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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

AGUA

Llueve, pero aún persiste la sequía

La sequía, que sigue entre nosotros a pesar de las últimas lluvias, ha sido siempre un rasgo consustancial de las áreas de clima mediterráneo. No obstante, en las últimas décadas está cambiando su fisonomía, afectando también a las áreas de clima continental. Además, ahora los periodos de sequía son más recurrentes que antes (cada cuatro años, las lluvias suelen reducirse en un 80%) siendo interrumpidos bruscamente con imprevisibles tormentas de una intensidad inusitada, acompañadas, en ocasiones, de granizo y pedrisco de extraordinaria virulencia. 

Algunos expertos ven en ello síntomas del cambio climático, otros lo achacan a fenómenos más coyunturales, como el del calentamiento de los océanos producido por la corriente marítima conocida como “El Niño/Oscilación del Sur” (ENOS). Sea como fuere, debemos adaptarnos a estas situaciones, buscando fórmulas que nos permitan minimizar sus efectos. 

No obstante, es un hecho que, cuando comienza a llover, dejamos de hablar de la sequía y aparcamos las posibles soluciones. Por eso, al igual que solemos decir, sin mucho éxito, que los incendios forestales deben apagarse en invierno con políticas preventivas, de la sequía hay que hablar también cuando llueve. Y es buen momento hacerlo en estos días de lluvia de finales de primavera, que están aliviando la situación en algunas zonas de nuestro país, aunque no en todas, pero causando también graves daños en otras. 

No debe olvidarse que, a día de hoy, y aún con las últimas lluvias caídas, nuestros embalses continúan estando muy por debajo de su capacidad, al igual que ocurre con el estado de los acuíferos que almacenan las aguas subterráneas. Si excluimos los pantanos destinados a la producción de energía, el agua media embalsada es hoy inferior al 40% de su capacidad (veinte puntos por debajo de la media de las dos últimas décadas por estas fechas), existiendo, no obstante, grandes variaciones entre cuencas (80-90% en la cornisa cantábrica, frente al 25-30% en las cuencas mediterráneas). Respecto a los acuíferos, más del 40% de las masas de agua subterránea está sobrexplotado (extraemos mediante pozos más de lo que repone el ciclo natural), teniendo mucho que ver en ello la situación de sequía que atravesamos. 

Mayor consumo general de agua 

Es verdad que, con el actual nivel de la tecnología, aún no podemos provocar las lluvias, pero sí paliar los efectos de la sequía, anticipándonos a ellos mediante una gestión más eficiente de los recursos hídricos. Hay que tener en cuenta, además, que las sequías de ahora vienen cada vez más acompañadas de altas temperaturas. Ello hace que, unido al aumento de las extracciones para satisfacer la demanda general de agua, dure menos el volumen embalsado, debido a su evaporación, y que sean más dañinos sus efectos al aumentar la evapotranspiración de las tierras agrícolas. Ello tiene además evidentes resultados negativos en el estado de los acuíferos al ser mayor el nivel de concentración de residuos minerales en las filtraciones subterráneas. 

Gracias a los avances tecnológicos, sobre todo en los electrodomésticos, y también a las campañas de sensibilización, se consume ahora menos agua por habitante que hace dos décadas. Por ejemplo, el consumo de agua en los hogares españoles ha disminuido en los últimos veinte años, pasando de los 171 litros por habitante y día en 2001, a los 139 litros en 2023. Lo mismo sucede en la agricultura de regadío, cuyo consumo de agua por hectárea se ha reducido un 25% en los últimos diez años. 

Sin embargo, es un hecho innegable que globalmente consumimos más agua que antes, no sólo porque se ha incrementado la población, sino también porque nuestro actual modelo de desarrollo, basado sobre todo en la concentración urbana y el consumo ilimitado de bienes y servicios, es cada vez más dependiente de los recursos hídricos. Ello hace que extraigamos un 2% anual más de agua de los embalses que la que éstos reciben por el ciclo natural de lluvias, al igual que ocurre con la ya comentada sobreexplotación de los acuíferos. 

