La biografía oficiosa de Ana Garralón (1965) dice que nació en Madrid en una casa sin libros y que empezó tarde a leer. Será por eso que luego lo cogió con ganas y que toda su vida ha girado en torno a la palabra escrita para niños. Es librera, traductora, escritora, profesora, investigadora, crítica literaria y lectora. Mantiene un blog (https://anatarambana.substack.com/ ) en el que escribe sus cartas “con un poco de pimienta” por las que pasean, buscando una salida del bosque, Roald Dahl, ositos de peluche y monstruos de colores. En 2016, recibió el Premio Nacional de Fomento a la Lectura otorgado por el Ministerio de Cultura, Educación y Deporte.
Garralón vino a Málaga invitada por Verdial, la fiesta de las letras y la cultura iberoamericana organizada por los escritores Fernando Iwasaki y Jorge Volpi, con el apoyo de la Universidad Nacional Autónoma de México, La Térmica y el Ayuntamiento de Málaga.
Atiende a elDiario.es Andalucía antes de impartir un taller sobre los libros de no ficción para niños (“¿Y si no leemos cuentos?”) y de pronunciar una conferencia titulada “La literatura infantil controlada”. “Prohibidos, censurados, reescritos, los libros han vivido censuras, se han visto afectados por correcciones políticamente correctas, se han cancelado y ello ha afectado a los creadores”.
La literatura no tiene el poder de convertirte en un machista
¿Quién quiere controlar los libros infantiles?
Siempre, en la literatura infantil, había esta rama pedagógica que decía que los libros tienen que instruir deleitando, pero tienen que instruir. Y se da una batalla entre lo pedagógico y lo literario, y muchas veces gana lo pedagógico. Rousseau pedía Robinson Crusoe porque hay que “forjar a los hombres”, y nada de cuentos de hadas. Esa mentalidad todavía existe. Hay mucho control de lo que se publica, se escribe y se lee.
¿Cuál es el interés de controlar el mensaje de los libros infantiles: económico, político, ideológico?
Económico, porque la escuela y las familias demandan un tipo de libros, por ejemplo, utilitarios: libros para quitarse el pañal, para las emociones... Hay un mercado que se atiende. También hay un control político, porque hay bastante censura en las escuelas. Y hay un control social, porque todavía se piensa que hay cosas que los niños no pueden entender. Que mejor que esté todo muy clarito.
Y no es así…
Los niños siempre encuentran un camino para para llegar a los libros. Están siempre sometidos: la escuela les pide que lean libros que están escritos ad hoc para la escuela… Pero de repente se encuentran autores como Roald Dahl y no pueden parar de leer o El diario de Greg. Encuentran la manera de salirse un poquito. Los niños van a las librerías con los padres o a las bibliotecas con las familias que les dicen “este sí, este no”.
Hay una desconfianza hacia lo que puedan elegir…
Más que desconfianza, creo que es la idea de que los libros tienen que servir para algo, tener un mensaje. Si nos vamos a divorciar, le damos un libro que lo explique; si viene un hermanito o una hermanita les vamos a dar también un libro. Eso no tiene que ver con la literatura, que es un arte de las palabras. Hay muchos autores que dicen “no voy a poner esta palabra que no la van a entender”. Entonces rebajan. Los libros que les dan con 11 años son muy flojitos, todo muy masticado.
Esos libros de los que hablas parecen manuales adaptados al público infantil. ¿Es el triunfo del utilitarismo?
Sí, sí, sí. Por un lado, está la idea de que, si alguien se lo cuenta y es un libro, mejor. Pero al final los libros son como instrucciones de vida. Te dicen lo que tienes que hacer y cómo tienes que hacerlo. Y acabamos con lectores de libros de autoayuda, gente que necesita que le digan qué hacer con su vida. Estos libros en los últimos años se han multiplicado muchísimo. Me parece muy preocupante porque no es darle un objeto con el que se va a divertir, es enseñarle que un libro le da un mensaje, le dice cómo tiene que comportarse y eso va en contra de la literatura.
