Guillermo Rendueles (Gijón, 1948) es un psiquiatra contra la psiquiatría. O al menos, “contra las prácticas habituales de la psiquiatrización”. Militante del movimiento antipsiquiátrico y escritor (su última obra es Egolatría, 2005), lleva décadas nadando contra la corriente que nos promete que la felicidad está en la consulta de un psicólogo, y denunciando las falsas promesas que los minoristas del bienestar empezaron a vendernos cuando quebraron los mecanismos colectivos que enseñaban a vivir: “Antes a la gente la traían a empujones al psiquiatra; ahora las salas de espera están llenas”. Estuvo en Málaga para participar en las Jornadas sobre política y subjetividad que organiza La Invisible, bajo el título “La potencia común en una sociedad patologizada”. “No hay cosa en la vida, desde el sexo, a morirse o tener depresión, que no sea guiada por psiquiatras. ¿Cómo se ha producido ese proceso?”. De eso versó su charla.
Usted se opone a la corriente dominante en la psiquiatría. ¿Es cada vez más difícil ser heterodoxo?
Si quieres trepar y hacer carrera supongo que sí, pero yo ya soy muy mayor para hacer carrera. Las mayores dificultades son los usuarios: todos los días vienen 15 personas con peticiones completamente descabelladas. Se les ha prometido bienestar en un estado sanitario que les dice que si llevas mala vida, vas a un psicólogo o psiquiatra y la puedes llevar mejor; por desgracia les tengo que decir que ni con pastillas les puedo ayudar a salir de esos malestares más que un poquito.
La psiquiatría y la psicología hacen falsas promesas que luego no pueden cumplir. Hay un texto que se llama “Escuchando al Prozac”, en el que uno de los inventores se plantea cuándo sería correcto parar un duelo cuando se muere un hijo, si vas a atenuar los sentimientos de pena y si es moral. Si se te muere un hijo, aunque te tomes veinte Prozac cada día, te mueres de pena. Hay una falsa promesa de salud y bienestar que la gente oye y cree en un proceso de individuación, porque ha quebrado el “nosotros”; antes se sabía que el duelo había que hacerlo yendo a misa o blasfemando a Dios, pero en grupo.
¿Y cómo se ha llegado a esto?
Ha sido poco a poco. Hay una quiebra de la sociedad tradicional, que daba aportes para esos problemas, un “nosotros” que cuando se te moría alguien te decía cómo hacer duelo. La pena se “colectivizaba”. Ahora nadie sabe cómo envejecer o criar a los niños, si darles un cachete o no, si es bueno o no fingir orgasmos. Ha sido un proceso de invasión de la vida cotidiana por técnicos que dan soluciones técnicas al proceso del vivir común. Sin aquellos grupos naturales que nos enseñaban a vivir, es muy difícil... Porque solos en casa, cada uno viendo la tele, necesitamos seguramente técnicos que enseñen a vivir.
Sin embargo, las redes familiares parecen resistir en España como elemento contrario a esta tendencia de destrucción de los grupos naturales…
Sí, y quienes estudian las crisis españolas se asombran del aguante de la estructura familiar. También pasa con la Iglesia católica o las prácticas tradicionales. Cuando hay una catástrofe de un pesquero en la Costa da Morte, lo primero que hacen con los familiares es reunirlos en un polideportivo con un psicólogo a que hagan duelo. Pero a las familias se le hincharon los huevos, y ellas se fueron ellas a rezar rosarios donde solían aparecer los muertos y ellos a beber orujo. En los atentados de Atocha preguntaron: “¿Qué quieres, psicólogo o cura?” y les fue mejor a los que pidieron cura, mientras que hubo que poner psicólogos para atender a los psicólogos. El capitalismo es una especie de destructor de todo, para que lo único que funcione sea el mercado y sus cálculos. Todos los arcaísmos y todo lo que resiste al mercado, como tradiciones, familia, Iglesia, en contra de lo que pensaba el marxismo tradicional, es progre.
¿Y cómo ha llegado la psiquiatría a extender su objeto?
Hay un extravío. El movimiento antipsiquiátrico promovió sacar a la gente de los manicomios, pensando que sería acogida por sus grupos naturales. En ese momento la psiquiatría cae en barrena. Yo estaba en EEUU a finales de los 70, y nadie quería ser psiquiatra o psicólogo. Pero hay una especie de resurgir cuando se junta una coalición de psiquiatras que hace la clasificación DSM3 e inventan fármacos que, sin ser muchos mejores que los anteriores, no dan tantos efectos secundarios. Y se dice a los psicólogos que tienen que ser economistas de lo íntimo; que invertir tus afectos necesita un técnico que los gestione, porque tú solo no vas a poder. Ese es el momento clave. La antispiquiatría no culmina sino que fracasa, y se provoca un movimiento contrarrevolucionario.
