El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Huellas flamencas en Buenos Aires y Ciudad de México: una historia aún por contar
A raíz del violento estallido de la Guerra Civil española, destacados artistas del flamenco optaron, de manera inexorable, por la diáspora en América Latina, con destinos preferentes en Buenos Aires y Ciudad de México. De tal suerte, en el significativo período comprendido entre 1936 y 1959, llegaron a contribuir no solo a la paulatina difusión y manifestación expresiva de tan granado arte en estos representativos enclaves americanos, sino también a la hora de entablar un fértil diálogo con el amplio y atractivo acervo folclórico existente en tales pagos al calor y color de un rico mestizaje multicultural.
Este fue el caso de la compañía de Amalio Alcoriza. El periplo de sus integrantes, que los llevó desde la Línea de la Concepción, donde se encontraban en el momento del inicio de las hostilidades, hasta Buenos Aires —pasando por Gibraltar, Tánger y Marsella—, ilustra las vicisitudes e incertidumbres que los artistas, en general, y los flamencos, en particular, tuvieron que afrontar durante este crudo episodio de nuestra historia nacional. En su elenco encontramos a cantaores como Pena hijo o el Niño de Utrera, o a tocaores como Sabicas. Sin embargo, aunque terrible y desgarrador, el paso a tierras americanas también abrió la puerta a la incorporación de estos profesionales a sus espacios escénicos y circuitos comerciales. De este modo, la Gran Compañía de Arte Lírico Andaluz Alcoriza, que ese era su nombre completo, logró un resonante éxito en Buenos Aires con la obra el Padre Castañuelas, donde el actor y cantaor Florencio Castelló no dudó en cantar por guajiras o fandangos ataviado con sotana, y contando con el acompañamiento de la guitarra de Pepe de Badajoz. Posteriormente, seguirían recorriendo el Nuevo Mundo, llevando sus espectáculos a distintas ciudades del Cono Sur y los Andes hasta recalar en Ciudad de México. Allí algunos de sus miembros se integrarían en la potente industria cinematográfica azteca. Especialmente representativo es de nuevo el caso de Castelló, quien adquirió notable fama a la hora de encarnar personajes andaluces gracias a su memorable vis cómica, y quien participó en varias películas de otra sobresaliente representante del arte andaluz en México, como fue Lola Flores, o con afamados cómicos locales como el sin par Germán Valdés, Tin Tan.
Esta es solo una pequeña muestra de una historia que está aún, en buena medida, por contar: la historia de las migraciones de los artistas flamencos a raíz del conflicto español y, por ende, la historia del flamenco en tierras hispanoamericanas. Por supuesto, existen respetables empeños por rescatar estos, o colindantes, episodios del arte flamenco en el continente americano: desde el amplio abanico de estudios sobre los estilos denominados de ida y vuelta, a investigaciones, con un enfoque más general, sobre las migraciones andaluzas, pasando por obras monumentales como Tremendo asombro. Huellas del género andaluz en los teatros de La Habana y otras informaciones a lo flamenco (1790-850), de José Luis Ortiz Nuevo, o ¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco, de José Manuel Gamboa.
Voces a rescatar
No obstante, desde el proyecto Presencia del flamenco en Argentina y México (1936-1959): espacios comerciales y del asociacionismo español (FLA/AMEX), financiado por la Junta de Andalucía, y conformado por un grupo de investigadores de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, CSIC, la Universidad de Sevilla y la Universidad Pablo de Olavide, hemos decidido poner el foco en ese contingente de mujeres y hombres que se vieron impelidos a exportar el flamenco a los escenarios de urbes como Buenos Aires o Ciudad de México.
Este es un viaje que habrá de conducirnos a rescatar sus voces (sus bailes y sus toques) desde los teatros, como los bonaerenses Avenida o Maravillas, a las salas de fiesta, como la mexicana El Patio, famosa por su espectacularidad, y los restaurantes de aquellas latitudes, pero también a revisar el lugar que el flamenco jugó en nuevos ámbitos de encuentro de los españoles migrantes como fueron las asociaciones regionales o enclaves singulares como el Ateneo Español de México. En estos espacios, a medio camino entre la calidad de las artes escénicas y la calidez de la sociabilidad humana, sobresalieron figuras del cante como Pena hijo, Angelillo, Niño de Utrera, Niño del Brillante, Niño de Caravaca, Chiquito de Triana o Florencio Castelló, maestros del baile de la talla de Julio Maera, la casa de las Amaya o Los Chavalillos Sevillanos (Rosario y Antonio) y, claro está, distinguidos referentes de la guitarra flamenca de la altura de Sabicas, Esteban de Sanlúcar, Pepe de Badajoz, con notoria influencia de Ramón Montoya, o Francisco Millet.