Recordemos, además, que hoy se concentra ya el 80% de la población española en núcleos urbanos, lo que exige mayor volumen de abastecimiento de agua, tanto para consumo doméstico, como para los diversos tipos de servicios asentados en las ciudades (comercio, hostelería, industria, servicios de lavacoches o lavanderías…) Además, esa concentración requiere un suministro de alimentos a precios asequibles, que sólo es posible satisfacer gracias al aumento de la producción agrícola, en especial la agricultura de regadío. Hoy, casi la cuarta parte de la superficie agrícola está regada, absorbiendo casi el 80% del agua disponible, pero produciendo dos tercios de la producción vegetal, que es la base de muchos de nuestros alimentos. 

Todo esto significa que, además de por las razones ya citadas de las altas temperaturas que acompañan a las nuevas modalidades de sequía, es un hecho que el elevado consumo global de agua vacía nuestros embalses y acuíferos a mayor velocidad que antes. Los embalses ya ni siquiera soportan cuatro años continuados de escasez de lluvias, y en los pozos cada vez hay que profundizar más para extraer el agua subterránea de los acuíferos. 

Esto hace que, en fechas cada vez más tempranas, se produzcan situaciones de déficit hídrico en las que la demanda de agua no puede ser asegurada a todos los tipos de usuarios. Ello exige un replanteamiento tanto de las políticas hidráulicas, como de las políticas de gestión de los recursos hídricos. 

La política hidráulica 

El balance histórico de la política hidráulica española es positivo. Se han hecho grandes inversiones, construyéndose embalses y pantanos para regular el caudal de nuestros ríos y acumular agua en periodos de abundancia de lluvias para así afrontar los tiempos de escasez. Hay 372 grandes y medianos embalses, con una capacidad total de almacenamiento de 56.000 hm³ de agua, además de gran número de presas y azudes. Ello significa que aproximadamente el 50% del caudal fluvial de nuestro país está regulado, siendo el primer país de la UE en este tema. Algunos de esos embalses se remontan a los años 1950 e incluso más atrás, otros son más recientes, y la mayor parte de ellos han sido financiados con recursos públicos, produciendo energía, abasteciendo de agua nuestras ciudades y posibilitando el desarrollo de una potente agricultura de regadío. 

En lo que se refiere a las aguas subterráneas, España almacena unos 30.000 hm³ al año en más de 700 masas de agua (MASub), que cubren casi el 80% de territorio nacional y que abastecen a más del 20% de la población (en algunas cuencas, ese porcentaje se eleva al 60%). No obstante, sólo se aprovecha una quinta parte (6.000 hm³) de las masas de agua subterránea, lo que abre un gran potencial de utilización si se gestionan adecuadamente nuestros acuíferos. 

En este sentido puede decirse que nuestro país está bien preparado para afrontar los periodos tradicionales de sequía en lo que respecta al agua acumulada en embalses y acuíferos, haciendo frente a las necesidades de la población y de los distintos sectores económicos (agricultura, industria, turismo…) Pero debe prepararse mejor para los nuevos tipos de sequía que, al ser más recurrentes e ir acompañados de altas temperaturas, hacen que los embalses y acuíferos se vacíen con más rapidez. 

Dada la imposibilidad por razones políticas y de confrontación entre Comunidades Autónomas de aplicar el tantas veces aplazado Plan Hidrológico Nacional, sólo cabe seguir aplicando los trasvases entre cuencas ya aprobados (como el Tajo-Segura), implementar algunos proyectos pendientes de ejecución y poner en marcha algunas pequeñas y medianas obras hidráulicas para trasvasar agua dentro de una misma cuenca (en el marco de los correspondientes planes hidrológicos de tercer ciclo). Además, no parece que tenga mucho sentido ampliar la capacidad de agua embalsada mediante la construcción de nuevos embalses, ya que, debido a las exigencias de la Directiva Agua en materia de preservación y restauración del caudal ecológico de los ríos y a la estrategia “Biodiversidad” del Pacto Verde Europeo (que insta al cierre de presas y azudas infrautilizadas), no encontrarían financiación en los fondos de la UE. 