Esa ola todavía nos invade, hasta el punto de que el único premio Nobel que es psicológo se llama Kahneman, y da clases de Economía. Hay un juego de síntesis entre lo económico y lo psicológico: “pregúntele a su economista de cabecera”. La psicoeconomía es la dominante en la universidad americana. Hoy los economistas aconsejan de todo, basándose en curvas de utilidad: cuándo perder la virginidad, si es mejor tener pareja estable o no… Todo es calculable. Kahneman dice que estamos todos mal porque tratamos de encontrar orden a un mundo presidido por la ley de probabilidades.
Entonces, ¿cuáles son las funciones actuales de la psiquiatría y la psicología, y cuáles deberían ser?
¿Qué diferencia hay entre la psiquiatría y el resto de la medicina? Que en la psiquiatría los elementos científicos son los mismos que los que tenía Freud, prácticamente. El traumatólogo te puede decir “tienes una hernia porque lo veo en este escáner”; cuando le preguntas a un psiquiatra “¿cómo sabe que tengo depresión?”, te puede decir lo mismo que Freud: “Te escucho y me suena lo que dices a eso”. ¿Por qué la psiquiatría ha invadido tanto? Porque la DSM3 no refina los criterios, sino que los difumina. La psiquiatría clásica decía que la tristeza del depresivo y la del normal, aunque se llamasen igual, son cosas radicalmente distintas. La depresión es un monstruo psicológico, decían los clásicos, y por tanto un caso psiquiátrico. No se va al psiquiatra diciendo “estoy triste”. Pero con la DSM3 cabe todo.
Ha habido una invasión de la psiquiatría en el imaginario de la gente. Antes se sabía que al trabajo se iba a sufrir y que el jefe en general era un explotador. Que no había nada personal en las relaciones. En el momento en que eso se rompe, se subjetiviza y se plantea como una relación personal y empiezas a percibir al jefe no como quien cumple su papel sino como un perseguidor. En lugar de buscar relaciones de resistencia a ese sufrimiento, en lugar de pensar que necesitas es un comité de empresa y el apoyo de compañeros, lo que buscas es un psicólogo que te dé de baja una temporada.
Un lugar común: la depresión es la enfermedad de nuestro tiempo…
Bueno, la gente se queja más, porque tiene la esperanza de que le vamos a curar más. Hay falsas promesas y falsas esperanzas. Hay un iceberg que se ve más. Lo que llamaban los antiguos “depresiones mayores” no han variado mucho.
¿Qué papel juegan los psicofármacos? ¿Hay una industria levantada sobre nuestra infelicidad?
Como todas las industrias. No hay que ser paranoico. Cuando la psiquiatría era para locos había pocos fármacos y muy baratos. Cuando se puede ampliar el mercado, las farmacéuticas empiezan a invertir y a crear cuadros, como las fobias sociales (se pasa de un sentimiento normal, la timidez, a un cuadro específico): es un papel oportunista. Operan sobre los dos elementos de la ecuación: hacen congresos en los que nos invitan a sitios muy muy caros; y sobre la población: tienen a gente tratando de convencerte de que ese fármaco que cuesta 800 es mucho mejor que el que le está recetando su médico. En EEUU las asociaciones familiares de pacientes psiquiátricos están muy penetradas por los laboratorios.
¿Pero hay una receta contra el sufrimiento?
No. Anestésicos. Se plantea ahora una pastilla que pueda borrar recuerdos, y si sería ético o no. Borrar recuerdos globales es lo que hacía el electroshock. Hay algún preanestésico de uso supercomún que más que quitarnos los dolores lo que hace es que se nos olvida que nos han hecho daño. Los estudios de la memoria están en primera línea. Si a alguien la han violado, y hay una droga que puede inducir una amnesia en ese periodo, ¿es ético? Y hay un inductor del sueño de uso común, que hay que usarlo antes y produce una amnesia. Se usa en medios delictivos. Lo que buscan ahora es a posteriori. Yo creo que borrar recuerdos es malo, excepto cuando se trata de borrar dolor físico y localizado.
Lo que sea por evitar el sufrimiento…
Sí, pero eso es bueno, ¿no? Lo otro se llama masoquismo…