El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
La desmemoria histórica con los científicos
Hace unas semanas el Congreso de los Diputados aprobó definitivamente la reforma de la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, que establece la plena equiparación de los investigadores más jóvenes, los llamados predoctorales, al resto de los trabajadores por cuenta ajena. Se materializa así lo que parecía una utopía inalcanzable para los que fuimos becarios predoctorales de investigación hace treinta o cuarenta años. Parafraseando a Juan Luis Arsuaga, yo también fui en su día un puto becario (PB).
La reforma recién aprobada representa el estadio final de un largo proceso proceso evolutivo que, parangonándolo a la evolución biológica, podemos decir que se inicia con el género PB, hoy completamente extinguido. Agrupaba un conjunto de especies de becario que practicaban el salto al vacío profesional y que se sabe con seguridad todavía no articulaban sonidos como “derechos laborales”, “pagas” o “seguro”. La última especie en extinguirse, hace aproximadamente una década, el PB predoctoralis, solía laborar de sol a sol, de lunes a domingo. Doctorarse y seguir en la investigación parecía ser su único objetivo vital.
La evolución en aquella carrera científica primitiva vino condicionada por dos factores. Primero, por la utilidad y relevancia creciente que la sociedad fue otorgando a la actividad científica. Segundo, por el cambio progresivo en la percepción de los científicos sobre si el disfrute cognoscitivo justificaba unas condiciones laborales tan deficientes.
La vocación impertérrita de aquellos PB predoctoralis primigenios de continuar a cualquier precio, contribuyó a que la condición precaria se mantuviera en etapas posteriores. Tras un mínimo de cuatro años los PB predoctoralis supervivientes -doctorados y seleccionados- migraban unos años desde el gélido panorama científico nacional hacia un centro extranjero de prestigio. Dicha migración propició la aparición del PB postoctoralis alienis, o becario postdoctoral en el extranjero, que se extinguió hacia principios del presente siglo. Poco antes, había desaparecido otra especie relacionada, alumbrada por un proceso selectivo a partir de la última citada: el PB rediiti, o becario postdoctoral de reincorporación. Era propia de hábitats en los que se tenía que seguir currando todavía, hasta tres años más, sin ser considerado trabajador. Pues bien, toda la prolongada carrera selectiva descrita, que había dejado en la cuneta a la mayoría de los PBs originales, no garantizaba en absoluto la supervivencia profesional. O aparecía un puesto adecuado por el que competir y dar un salto evolutivo al género Estabilis, o se iba directamente a la extinción. De estos últimos PBs, la mayoría, que nunca llegaron a estabilizarse, no ha quedado ninguna huella en el registro fósil de la actividad considerada útil (o sea, en su vida laboral).
Cerco a la figura del PB predoctoralis
Ni siquiera los que lograron sobrevivir y estabilizarse en la actividad científica, los Estabilis, escaparon del lastre del pasado como PB. Como el lastre genético que la selección natural no ha podido depurar, el lastre laboral como PB aflora hacia la séptima década de vida. Aquí, las secuencias defectuosas, o los años en blanco, pueden ser letales.
Desafortunadamente, esta última es la circunstancia de gran parte de los antiguos PBs de investigación, que alcanzaron con éxito la estabilidad. Hasta una docena de años de trabajo duro -primero como licenciados, después como doctores- en proyectos públicos, nunca llegaron a reconocerse como actividad laboral. Por fortuna, estos periodos bien currados, pero laboralmente invisibles, se fueron reduciendo a medida que las figuras menos presentables -los PBs postdoctorales, en sus diversas variantes- fueron desapareciendo y las becas postdoctorales sustituidas por contratos laborales, lo que acaeció hacia principios de este siglo. A partir de aquí, se puso cerco a la figura del PB predoctoralis, cuya permanencia era defendida a muerte por muchos del establishment -incluyendo burócratas y Establis interesados- como una suerte de mili necesaria “que todos habíamos tenido que pasar”. Pese a las resistencias, a lo largo de quince años se avanzó desde los PB predoctoralis primigenius (el becario predoctoral puro y duro, con 4 años de beca y ningún beneficio social), a los PB predoctoralis hibridus (o becario predoctoral semicontratado, con dos años de beca y dos de contrato laboral) y, por último, a investigador predoctoral contratado, que todavía no ha recibido nombre científico. Este último estadio vino a representar el verdadero salto cualitativo con respecto a todo lo que habíamos vivido y conocido anteriormente. La reforma de la Ley recién aprobada en el Congreso consagra no sólo el carácter laboral de la relación de los investigadores predoctorales con sus instituciones, sino también su plena equiparación con los trabajadores que desempeñan cualquier otra actividad. Se terminó, por fin, la “excepción científica”.
Avance y superación profesional
A cualquiera ajeno al gremio, le puede parecer trivial esto de que titulados universitarios, plenamente habilitados para el ejercicio de profesiones cualificadas, que han superado un proceso selectivo y se incorporan a trabajar a proyecto de investigación -que también ha pasado un duro proceso de selección y ha tenido que justificar muy bien ese contrato- tengan la misma consideración que un trabajador novel que desempeñe su actividad con la misma titulación en otro sector. Sin embargo, en investigación, constituye una circunstancia extraordinaria, por cuanto quiebra definitivamente la cadena de prejuicios, injusticias y desprecios que hemos arrastrado durante décadas. Y ello es así porque certifica la plena utilidad social y productiva de la actividad científica, quedando los científicos noveles plenamente equiparados a los que desarrollan otras actividades productivas. En resumen, se está ante un logro cuya relevancia solo puede apreciarse bien desde una perspectiva evolutiva.
Y dentro de esa historia de avance y superación profesional, muchos de los que fueron PBs hace muchos años esperaban y merecen alguna mención o vía de reparación de por lo menos algunos de aquellos años trabajados y nunca reconocidos. Hasta ahora, les ha faltado algún buen buscador de huesos, un Arsuaga capaz de desempolvar las historias de aquellas especies de becarios extintas y traerlas a la opinión pública bajo la perspectiva de lo que hoy reconocemos, por fin, en un texto legal, como derechos básicos e inalienables de los científicos noveles.
En todo caso, llegue o no la merecida memoria histórica y el reconocimiento, para los que las vivieron, aquéllas etapas de PB, en cualquiera sus variantes, forman una parte entrañable e inolvidable de su juventud científica.
Hace unas semanas el Congreso de los Diputados aprobó definitivamente la reforma de la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, que establece la plena equiparación de los investigadores más jóvenes, los llamados predoctorales, al resto de los trabajadores por cuenta ajena. Se materializa así lo que parecía una utopía inalcanzable para los que fuimos becarios predoctorales de investigación hace treinta o cuarenta años. Parafraseando a Juan Luis Arsuaga, yo también fui en su día un puto becario (PB).
La reforma recién aprobada representa el estadio final de un largo proceso proceso evolutivo que, parangonándolo a la evolución biológica, podemos decir que se inicia con el género PB, hoy completamente extinguido. Agrupaba un conjunto de especies de becario que practicaban el salto al vacío profesional y que se sabe con seguridad todavía no articulaban sonidos como “derechos laborales”, “pagas” o “seguro”. La última especie en extinguirse, hace aproximadamente una década, el PB predoctoralis, solía laborar de sol a sol, de lunes a domingo. Doctorarse y seguir en la investigación parecía ser su único objetivo vital.