Cada una de sus experiencias contiene muchas historias detrás. Proceden de puntos del planeta muy diversos pero sus distintas dificultades en sus países de origen les han llevado a Sevilla. Este martes, Día Mundial de los Refugiados, han querido ser testimonio y trasladar a jóvenes de 11 y 12 años cómo ha sido su viaje hasta España y cómo es ahora su vida aquí, llena de vicisitudes pero con la esperanza de una total integración social y laboral. “¿Y en qué idioma habláis vosotros?”, pregunta un alumno del colegio público Baltasar de Alcázar ante de empezar la mesa coloquio en una de las casas que la Comisión España de Ayuda al Refugiado (CEAR) tiene en la capital hispalense, donde 21 personas de distintas nacionalidades conviven diariamente. “Unos valientes, unos supervivientes”, presume la gente de CEAR.
Ahmed, de 32 años, tenía el difícil cometido en Bagdad (Irak) de llevar a acuerdos las relaciones nacionales entre los muchos partidos políticos y las distintas religiones. Las amenazas de Daesh le obligaron a marchar con su mujer y dos niñas, primero a Turquía y luego a Suecia. Su tercera hija es sevillana. “En 2014, comienza mi historia aquí”, dice mientras su niña mayor maneja una tablet con soltura y entre bromas. “Ella me hace de traductora en el Mercadona”, comenta. Lllevan seis meses en Sevilla Este. Ni su mujer ni él, ambos licenciados en informática, tienen empleo.
“Es difícil trabajar aquí de lo que hacía allí”, dice apesadumbrado aunque con cierta esperanza en darle futuro a su familia. “Aquí hay paz, la gente es feliz, pero es complicado por ejemplo tener una vivienda”. Comparten su tiempo con otros refugiados, merced a la ayuda de la gente de CEAR, van a llevar y recoger a su hija mayor al colegio, y espera poder trabajar como hacía en Bagdad, de cuyo parece apasionado, explica mientras repasa unas notas que había preparado para la ocasión.
“En mi país no hay guerras pero no hay libertad de expresión”, señala Yarelis, procedente de Cuba. Entre el público, su hijo de nueve años al que, no sin dificultades y mucho dinero, tuvo que sacar del país dentro un sinfín de circunstancias. Pidió el asilo en el aeropuerto de Madrid, después de muchos años organizando eventos como relaciones públicas. “Me toco enfrentarme a muchas cosas. Era cambiar de problema”, explica a los jóvenes en una gran facilidad de palabra y empatía.
Yarelis intenta que ellos, “el futuro de la sociedad”, se pongan en la piel de los refugiados. “Imaginaos que llegáis a otro país, que no tenéis nada, que lo habéis dejado todo atrás, que no habláis el idioma, según el caso, y que encima sentís rechazo de alguna personas”. En ese punto, Alma, de 36 años, de El Salvador, que lleva apenas seis meses en Sevilla, alude la adaptación al nuevo lugar de residencia y repasa el proceso de acogida. Ella y su pareja viven con dos otras dos parejas de Colombia y Ucrania.
El idioma para ella es una ventaja para su integración pero también una dificultad para hablar con otros refugiados en su tránsito y “no poder compartir experiencias con ellos. ”Todo es un proceso, todos somos tolerantes, todo es parte del aprendizaje“, indica. Como el resto, quiere devolver con ayuda y trabajo a su sociedad actual y a las personas que les han facilitado las cosas. Lourdes Navarro, responsable jurídica, expone a lo asistentes la información técnica acerca del ”complicado proceso“ para la aceptación de la solicitud de protección internacional.
Mahmoud, procedente de Mali, parece más tímido y tiene más dificultades al expresarse. Saltó la valla el 30 de diciembre de 2014 tras el siempre tortuoso camino hacia Europa atravesando medio continente africano. Como sus hoy compañeros de mesa, espera que algún día su situación se normalice definitivamente y las tristes causas que les llevaron a cambiar de país se conviertan en vivir una nueva vida sin problemas y con cierta estabilidad. “Muchos no han tenido otra opción”, indican desde CEAR.