El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Plantas estresadas y vinos excelentes
Mis amigos acostumbran a llamarme “magiareta” por mi desbordante entusiasmo por Hungría, que se inició hace un par de décadas con mi asistencia a un congreso que reunió a un variopinto grupo de participantes: Fisiólogos, sicólogos, médicos, siquiatras, fitopatólogos. ¿Qué hacía una investigadora en bioquímica vegetal como yo en un foro como ese, que reunía desde aquellos que trabajábamos en patógenos de plantas a los que lo hacían con niños traumatizados por contiendas bélicas?
Lo cierto es que Hungría es la cuna de Hans (János) Selye, un médico húngaro emigrado a Canadá en el periodo de entreguerras, creador del concepto de estrés allá por los años treinta, y que ha demostrado ser válido para cualquier ser vivo, incluidas nuestras plantas domésticas y los cultivos que nos alimentan. De hecho, el vino húngaro más famoso, el dulce Tokaji, es un producto procedente de uvas estresadas.
¿Les sorprende que las plantas se estresen?. Cualquier ser vivo cuando se enfrenta a un medio ambiente hostil, que supera con creces su capacidad de adaptación, experimenta un síndrome de estrés común, pero adaptado a su nivel de complejidad. Así el mundo vegetal sufre de estrés por la acción de factores adversos que impiden su crecimiento y desarrollo, como son las temperaturas extremas, la sequía, la salinidad, el exceso y la falta de luz, la contaminación por metales pesados y una enorme variedad de infecciones por patógenos como virus, bacterias, hongos o insectos.
Ante el estrés suele haber un dilema: “Fight or flight ” ( huir o luchar); pero para las plantas, prisioneras de su ambiente, sólo vale la segunda alternativa. Y pueden ser muy guerreras y ante un nuevo factor de estrés activan señales de alarma para preparar toda su batería de mecanismos de defensa. Si sufren por temperaturas extremas, sintetizarán proteínas u otros compuestos de defensa frente al calor o el frío; si crecen a grandes alturas y están expuestas a fuerte radiación ultravioleta, producirán filtros contra esta radiación y si las invade un patógeno, generarán una gran variedad de sustancias -entre ellas, su propia aspirina, el ácido salicílico- que tratarán de impedir que la infección se extienda. Frente al estrés, las plantas se endurecen, lo mismo que nosotros ante el sufrimiento. Con ello, se trata de evitar el daño que el estrés produciría si la situación se prolonga o es muy intenso y se puede lograr la recuperación cuando el factor adverso desaparezca. Alarma, endurecimiento, recuperación; ésas son las distintas fases del estrés vegetal y del que nos asalta a menudo a nosotros.
Pero cambiemos la perspectiva y tratemos de ver el estrés de una forma positiva. Al fin y al cabo, todos los seres vivos somos el resultado evolutivo de distintas formas de estrés; no haber estado sometido nunca a él nos haría de una debilidad extrema ante nuestro entorno.
Y existen además deliciosos productos agrarios fruto del estrés vegetal. El mencionado Tokaji es un vino de podredumbre noble, que logra sus altos niveles de azúcar por una infección con un hongo -Botrytis cinerea- que deshidrata las uvas. En Centroeuropa se producen los costosos ice wein (vinos de hielo) en los que se consigue el mismo efecto anterior gracias a la congelación de la uva en los fríos inviernos. Algunos de nuestros excelentes tintos españoles también fueron estresados en origen, con poco riego en la fase final del cultivo para concentrar el azúcar que luego fermentará. Así la industria vinícola se beneficia enormemente del estrés vegetal.
Y también lo hacen los floristas. La forma más vendible de la flor de Pascua, Poinsettia, es como un ramo redondeado. Esto se consigue gracias a la infección de la planta por un fitoplasma patógeno que produce el fenómeno de free-branching (algo así como producir ramas a lo loco). Los intensos colores de algunas tienen su origen en la síntesis de compuestos flavonoides de defensa frente al frío que sufrieron en la fase de floración.
A estas alturas, quizás se pregunten cómo podemos detectar el estrés vegetal y qué hacer para remediarlo. Les prometo hablarles en una próxima entrada de este blog de los “estetoscopios” del fisiólogo o bioquímico vegetal y de cómo “nos hablan” las plantas a los científicos.
Mis amigos acostumbran a llamarme “magiareta” por mi desbordante entusiasmo por Hungría, que se inició hace un par de décadas con mi asistencia a un congreso que reunió a un variopinto grupo de participantes: Fisiólogos, sicólogos, médicos, siquiatras, fitopatólogos. ¿Qué hacía una investigadora en bioquímica vegetal como yo en un foro como ese, que reunía desde aquellos que trabajábamos en patógenos de plantas a los que lo hacían con niños traumatizados por contiendas bélicas?