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12 de octubre: una fiesta nacional (no sólo en España)

Laura Giraudo / Laura Guiraudo

Escuela de Estudios Hispanoamericanos (EEHA/CSIC) —

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“El 12 de octubre era nuestro día”, escribió en sus memorias el mexicano José Vasconcelos. Y es que la “Fiesta Nacional de España” –tal como declara el real decreto de 1987– se ha fijado en una efeméride histórica que también es “fiesta nacional” en varios países latinoamericanos. Si en España es ahora simplemente fiesta nacional, antes fue “Día de la Hispanidad” (así se le llamaba en el R.D. de 1981) y antes todavía “Día” o “Fiesta de la Raza”, denominación que se sigue manteniendo en el continente americano, y que convive con otras expresiones recientes como “Día de la Diversidad Cultural Americana” o “Día del Respeto a la Diversidad Cultural” (Argentina), “Día del Encuentro de Dos Mundos” (Chile) o “Día de la Resistencia Indígena” (Nicaragua y Venezuela).

Justamente era su homenaje a la “raza” lo que agradaba a Vasconcelos de esa que llamaba “la fiesta grande” y que, tras un ambiguo reconocimiento oficial, acabó declarándose fiesta nacional de México en 1929, cuando ya se había extendido a lo largo del continente. Cierto es que la “raza” de Vasconcelos no era la misma que la de otros que defendieron la conmemoración en esos años y en los posteriores: era una “raza” en devenir, hispanoamericana y universal, la “raza mestiza”: “una raza hecha con el tesoro de todas las anteriores, la raza final, la raza cósmica”. Su afición a “lo hispánico” era parte de su oposición a la intrusión estadounidense y, a pesar de las distancias, en ese terreno podía encontrarse con otras propuestas de aquellos años, como la del argentino José Ingenieros, que llamaba a una “Unión Latino-Americana” para mantener la independencia frente al panamericanismo de Estados Unidos (“América Latina para los latinoamericanos”, decía en un famoso discurso en octubre de 1922). Otra Unión, que no hay que confundir con la fundada por Ingenieros, la Unión Iberoamericana, había sido fundada en 1885 con la celebración de la raza como única razón de su existencia, en un momento en que España estaba cambiando su orientación hacia América. La Unión Iberoamericana se dedicó a promover la celebración y su inserción en el calendario de varios países. Y es que entonces, como hoy, las expresiones que se usan tienen su propio recorrido y sus distintos usos según los momentos, las circunstancias y los actores, y no es lo mismo decir hispanoamericana, iberoamericana, panamericana o latinoamericana.

Un día festivo con muchas caras

Más allá de relatos mistificadores que busquen un único (o el verdadero) origen de los festejos del 12 de octubre y de la siempre tentadora solución de la continuidad histórica y de la intrínseca coherencia de las conmemoraciones, lo que sabemos es que algo que empezó con un día festivo puntual para el año 1892, con ocasión del IV Centenario del “Descubrimiento” y que en los siguientes veinte años solo dio lugar a alguna que otra celebración esporádica, cobró fuerza en la década de 1910, impulsada por los círculos de inmigrantes españoles (e italianos).

En los años veinte, el 12 de octubre era celebrado prácticamente en toda América como “Día de la Raza”, y se fue entrelazando con proyectos, movimientos y procesos internacionales y nacionales (de los distintos países), asumiendo varias formas y diferentes motivos: desde el americanismo promovido por los intelectuales españoles a principios de siglo (que lo veían como una solución regeneradora para España) a la conmemoración de la República española (que enfatizaba la forma de gobierno y el ejemplo de la repúblicas latinoamericanas como fuente de hermanamiento), mientras que los falangistas, ya durante la guerra, proponían el “Día de la Hispanidad” para oponerse a las connotaciones republicanas y enfatizar la relación con el catolicismo; desde la proyección continental-universal de Vasconcelos (que rechazaba las teorías raciales europeas sobre el hibridismo desde un nuevo paradigma racial, el de la raza mestiza) a las distintas nacionalizaciones de la fecha, como en Argentina, donde el presidente Hipólito Yrigoyen aprovechó la coincidencia con el día de toma de posesión de los nuevos mandatarios para instituir el Día de la Raza como fiesta nacional en 1917 (y así asegurarse la paternidad de la misma).

En los procesos de nacionalización de la celebración, sus presupuestos hispanistas pueden ir de la mano con las evocaciones indigenistas: así, en México, en 1929 –año en que fue declarado el 12 de octubre fiesta nacional–, el paseo oficial se prolongó desde el monumento a Colón hasta el monumento a Cuauhtémoc, uniendo ambas figuras como “símbolo de la raza”. Será bajo otra estatua de Cuauhtémoc, réplica de la mexicana, que curiosamente donó Vasconcelos en representación de México durante la exposición universal de 1922, donde en Río de Janeiro se celebrará desde 1944 y cada 19 de abril otro día, aparentemente de tendencia opuesta, denominado el “Día del Indio”. Otro escenario más para dar profundidad histórica al significado y al uso de categorías que han definido y siguen definiendo nuestras representaciones colectivas.

 

 

“El 12 de octubre era nuestro día”, escribió en sus memorias el mexicano José Vasconcelos. Y es que la “Fiesta Nacional de España” –tal como declara el real decreto de 1987– se ha fijado en una efeméride histórica que también es “fiesta nacional” en varios países latinoamericanos. Si en España es ahora simplemente fiesta nacional, antes fue “Día de la Hispanidad” (así se le llamaba en el R.D. de 1981) y antes todavía “Día” o “Fiesta de la Raza”, denominación que se sigue manteniendo en el continente americano, y que convive con otras expresiones recientes como “Día de la Diversidad Cultural Americana” o “Día del Respeto a la Diversidad Cultural” (Argentina), “Día del Encuentro de Dos Mundos” (Chile) o “Día de la Resistencia Indígena” (Nicaragua y Venezuela).

Justamente era su homenaje a la “raza” lo que agradaba a Vasconcelos de esa que llamaba “la fiesta grande” y que, tras un ambiguo reconocimiento oficial, acabó declarándose fiesta nacional de México en 1929, cuando ya se había extendido a lo largo del continente. Cierto es que la “raza” de Vasconcelos no era la misma que la de otros que defendieron la conmemoración en esos años y en los posteriores: era una “raza” en devenir, hispanoamericana y universal, la “raza mestiza”: “una raza hecha con el tesoro de todas las anteriores, la raza final, la raza cósmica”. Su afición a “lo hispánico” era parte de su oposición a la intrusión estadounidense y, a pesar de las distancias, en ese terreno podía encontrarse con otras propuestas de aquellos años, como la del argentino José Ingenieros, que llamaba a una “Unión Latino-Americana” para mantener la independencia frente al panamericanismo de Estados Unidos (“América Latina para los latinoamericanos”, decía en un famoso discurso en octubre de 1922). Otra Unión, que no hay que confundir con la fundada por Ingenieros, la Unión Iberoamericana, había sido fundada en 1885 con la celebración de la raza como única razón de su existencia, en un momento en que España estaba cambiando su orientación hacia América. La Unión Iberoamericana se dedicó a promover la celebración y su inserción en el calendario de varios países. Y es que entonces, como hoy, las expresiones que se usan tienen su propio recorrido y sus distintos usos según los momentos, las circunstancias y los actores, y no es lo mismo decir hispanoamericana, iberoamericana, panamericana o latinoamericana.