Pero sí se pueden emprender otras acciones en materia de infraestructuras hidráulicas. Me refiero, por ejemplo, a la modernización de los actuales embalses, que, por la obsolescencia de algunos de ellos, presentan importantes pérdidas, tanto en el propio embalse, como en las conducciones que llevan el agua a las explotaciones agrarias o a los núcleos de población (se pierde en torno al 20% de agua en fugas por el deficiente estado de la red de conducción). Se sabe, además, que hay pantanos de más de 50 años que tienen un alto nivel de colmatación, acumulando tan grandes masas de lodo, que en muchos casos reducen más del 30% el agua real embalsada (algunos embalses están incluso inutilizados por ese motivo). Creo que en el tema de la modernización de nuestros embalses debería concentrarse gran parte del esfuerzo de la política hidráulica, además de en la mejora de las redes urbanas de distribución. 

Además, y como ya se está haciendo con financiación de los fondos Next Generation de la UE, la política hidráulica debe ser una palanca para avanzar en la construcción de plantas depuradoras de agua en los núcleos urbanos para su posible reutilización o para su retorno en buen estado a los ríos. Asimismo, debe impulsarse en zonas costeras de baja pluviometría la construcción de plantas desaladoras, que permitan asegurar, primero, el abastecimiento de agua a la población, y luego, el suministro a los sectores económicos (industria, agricultura y turismo), algo que ya está promoviendo el gobierno de la nación (ver algunas de las medidas del último decreto de sequía). 

La gestión de los recursos hídricos 

Pero más allá de la política hidráulica, basada en las grandes y medianas infraestructuras, se puede hacer mucho en el ámbito de la política de gestión de los recursos hídricos para que sea más eficiente. En este sentido, se debe seguir avanzando en el uso de la tecnología para lograr un mayor nivel de ahorro en el consumo de agua. En el medio urbano, reformas como el cambio del tipo de grifería en los hogares o la mayor eficiencia de los electrodomésticos han tenido un efecto importante en el ahorro. Ahora toca aplicar los nuevos programas smart cities (ciudades inteligentes) en la detección automática de las posibles fugas, así como en la reutilización de las aguas depuradas para la limpieza de las calles y el riego de parques y jardines (economía circular). 

En lo que se refiere al sector agrario, las tecnologías han tenido un efecto directo en la reducción del consumo de agua por hectárea, al sustituir los riegos por gravedad o superficie por los riegos localizados (por goteo). Hoy, más de la mitad de la superficie de regadío utiliza eficientes sistemas localizados. A ello se le añade ahora el uso de las nuevas tecnologías de precisión, posibilitando que sólo se rieguen aquellas parcelas que realmente lo necesiten (riegos deficitarios). 

Si todo eso se acompaña de impulsar la investigación para crear variedades vegetales menos exigentes en agua y por ello mejor adaptadas a entornos secos, podemos ir avanzando hacia sistemas de gestión más eficiente de los recursos hídricos, y por tanto mejor preparados para afrontar los periodos de escasez. Esto hará, además, que la capacidad de almacenamiento de nuestros pantanos pueda ser mejor aprovechada por la agricultura, aumentando la duración del agua embalsada e impulsando fórmulas innovadoras de gestión como los “bancos de agua”. No se trata de reducir la superficie de regadío, pero sí de limitar, e incluso congelar, su expansión, para evitar el “efecto rebote”, debiendo tener un papel fundamental en ello las comunidades de regantes y las asociaciones en que se integran. 

