“Los que no saben, por la desmemoria o porque no lo han padecido, lo mejor que podían hacer es no hablar”

La historia de Pedro Masero ya está fuera de la fosa común donde sus asesinos franquistas la arrojaron un 10 de febrero de 1938. Después de años de trabas y lucha familiar, la búsqueda del anarquista onubense ha culminado con éxito. Es la primera exhumación de una víctima del franquismo en el cementerio de La Soledad de Huelva, donde yacen otros miles de ejecutados por el terror golpista.

La nieta de aquel “hombre entregado a la causa anarquista” que leía a Friedrich Nietzsche y Arthur Schopenhauer cuenta el final del proceso en una entrevista a eldiario.es Andalucía. María Luisa Masera habla emocionada. Junto a la sepultura todavía abierta. Con los huesos recién sacados de la tierra que los sepultaron casi 80 años. En el mismo camposanto que con su nombre evoca el destino de muchas víctimas del franquismo: La Soledad.

La intervención ha sido realizada por el Ayuntamiento de Huelva y la Dirección General de Memoria Democrática de la Consejería de Presidencia, Administración Local y Memoria Democrática de la Junta de Andalucía. Un trabajo que ha contado con la dirección científica del arqueólogo Jesús Román y el antropólogo Juan Manuel Guijo.

¿Quién era Pedro Masera?

Mi abuelo tenía 61 años. La fecha de su ejecución es el 10 de febrero del 38, a las 6 de la mañana. Mi padre que era el más pequeño de sus cinco hijos, y tenía 25 años. Se llamaba igual, Pedro Masera. Curiosamente yo nací nueve años después, un día 10 de febrero. Una cosa que me emociona mucho porque es muy curioso.

¿Cómo acaba arrojado a una fosa común?

La zona minera ha sido siempre muy reivindicativa por las condiciones de trabajo tan duras que sufrían los obreros. Mi familia era de El Cerro del Andévalo. Cuando estalla el golpe de Estado allí hay lucha y se proclama el comunismo libertario, que duró mes y pico. Mi padre formaba parte del Comité Revolucionario pero mi abuelo era mayor. Cuando entran los franquistas tienen que salir a esconderse a la sierra, que la mayoría conoce como la palma de la mano. Los más jóvenes salen como pueden para Madrid, pero él se queda allí escondido. Estaba como un animal acorralado por patrullas de falangistas. Solo, sin nada. Cuando Franco publica un bando diciendo que los que no tenían delitos de sangre no tenían nada que temer decide entregarse en el cuartel de la Guardia Civil de Valdelamusa. Y, claro, mandan a un número de la Guardia Civil a preguntar por sus actividades al Cerro, que era su pueblo.

¿A quién preguntan?

Pues a un adicto al régimen. A uno que tenía una tienda, que era muy de derechas, muy conservador, y que lógicamente va a echar toda clase de porquería sobre mi abuelo. Después lo traen a la cárcel de Huelva, lo juzgan y lo condenan a muerte. Estuvo un año preso hasta que lo mataron.

¿Qué hizo para encontrar aquel trágico destino?

Era un hombre muy entregado a la causa anarquista. Mucho. Era minero y autodidacta. Leía muchísimo y tenía montones de libros. Sobre todo de filosofía (sonríe y hace una pausa). Le gustaba (Friedrich) Nietzsche, (Arthur) Schopenhauer, las obras completas de Eliseo Reclus... Mandaba artículos a Solidaridad Obrera, de Barcelona, sobre los problemas de los trabajadores en la mina y estaba suscrito a otras publicaciones anarquistas como las revistas Estudios o Blanca. Lo que me ha llegado de su vida es que luchaba mucho, que daba mítines en la boca mina y esto le costó estar en las listas negras que tenían los encargados. No le daban trabajo en muchos sitios.

¿Su familia superó la oscuridad y el silencio reinantes e impuestos por el franquismo?

Sí. Y más que hablar siempre de política se hablaba mucho de los libros con un contenido social. Por ejemplo mi abuelo había escrito a Francisco Ferrer Guardia, cuando la Escuela Moderna, y mi padre aprovechando esas anécdotas me contaba en qué consistía el modelo de educación anarquista y eso me ha ayudado a conservar... (detiene el discurso, emocionada).

Aquellos ideales.

Claro. Desde niña. Alguno de sus hijos también salieron anarquistas. Mi padre militante de la CNT y mi tío mayor era de la FAI. Y en casa siempre he oído, no sabría decirte... se cerraban las ventanas y se oía la BBC de Londres. También La Pirenaica algunas veces.

Y al final, aunque no pudo conocerlo, ha rescatado su memoria. Hay quien dice que esto de buscar un puñado de huesos es 'abrir heridas'.

Es cerrar. Cerrar un dolor. Incluso para mis hijos. Uno está aquí, tú le ves y está emocionado. La gente que dice eso, ¿de verdad tienen víctimas del franquismo en su familia? ¿Lo han visto de cerca? ¿Hablan de algo que no saben? Esto hay que cerrarlo y de esta manera, diciendo 'aquí está mi abuelo'. Y enterrar a nuestros muertos es además una cuestión cultural.

