El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
CIENCIA
Galileo, la Luna y los japoneses
Solo seis países y un consorcio europeo han accedido al suelo lunar: Unión Soviética, EEUU, China, UE (ESA; Agencia Espacial Europea), India, Israel y Japón. La manera en que estas misiones han alunizado ha sido diversa. EEUU, con el proyecto Apolo, es el único país que ha posado al hombre sobre la Luna. Doce astronautas con bandera norteamericana han podido dar saltos sobre un suelo polvoriento y volver a casa con algunas piedras en la mochila y algún otro instrumental dejado allí por misiones anteriores. Apolo se despidió de la Luna en 1972. Hace más de cincuenta años que nadie ha dejado impresa la huella de su bota sobre el polvo blanquecino del satélite. El resto de las aventuras lunares ha sido puro pero sofisticado cacharreo y la más de las veces, chatarreo. La mayoría de las sondas enviadas a la superficie lunar acabaron estrellándose contra ella ya fuera accidental o voluntariamente y solo China parece haber sido capaz de posar un robot, en 2019, sobre la cara oculta de nuestro satélite, sin estrellarlo.
Viene esto a colación del resultado de la última misión espacial japonesa a la cara oculta de la Luna. El alunizador Hakuto-R de la empresa ispace perdió el contacto con la base el 25 de abril pasado cuando estaba próximo a alunizar transportando dos robots móviles. Uno de ellos era una contribución de los Emiratos Árabes Unidos y el otro un pequeño artefacto, imbuido de la estética de la Guerra de las Galaxias, construido por Sony y una empresa de juguetes japonesa denominada Tomy. Es la primera vez que una compañía comercial, ispace, se adentra en solitario en la aventura humana de colocar un artefacto sobre nuestro satélite. Si consideramos que la Agencia Espacial Japonesa (AXA) todavía no ha podido posar ningún robot sobre la faz de la Luna [1], que los cielos nocturnos se están llenando de constelaciones de satélites artificiales diseñadas, construidas, enviadas y explotadas por multinacionales de excéntricos multimillonarios, y que ChatGPT, la aplicación de inteligencia artificial universal y gratuita, pertenece a la empresa OpenAI a la que Elon Musk no fue ajeno, la reflexión está servida.
Un malhadado presidente
No es la primera vez que la Luna y sus circunstancias genera y sustenta debates de interés que afectan directamente al género humano a través de la interpretación teológica, filosófica, científica, social, económica y política del satélite terráqueo. Sin ir más lejos, la Unión Soviética metió a la Luna de lleno en la guerra fría al impactar un objeto artificial contra su superficie en septiembre de 1959. La frase atribuida a un senador norteamericano –si nuestros hijos no aprenden matemáticas tendrán que aprender ruso– puede que no se pronunciara jamás pero la decidida política de un malhadado presidente, un cambio sustancial en el sistema educativo norteamericano, un antiguo oficial de las SS y la inyección de miles de millones de dólares decantó la carrera espacial con el resultado que todos conocemos.
Quizás la más atractiva, agitada y trascendente discusión que tuvo a la Luna como protagonista se la debemos –cómo no– a Galileo Galilei.
Pero quizás la más atractiva, agitada y trascendente discusión que tuvo a la Luna como protagonista se la debemos –cómo no– a Galileo Galilei. A principios del Siglo XVII, el orden del universo, incluyendo la naturaleza de los objetos que lo conformaban, estaba regido por la escolástica que anclaba su filosofía natural en Aristóteles, Platón y la interpretación de las sagradas escrituras propiciada por los padres de la iglesia. Aunque Copérnico estaba ya en el currículo de varias universidades europeas, incluida la Universidad de Salamanca [2], su heliocentrismo se consideraba un artilugio matemático que podía facilitar el cálculo de navegantes y cosmógrafos pero no representaba un nuevo sistema del mundo.
La verdadera naturaleza del mundo supralunar
Para los escolásticos la Luna era la frontera de dos universos, el terrenal y el celestial. La naturaleza o sustancia de los cuerpos que ocupaban ambos espacios era completamente diferente. Los objetos sublunares, asociados a la Tierra, eran cambiantes, perecederos y estaban constituidos por los cuatro elementos clásicos: tierra, agua, aire y fuego. El éter, la quinta esencia, era la verdadera naturaleza del mundo supralunar. La Luna, el resto de planetas y las estrellas del firmamento se movían imperturbables siguiendo el curso de sus esferas. Aristóteles basó su concepto del éter en una serie de premisas que conectaban los diferentes tipos de movimientos con los elementos básicos. El movimiento circular, siendo el más perfecto y anterior a los otros solo podía estar asociado a un elemento también perfecto con propiedades distintas a los cuatro sublunares. No tendría peso, como la tierra o el agua, ni podría elevarse hacia los cielos, como el aire o el fuego, ya que no tiene movimiento rectilíneo ni hacia abajo ni hacia arriba. La ausencia de movimiento lineal revelaba entonces el carácter inalterable de su naturaleza.
Sin embargo, cuando en 1609 Galileo apunta su anteojo a los cielos observa un cosmos tan cambiante como el de la esfera sublunar. Señala cinco descubrimientos diferentes: a) la Luna presenta cráteres y montañas como la Tierra, b) se han observado cuatro nuevas estrellas girando alrededor de Júpiter, c) Venus muestra fases como la Luna, d) Saturno parece estar formado por tres esferas, las dos más pequeñas situadas a los lados del ecuador de la mayor, y e) la Vía Láctea no es más que un conglomerado de estrellas arracimadas. Estos resultados junto a una introducción al telescopio se publicaron en un pequeño volumen, el Sidereus Nuncius [3], en marzo de 1610. El libro no levantó inicialmente un gran rechazo. Los astrónomos del Colegio jesuita de Roma, con Clavius a la cabeza, aceptaron rápidamente la existencia de los cuatro satélites de Júpiter y las fases de Venus. Solo la analogía entre la Luna y la Tierra, la existencia de valles y montañas en nuestro satélite de similar naturaleza a la terrestre, generó una importante controversia que afectó a los fundamentos clásicos de la astronomía y la filosofía. La Luna pasó a ser objeto de estudio de la filosofía natural y se modificaron, ampliaron y discutieron nuevas formas y herramientas de adquisición del conocimiento de la naturaleza. Las lunas del Sidereus Nuncius la liaron parda.
[1] AXA ha estrellado algún artefacto sobre la Luna y tiene previsto enviar, a finales de año, un pequeño robot denominado Smart Lander for Investigating Moon (SLIM) que se posará sobre su superficie. Esta misión ha sufrido ya varios retrasos.
[2] Ver La astronomía en la España del primer tercio del siglo XVII de Mariano Esteban Piñeiro.
[3] El mensajero sideral o, como también se ha traducido, El mensaje sideral.
Sobre este blog
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
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