Asimismo, queda mucho por hacer en lo que respecta a la gestión y conservación de las aguas subterráneas. Es prioritario intensificar el control e inspección de las extracciones para evitar la sobreexplotación de los acuíferos, además de acelerar el cierre de los pozos ilegales que existen en amplias zonas de nuestro país y que amenazan la supervivencia de humedales de alto valor ecológico. Asimismo, es necesario avanzar en la depuración y reciclaje, tanto de los residuos agrícolas (fertilizantes y pesticidas) y ganaderos (purines y deyecciones de los animales), como de los domésticos e industriales (aguas residuales, fugas de colectores, vertidos de gasolineras y talleres…), al ser todos ellos, fuente importante de contaminación de las aguas tanto de las superficiales como de las subterráneas, habiendo sido objeto ya nuestro país de expedientes sancionadores por parte de la UE. 

Y por último queda el reto del ahorro energético. Se sabe que hoy cada vez pesa más el coste de la energía en el coste del agua, por lo que la transición energética tiene que llegar al ámbito del consumo de los recursos hídricos, sobre todo, aunque no sólo, en el sector agrario (el consumo energético en la agricultura representa un 4,5% del total del consumo de energía en nuestro país). El uso de energías renovables está siendo un elemento fundamental para la extracción de agua subterránea en las explotaciones agrarias, así como en la utilización por parte de los agricultores de las aguas superficiales procedentes de los canales de riego, además de la utilidad que están teniendo estos tipos de energía en la ganadería intensiva. 

Conclusiones 

De todos estos temas hay que hablar también cuando llueve, y no sólo cuando estamos en el momento álgido de un periodo de sequía y la ansiedad nos nubla la razón. En estas situaciones extremas sólo queda acudir a las medidas restrictivas para asegurar al menos el consumo de agua de la población, y a las medidas paliativas (como los decretos nacionales y regionales de sequía) para mitigar los daños que provoca a los productores afectados por ella (principalmente, los agricultores). El tema de la sequía hay que tratarlo con calma, con sentido de Estado, y con un horizonte de medio y largo plazo. 

Hay amplio margen para emprender acciones que mejoren nuestras infraestructuras hidráulicas, algunas ya obsoletas, así como para buscar otras fuentes de recursos, como la desalación o la reutilización de las aguas depuradas. También hay margen para realizar trasvases entre ríos dentro de la misma cuenca hidrográfica, así como para impulsar bancos de agua o para avanzar en el ahorro usando las nuevas tecnologías, tanto en el medio urbano e industrial, como en la agricultura. Asimismo, hay espacio para mejorar el conol y los sistemas de gestión de los acuíferos para asegurar su buen estado de conservación. Finalmente, hay que apostar por estas nuevas tecnologías para avanzar en la transición energética, haciendo más eficiente el consumo de energía tanto en el sector industrial, como en el agrícola y ganadero. 

Y todo ello, sin abandonar el mensaje de que es necesario tanto en los hogares, como en los distintos sectores económicos, ajustar nuestros hábitos de consumo a la oferta real de los recursos hídricos, unos recursos siempre limitados.

La sequía, que sigue entre nosotros a pesar de las últimas lluvias, ha sido siempre un rasgo consustancial de las áreas de clima mediterráneo. No obstante, en las últimas décadas está cambiando su fisonomía, afectando también a las áreas de clima continental. Además, ahora los periodos de sequía son más recurrentes que antes (cada cuatro años, las lluvias suelen reducirse en un 80%) siendo interrumpidos bruscamente con imprevisibles tormentas de una intensidad inusitada, acompañadas, en ocasiones, de granizo y pedrisco de extraordinaria virulencia. 

Algunos expertos ven en ello síntomas del cambio climático, otros lo achacan a fenómenos más coyunturales, como el del calentamiento de los océanos producido por la corriente marítima conocida como “El Niño/Oscilación del Sur” (ENOS). Sea como fuere, debemos adaptarnos a estas situaciones, buscando fórmulas que nos permitan minimizar sus efectos.