Encontrar los restos, darles sepultura y cerrar el duelo.

Exactamente. Y entonces se cierra la herida. Porque vendré el día 1 de noviembre, o cuando sea, y veré el nombre de mi abuelo en una lápida (llora). Ya no tengo esa cosa de dónde estará y dónde lo matarían. Ahora sé que mi abuelo está ahí y tiene un nombre.

Hay quien tiene víctimas y sucumbe a la desmemoria colectiva. 

Pero esto es lo que sentimos la mayoría de las personas con víctimas del franquismo. Y los que por la desmemoria o porque no lo han padecido, lo mejor que podían hacer es ser discretos y no hablar de lo que no saben, porque encima nos hacen mucho daño, ¿comprendes?

En el cementerio donde ha recuperado a su abuelo hay más de 2.000 víctimas del franquismo. Pero la familia Masera es la primera que intenta y logra romper este bloqueo de décadas. Es llamativo.

Yo siento una satisfacción enorme de haber visto a mi abuelo, aunque sea un esqueleto. Porque he crecido con esa ansiedad, de que me faltaba un abuelo. Dónde estaría, y no me atrevía a preguntarlo por la pena tan grande que veía a mi alrededor. Esa es mi satisfacción. Después, si sirve para que la gente que lo vea en los medios se atreva a pedir lo mismo, bienvenido sea. Pero de verdad que no siento ningún orgullo ni nada, sólo una satisfacción enorme y una tranquilidad espiritual grande. Eso es lo que siento.

¿Cuándo pensó que tirando del hilo familiar tenía posibilidades de encontrar a su abuelo?

Cuando el Gobierno de Adolfo Suárez dio pensiones a las viudas mi padre tuvo que pedir un certificado de defunción y me enteré de cuándo lo habían fusilado. Ya era un dato. Y cuando el juez Garzón presentó esa cantidad de sentencias oí la noticia busqué documentación en la cárcel de aquí, el Archivo Municipal y en Diputación.

Y Pedro Masera está entre los 114.226 víctimas del franquismo con nombres y apellidos que acumuló Garzón.

Sí. Entre esos está mi abuelo. Se le envió la documentación a través de una asociación memorialista.

Cuenta que desde entonces ha vivido un proceso complejo.

Esto se quedó paralizado un tiempo pero ya el año pasado entré en contacto con Rafael Moreno (periodista e investigador) y empezamos otra vez. Hasta hoy (sonríe). La primera solicitud oficial para buscar a mi abuelo fue en abril de 2016. No nos contestaron, tuvimos reuniones, pasaba el tiempo, se hizo una cata y cuando salen el fémur y la pelvis dejan de buscar... Después llovió, sufrí mucho porque sabía que el agua podía afectar al estado de los huesos. Y ahora hemos tenido que esperar también porque parece que el interventor ponía pegas.

Su padre tenía 25 años cuando matan a Pedro Masera. Era anarquista. La represión estaba cantada.

Mi padre es represaliado duramente también. Tenía pasaporte para Veracruz (Mexico) y en el puerto de Alicante, pues ya sabemos todos lo que pasó. Que veían los barcos virar y marcharse. Los fascistas entrando por tierra y los barcos marchándose. Lo trajeron a Huelva, le condenaron a muerte que condenaron por cadena perpetua. Pidió traslado a las colonias penitenciarias y estuvo de esclavo del franquismo rehabilitando el Alcázar de Toledo. Estuvo preso, pero claro, ya había conocido a mi madre en el 36, en Madrid.

Se conocen durante la guerra. Casi parece un guión de película.

Mi padre estuvo defendiendo la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo. Franco ya estaba a las puertas mismas de Madrid. Lo mandaron a Aranjuez, que era zona roja y allí conoció a mi madre, Faustina García-Redondo Martínez. Se conocen allí y después de casi tres años de noviazgo se va a Alicante y no saben el uno del del otro durante una temporada.

¿Qué contaban de su encuentro?

Fue una cosa muy graciosa. En Madrid antes nevaba, más que ahora, y mi padre no había visto nunca la nieve. Mi madre iba a comprar leche y él estaba jugando con unos compañeros a tirarse bolas de nieve. Entonces le dijo cualquier piropo y le tiró una y como las madrileñas somos un poco 'chulonas', pues se volvió y le llamó “tonto, no sé cuántos”. Y a él le hizo tanta gracia que se fue detrás de ella, y empezó a ir a buscarla y se hicieron novios. Después la pobre, que era una mujer muy republicana y trabajaba en una fábrica, cuando mi padre pasaba tanta hambre en Toledo ella se iba a trabajar al campo para llevarle por lo menos alguna fruta. ¿Sabes lo que hacían? Guardaban las cáscaras de la fruta para comerlas durante la semana. Hombres que estaban sometidos a trabajos forzados. Mi madre contaba muchas veces que él le decía: “no me vayas a dejar, no te canses de venir, si tu me dejas me muero”.

Y entonces se cierra la herida. Vendré y veré el nombre de mi abuelo en una lápida (llora). Ya no tengo esa cosa de dónde estará y dónde lo matarían. Ahora sé que mi abuelo está ahí y tiene un nombre.