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La ciencia avisa: hay que actuar ya para salvar los océanos

Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMAN/CSIC) —
27 de junio de 2024 20:53 h

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Parafraseando a Arthur Clarke, “qué inapropiado llamar Tierra a este planeta cuando es evidente que debería llamarse Océano”. Y es que, aparte de cubrir el 70% de la superficie planetaria, nuestros mares y océanos proporcionan la mitad del oxígeno que respiramos y desempeñan un papel central en la regulación del clima. Así, el océano ha absorbido más del 90% del exceso de calor debido al cambio climático y aproximadamente el 30% del dióxido de carbono (CO2) emitido a la atmósfera por las actividades humanas desde el inicio de la Revolución Industrial. Esta contribución a la retirada de calor y CO2 atmosférico es fundamental para la mitigación del calentamiento global.

Por ello, como recoge la Acción por el clima enmarcada en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 13 de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, “el océano es nuestro mayor aliado en la lucha contra el cambio climático”. Sin embargo, este papel como gran sumidero de calor y carbono ha afectado a la salud del propio océano y de sus ecosistemas.

En los últimos 50 años, la temperatura de los primeros 700 metros de la columna de agua ha aumentado gradualmente, con consecuencias aún inciertas sobre la circulación de las corrientes marinas. Cualquier modificación en sus trayectorias actuales debida a cambios en la densidad del agua por la influencia térmica, afectará a los patrones climáticos en grandes regiones geográficas del planeta. En paralelo, los eventos conocidos como olas de calor marinas, aunque de corta duración, ocasionan efectos demoledores sobre las comunidades biológicas y su entorno.

Por otro lado, la absorción de ingentes cantidades de CO2 atmosférico ha dado lugar a la disminución del pH del agua de mar en la práctica totalidad de las cuencas oceánicas, el cual se había mantenido estable durante los últimos 800.000 años. Este fenómeno progresivo que acuñó el término de acidificación oceánica, es particularmente dañino puesto que reduce la concentración de carbonato, o cemento con el que los organismos calcáreos construyen sus estructuras carbonatadas. Todos los eslabones de la red trófica marina contienen especies calcáreas cuyas tasas de calcificación ya se están viendo afectadas por la disponibilidad de carbonato, aunque quizás el ejemplo más icónico lo constituyen los corales, que representan los auténticos “constructores” de los ecosistemas marinos. Con las actuales tasas de acidificación que estamos documentando, muchos organismos están condenados a disolverse y eventualmente, desaparecer, y con ellos, el resto de congéneres que comparten su hábitat y que dependen directa o indirectamente de su presencia y actividad. La biodiversidad marina se enfrenta, por tanto, a un escenario catastrófico a lo largo del presente siglo, ya que se seleccionarán las criaturas más resistentes a las nuevas condiciones físico-químicas, indudablemente más adaptadas al nuevo escenario, pero diferentes.

Además, los modelos climáticos y oceanográficos anticipan el riesgo de que, en virtud de reacciones de retroalimentación, la tendencia actual se invierta, y las aguas marinas se sobresaturen en CO2, perdiendo su capacidad para secuestrar este gas desde la atmósfera. En un futuro no muy lejano, grandes regiones oceánicas actuarían como fuentes de carbono a la atmósfera liberando toneladas de CO2 y acentuándose el calentamiento global.

Desde las lejanas y frías aguas del océano Austral hasta las templadas aguas de nuestro Mediterráneo, en el Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía del CSIC destinamos esfuerzos para evaluar el estado de los ecosistemas marinos ante estas perturbaciones. Nuestras investigaciones contribuyen a redes internacionales de observación y seguimiento del progreso del cambio climático en el océano, con el fin de ser capaces de pronosticar las tendencias futuras de calentamiento y acidificación en diversas regiones, incluyendo las masas de agua que bañan Andalucía. En ellas, ya hemos descrito olas de calor marinas, cada vez más frecuentes e intensas y estimado el horizonte temporal en el cual los organismos calcáreos se verán expuestos a un ambiente corrosivo. Recientemente, hemos identificado la presencia de las olas de calor y de la acidificación marina en la Antártida, durante la realización de la campaña oceanográfica del proyecto DICHOSO.    

Uno de los pioneros en la preservación de los ecosistemas marinos del pasado siglo XX, Jacques Cousteau, ya nos invitaba entonces a participar de un objetivo común que aún es alcanzable: “Si fuéramos lógicos, el futuro sería, de hecho, desolador. Pero somos más que lógicos. Somos seres humanos, tenemos fe, tenemos esperanza y podemos trabajar”. Su alegato en defensa del océano fue oído y recogido por la Asamblea General de las Naciones Unidas que en 2017 proclamó el Decenio de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible (2021-2030) que se aproxima ya a su ecuador (https://oceandecade.org/es/).

Los investigadores estamos llamados a revolucionar la ciencia para provocar un cambio radical en la relación de la humanidad con el océano, de tal modo que éste sea productivo, resistente y sostenible. Desde el ICMAN, nuestro compromiso con el mandato internacional es firme, pero el mar es de todos, la responsabilidad para preservarlo también.

Parafraseando a Arthur Clarke, “qué inapropiado llamar Tierra a este planeta cuando es evidente que debería llamarse Océano”. Y es que, aparte de cubrir el 70% de la superficie planetaria, nuestros mares y océanos proporcionan la mitad del oxígeno que respiramos y desempeñan un papel central en la regulación del clima. Así, el océano ha absorbido más del 90% del exceso de calor debido al cambio climático y aproximadamente el 30% del dióxido de carbono (CO2) emitido a la atmósfera por las actividades humanas desde el inicio de la Revolución Industrial. Esta contribución a la retirada de calor y CO2 atmosférico es fundamental para la mitigación del calentamiento global.

Por ello, como recoge la Acción por el clima enmarcada en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 13 de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, “el océano es nuestro mayor aliado en la lucha contra el cambio climático”. Sin embargo, este papel como gran sumidero de calor y carbono ha afectado a la salud del propio océano y de sus ecosistemas.