fue muy importante la publicación de nuestro libro para poner en el foco también en la realidad del mundo rural y su progreso.
Según algunos marcadores estadísticos, se observa un incremento de mujeres que apuestan por el campo, ¿a qué cree que se debe?
Habría que analizarlo tanto en términos cuantitativos como cualitativos porque las mujeres han estado siempre presentes. Las estadísticas nos dicen que permanecen en el campo porque es una actividad que nos permite subsistir. Pienso que hay que valorarlo positivamente porque toda actividad económica que permita el desarrollo de las personas es buena. Pediría a las instituciones públicas que todas estas estadísticas que tienen que ver con el censo agrario y la población activa sigan profundizando para ver la situación de hombres y mujeres. El primer censo agrario en el que aparecen las mujeres es el de 1982 siendo aquel el tercero que se da en nuestra democracia. Hay que profundizar para hacer los estudios más concretos y corregir mejor los errores que existen. Esa información solo la da hablar con las personas porque la estadística no soluciona los problemas de las mujeres. Quienes saben los problemas son las personas, hombres o mujeres, da lo mismo. Hay que establecer esa segregación entre hombres y mujeres y hablar con el trabajo que desarrollan esas políticas públicas que luego diseñan.
¿Qué barreras se han superado para que las mujeres se acerquen cada vez más al mundo rural?
Fundamentalmente han superado la invisibilidad. Ha sido una constante la presencia callada e invisible de las mujeres en el mundo rural. Desde que estamos en democracia y gracias a las asociaciones, la perspectiva de género ha sido el gran avance para que se escuche su voz y se pongan en el foco de lo público. Esta sociedad a nivel global es muy urbanita y la agricultura ha ido tirando muy atrás siendo un sector económico que nos alimenta a todos. No solo hablamos de movimientos nacionales, sino internacionales. Ellas recuerdan que alimentan al mundo y necesitan las estrategias y las herramientas adecuadas para quedarse en el mundo rural porque es una opción y no un demérito que no debe producirse a cualquier precio.
Damos por hecho que, como el pasado, el futuro del campo pasa por las mujeres
La versión optimista que me gustaría pensar es que vamos por el buen camino y vamos a tener una clase política que sea responsable y consciente del valor que tiene el mundo rural y el que tiene la mujer en el mundo rural. En ese sentido y atendiendo a lo mucho conseguido hasta ahora, puede traducirse en que dentro de unos años se haya hecho lo que se tenía que hacer con reconocimiento y oportunidades. La parte no tan optimista, que no pesimista, es que el problema es que las mujeres son tan importantes en el mundo rural que hasta tienen su día internacional. El hecho de que tuviese que fijarse ese día en el almanaque y que se pongan proyectos para garantizar la emancipación y progreso de las mujeres con políticas con fecha de caducidad nos dice mucho y creo que no conseguiremos nada si se no se mantienen en el tiempo. Independientemente del color político que nos gobierne, creo que esto debe ser una apuesta mucho más seria que valore la variedad y la riqueza del mundo rural. Las políticas públicas deben ir dirigidas ahí, que no sean marketing y que solo sean porque es lo políticamente correcto. No solo en este escenario, sino en todos los órdenes de la vida. Este camino que hemos empezado no puede detenerse.