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Barreras vegetales como freno a la erosión

21 de abril de 2022 20:13 h

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Según el Programa de Acción Nacional Contra la Desertificación (PAND), más de dos terceras partes de nuestro país se encuentran dentro de un clima semi-árido y árido, lo que conlleva períodos largos de sequía y eventos torrenciales puntuales. La combinación de estas dos características climáticas hace de nuestro territorio un lugar propenso para la desertificación, degradación y erosión hídrica del suelo, provocando la necesidad de una adaptación forzosa de la agrosilvicultura de nuestros días. Esta situación, además, se ha visto agravada por la maximización de rendimientos, penalizando la improductividad y fomentando de manera indirecta un proceso de simplificación por la eliminación paulatina de los elementos del paisaje, vegetales o no.

Ante este panorama, la reforma de la PAC post 2020 abre una nueva oportunidad a este sector, vinculándose a tres objetivos generales: seguridad alimentaria, intensificación del cuidado del medio ambiente y fortalecimiento del tejido socio-económico de las zonas rurales, utilizando para ello soluciones verdes o basadas en la naturaleza, como el empleo de barreras vegetales.  

Cuando oímos hablar sobre barreras vegetales podemos pensar en una franja de vegetación que delimita una zona, bien como divisoria entre fincas de agricultores vecinos, ubicadas en espacios marginales e improductivos de la explotación, o como la típica línea de setos que observamos en nuestras carreteras. Sin embargo, las barreras vegetales suponen algo más que vegetación en línea ya que mejoran el paisaje, actúan como refugio y conexión para la proliferación de biodiversidad y suponen un freno a la erosión hídrica. Estas barreras deben estar constituidas por especies vegetales adaptadas a las condiciones agroclimáticas del entorno, es decir, que requieran poco mantenimiento y que no supongan un problema para el manejo de la finca. Es por esto que la mayoría de las barreras vegetales, muy utilizadas en paisajes más húmedos, se componen principalmente de especies herbáceas. Sin embargo, el clima semi-árido nos condiciona a establecer barreras vegetales formadas por especies perennes y/o leñosas autóctonas según la zona.

En España, podemos encontrar proyectos como ALIVE (Multifuncionalidad y servicios ecosistémicos de paisajes agrícolas. Maximizando el impacto de la vegetación natural) del IAS-CSIC, el Programa de diversificación de la Campiña Cordobesa del IMGEMA y el Ayuntamiento de Córdoba, y el Grupo Operativo Setos (Setos multifuncionales para agricultura y biodiversidad) del CEBAS-CSIC, que buscan la mejora de los sistemas agrarios mediante la conservación y el establecimiento de elementos del paisaje, en algunos casos específicamente con el uso de barreras vegetales, promoviendo la multifuncionalidad en beneficio de los servicios ecosistémicos. 

¿Cómo funcionan las barreras vegetales frente a la erosión? 

Cuando llueve, una parte del agua escurre a favor de la pendiente, arrastrando consigo partículas de nuestro suelo, y al encontrarse con una barrera vegetal, reduce la velocidad del agua, permitiendo que parte de las partículas arrastradas puedan volver a depositarse.  

Para una correcta implantación debemos localizar los puntos donde la erosión es más propensa, donde tras una lluvia de intensidad media podemos ver cómo se han formado regueros. Este es nuestro punto de actuación. Ahora bien, no se trata de poner vegetación sin un criterio específico, debemos tener en cuenta una serie de variables si queremos que nuestra barrera vegetal cumpla de forma efectiva su función y requiera el mínimo mantenimiento posible.  

En primer lugar, debemos conocer nuestra parcela y qué singularidades tiene. Una finca con una pendiente pronunciada hará que la velocidad de la escorrentía sea mayor, teniendo una capacidad de arrastre de las partículas mucho mayor. Del mismo modo la superficie aguas arriba es importante; cuanto mayor sea la superficie que genera la escorrentía, mayor será el esfuerzo que tendrá que resistir la barrera. Y por último, la precipitación y su intensidad; es decir, ¿cada cuánto ocurre una tormenta torrencial? ¿qué intensidad tiene? Debemos procurar que nuestra barrera resista el envite ante una gran tormenta. 

¿Sobre qué características podemos trabajar?  

Es importante que nuestra barrera se mantenga perpendicular a la dirección en la que se forman los regueros y que, además, su pendiente no sea muy elevada, preferiblemente inferior al 1%. Estos dos criterios son fundamentales para evitar que el agua, al encontrarse con la barrera vegetal y acumularse, pueda encontrar un camino más fácil por el que circular y terminar creando un problema erosivo que antes no existía. 

Es importante que exista una relación adecuada entre las especies que constituyen la barrera y la densidad de plantación: una barrera con herbáceas deberá tener una densidad mucho mayor que una establecida con leñosas.  

La última variable es la anchura, donde la experiencia nos muestra que para controlar la erosión de forma óptima se recomiendan anchuras entre 12 y 14 metros, aunque con barreras más estrechas se pueden obtener buenos resultados, presentan una variabilidad mayor en su eficiencia frente a una tormenta. 

Así pues, cuando vayamos a establecer una barrera vegetal en nuestra finca y conozcamos los puntos más vulnerables frente a la erosión hídrica, estos deben de reforzarse considerando las indicaciones anteriores en su diseño y mantenimiento. Solo así, se logrará un mayor control de la erosión y la mejora de otros servicios ecosistémicos como por ejemplo la provisión de alimentos, y la mejora de la biodiversidad y el paisaje.

Según el Programa de Acción Nacional Contra la Desertificación (PAND), más de dos terceras partes de nuestro país se encuentran dentro de un clima semi-árido y árido, lo que conlleva períodos largos de sequía y eventos torrenciales puntuales. La combinación de estas dos características climáticas hace de nuestro territorio un lugar propenso para la desertificación, degradación y erosión hídrica del suelo, provocando la necesidad de una adaptación forzosa de la agrosilvicultura de nuestros días. Esta situación, además, se ha visto agravada por la maximización de rendimientos, penalizando la improductividad y fomentando de manera indirecta un proceso de simplificación por la eliminación paulatina de los elementos del paisaje, vegetales o no.

Ante este panorama, la reforma de la PAC post 2020 abre una nueva oportunidad a este sector, vinculándose a tres objetivos generales: seguridad alimentaria, intensificación del cuidado del medio ambiente y fortalecimiento del tejido socio-económico de las zonas rurales, utilizando para ello soluciones verdes o basadas en la naturaleza, como el empleo de barreras vegetales.