Son, de hecho, algunos de los numerosos nombres que cobraron protagonismo como agentes actorales en obras de teatro, actuaciones de variedades, revistas, ballets o fiestas flamencas, además de desempeñar, cómo no, un papel crucial en la cinematografía de ambientación española tanto de Buenos Aires como de Ciudad de México. Junto a ellos cabe citar, por último, señeras figuras de la época como el musicólogo y docente Domingo José Samperio, en Ciudad de México, el letrista Salvador Valverde en Buenos Aires, o los poetas recitadores y declamadores Manuel Benítez Carrasco y Salvador Marín de Castro, quienes recorrieron estos pagos manteniendo un diálogo estético, al unísono, con las figuras del cante, el baile y el toque.
Por último, con una función de divulgación científica y recuperación de dicho patrimonio cultural entre las dos orillas, este equipo de investigadores prepara la producción de la Antología del Flamenco Migrado, que ofrecerá una cuidada selección de archivos fonográficos de los artistas analizados, acompañada, a su vez, de un estudio preliminar en calidad de marco contextual y guía de audición sonora. Todo ello, en definitiva, al servicio de la divulgación científica a partir de un objeto de estudio que subraya de nuevo el hermanamiento cultural entre Andalucía y América Latina.
Volveremos, con esta empresa, a oír las modulaciones de Sabicas en el fastuoso escenario de El Patio, a encontrar reunidos a Imperio Argentina o al bailaor Curro Terremoto en una cinta filmada en Argentina por el gaditano Antonio Momplet, o a disfrutar de la edición mexicana de la renombrada Antología del cante flamenco, de Perico el del Lunar.
La obtención de parte de la información recogida en este artículo ha sido posible gracias a proyectos anteriores como “Andalucía y América Latina: intercambios y transferencias culturales” (P07-HUM-03215, Proyectos de investigación de excelencia. Junta de Andalucía) y Becas Iberoamérica para Jóvenes Profesores e Investigadores España 2013.
A raíz del violento estallido de la Guerra Civil española, destacados artistas del flamenco optaron, de manera inexorable, por la diáspora en América Latina, con destinos preferentes en Buenos Aires y Ciudad de México. De tal suerte, en el significativo período comprendido entre 1936 y 1959, llegaron a contribuir no solo a la paulatina difusión y manifestación expresiva de tan granado arte en estos representativos enclaves americanos, sino también a la hora de entablar un fértil diálogo con el amplio y atractivo acervo folclórico existente en tales pagos al calor y color de un rico mestizaje multicultural.
Este fue el caso de la compañía de Amalio Alcoriza. El periplo de sus integrantes, que los llevó desde la Línea de la Concepción, donde se encontraban en el momento del inicio de las hostilidades, hasta Buenos Aires —pasando por Gibraltar, Tánger y Marsella—, ilustra las vicisitudes e incertidumbres que los artistas, en general, y los flamencos, en particular, tuvieron que afrontar durante este crudo episodio de nuestra historia nacional. En su elenco encontramos a cantaores como Pena hijo o el Niño de Utrera, o a tocaores como Sabicas. Sin embargo, aunque terrible y desgarrador, el paso a tierras americanas también abrió la puerta a la incorporación de estos profesionales a sus espacios escénicos y circuitos comerciales. De este modo, la Gran Compañía de Arte Lírico Andaluz Alcoriza, que ese era su nombre completo, logró un resonante éxito en Buenos Aires con la obra el Padre Castañuelas, donde el actor y cantaor Florencio Castelló no dudó en cantar por guajiras o fandangos ataviado con sotana, y contando con el acompañamiento de la guitarra de Pepe de Badajoz. Posteriormente, seguirían recorriendo el Nuevo Mundo, llevando sus espectáculos a distintas ciudades del Cono Sur y los Andes hasta recalar en Ciudad de México. Allí algunos de sus miembros se integrarían en la potente industria cinematográfica azteca. Especialmente representativo es de nuevo el caso de Castelló, quien adquirió notable fama a la hora de encarnar personajes andaluces gracias a su memorable vis cómica, y quien participó en varias películas de otra sobresaliente representante del arte andaluz en México, como fue Lola Flores, o con afamados cómicos locales como el sin par Germán Valdés, Tin Tan.