En la Semana Santa de 1991, las calles de Lepe fueron recorridas por primera vez por Nuestra Señora del Amor. Era una de las miles de vírgenes que cruzan las calles de Andalucía y toda España una vez al año, pero este paso en concreto guardaba bajo sus andas todo un testimonio de igualdad: todas las personas que llevaban la imagen eran mujeres.
Desde entonces, solo la pandemia ha impedido que “el Amor” salga a las calles de la localidad onubense cuando el reloj marca las nueve de la noche del Jueves Santo, como consecuencia de la idea de aquella directiva de la hermandad de que solo fuesen mujeres las que la llevasen. Ellas, las primeras costaleras, no lo sabían, pero estaban haciendo historia al ser la primera cuadrilla totalmente femenina que se ponía en marcha en los 79 municipios de la provincia de Huelva.
Las cincuenta pioneras
En la España que preparaba la Expo de Sevilla para un año después, medio centenar de costaleras ya se incorporaron entonces a la primera salida y hasta hoy, año tras año, han logrado conformar un grupo suficiente para seguir con la tradición, e incluso cuentan con una calle en Lepe en homenaje al trabajo que hacen cada año en la noche del Jueves Santo.
La Hermandad y Cofradía del Cristo de la Misericordia, María Santísima de la Esperanza, San Juan Evangelista y Nuestra Señora del Amor de Lepe fue una trasgresora en aquella época, y desde luego se puede decir que siempre lo ha sido, porque fue fundada en mitad de la Guerra Civil, en 1937, aunque sus orígenes son muy antiguos en la devoción en Lepe, ya que se tienen datos del siglo XVII que atestiguan la presencia de alguna de sus imágenes y la devoción de los vecinos.
Costalera, aguaora, contraguía y capataz
En las 30 salidas procesionales que la hermandad ha hecho hasta ahora, son centenares los nombres y las historias de las mujeres que se han puesto bajo el paso de la Virgen. Entre ellas, llama la atención la trayectoria de Marisa González Vallecas, que a sus 29 años ha sido costalera, aguaora, contraguía y capataz. Es decir, ha pasado por todos los escalafones posibles a la hora de estar cerca de la Virgen en su recorrido por las calles de una u otra forma.
“La primera vez que salí de costalera tenía 15 años -en 2006-, y cuando lo dije en casa lo primero que me dijeron fue que con mis problemas de espalda lo pasaría mal”. Así fue, porque sufría mucho en las trabajaderas, recuerda, pero aguantó como el resto de sus compañeras, incluso siendo menor de edad.
Durante cuatro años sacó el paso a la calle, aunque entonces “había más mujeres que ahora para hacer el recorrido”, de modo que se podían hacer más relevos, “pero la mitad del recorrido la aguanté”.
Cuando su espalda aconsejó dejar las trabajaderas, pasó a ser la aguaora, y luego la contraguía, los ojos del capataz allá donde Manolo Galvín no llegaba. Al dejar de cargar la Virgen, “yo seguí yendo a los ensayos y me vestía como las demás para la salida, y Manolo me reconoció en la labor que estaba haciendo ayudando a la Hermandad y a la Virgen en su salida, y me nombró contraguía”. Desde ese momento, compartiendo la labor con Manuel Zamorano, siguió pegada al paso en la calle, y le llegó la oportunidad de ser la capataz, hasta que el cambio de junta directiva en la hermandad trajo consigo un relevo también en su puesto.
Dos hermanas de ideas fijas
En casa de Marisa, cuando dijo que quería ser costalera, tenía una cómplice: su hermana Carmen Lucía, tres años mayor que ella que, entre otras cosas, fue su contraguía cuando ella era la capataz. “En mi casa, mi padre siempre ha sido muy de la Semana Santa, sobre todo muy devoto de Padre Jesús, pero cuando llegó la Virgen del Amor pensamos que era el momento de que las mujeres entrásemos de lleno en la Semana Santa”.
La vinculación con la imagen siguió, y las dos hermanas han sido una base importante de que esta Virgen siga adelante con el trabajo de mujeres de todas las edades. De hecho, no hay límites más allá de las fuerzas de cada costalera para seguir llevando el paso. Un ejemplo es María Galván, que roza los 45 años y este jueves vuelve a ser parte activa de la procesión.
Marisa quiere seguir vinculada por siempre a su Virgen. Cuando la relevaron en el cargo de capataz pensó que tenía que seguir dentro, aunque fuese como aguaora, y así será este Jueves Santo. “No puedo quedarme fuera de repente, tengo que seguir con mi virgen, y quién sabe qué pasará en el futuro”.
Con 29 años, alberga un llamativo e intenso pasado en un paso que lleva a la Virgen que más trabaja cada año por la igualdad. Cuando regrese al templo de Santo Domingo de Guzmán, habrá cumplido el rito de ayudar en una procesión diferente por muchos motivos, que tres décadas después abrió el camino de muchas mujeres en muchos lugares para ser costaleras igual que sus compañeros hombres.