¿Qué es un buen libro infantil?
Uno que levanta un mundo por sí mismo. Que tiene una ficción, una fantasía que te introduce en ella, que crea imágenes, que te descubre palabras que no conocías, una manera de ver el mundo que no estaba cerca de lo que tú vives. Un buen libro de literatura es un libro que terminas y te queda resonando. No es un libro que dejas a un lado y no lo quieres volver a leer más. Hay libros que los niños, por ejemplo, dicen “léemelo otra vez”. Cada noche quieren el mismo libro porque les está diciendo cosas que, aunque no saben ellos expresar, tienen que ver con la psicología. Con las emociones, con sentimientos muy profundos que tú no sabes expresar, pero que el libro refleja. Eso para mí es un buen libro.
¿Cuál es el papel de la ficción literaria en el desarrollo infantil?
Es un juego entre lo real y lo inventado, donde tú entras, exactamente igual que la ficción para los adultos. Con Matilda [Roald Dahl] todos los niños se quedan locos porque de repente hay un desafío a la autoridad. Se cuestiona a los padres, se cuestiona la autoridad de la escuela o a cualquier niño. Eso da un placer inigualable: aunque en su vida se sienta un poco oprimida porque se prestan a esto y no a esto, de repente la ficción da un escape maravilloso y además hay un final feliz y todo se arregla. Y aunque en las brujas el protagonista se convierta en ratón, da igual.
La literatura infantil y juvenil es la única que se categoriza por edad. ¿Por qué?
Porque hay una comprensión lingüística que cambia mucho con la edad y una competencia lectora que va creciendo. Yo tengo problemas con la etiqueta de literatura juvenil, que es un mercado muy grande y muy burbuja y encerrado en sí mismo. Siempre pido que quitemos las etiquetas, porque no depende de la edad, sino del nivel mental que tengan los niños.
¿Hay un interés editorial en la etiqueta?
Sí, es también un requisito comercial. Pero Alan Pauls dice “yo leí Cortázar con 11 años”. Hoy están tan encasillados que para que alguien de 11 años llegue a Cortázar tiene que saltar muchas barreras. Porque van a las escuelas y si el niño está en segundo de primaria son estos libros y estos escritores que escriben para esas colecciones. Sin embargo, por ejemplo, los libros de Roald Dahl o cualquier libro clásico, Pinocho, se puede leer a niños con cinco años. Alicia en el País de las Maravillas. Si tienen siete años se puede leer en voz alta.
Has mencionado varias veces a Roald Dahl. ¿Qué opinas del intento de reescribir algunas de sus obras?
Un desastre. Hay una gran cantidad de manipulaciones para adecuar esos libros a un mercado más amplio, no solamente Roald Dahl. Y además los cambios son que en lugar de poner “le dio un bofetón”, lo cambian por “le dio la oportunidad de hablar”. Hay muchos autores a los que les quieren quitar cosas porque aparece un niño disfrazado de indio y pueden ofenderse. Todo lo que está pasando en el mundo adulto pasa en la literatura infantil.
En 2019 una biblioteca retiró una parte del catálogo de libros en una escuela en Barcelona por considerarla “tóxica”. Solo un 10% estaba escrito con una perspectiva de género. Cayeron Caperucita Roja o La Bella Durmiente. ¿Cómo encajar los cuentos tradicionales a los avances por la paridad de género?
A mí esto me parece un drama. En el momento en que lees literatura desde cualquier perspectiva, no te queda ningún libro salvo. Es nuestra cultura. No podemos limpiar La Odisea porque Ulises salió y su mujer estaba en casa esperándolo. No es esa la lectura que merece la literatura y la cultura en general. Lo interesante es que los que escriben hoy escriban como les dé la gana, a ver si tienen la misma calidad que los de antes, que no la tienen. Leo muchísimas adaptaciones de cuentos clásicos y son una basura, no hay nada literario. Todos dan el mensaje, lo obvio y se pierde el mundo simbólico, de interpretar cosas que no has conocido. Se dice que hay que contextualizar. Tendremos que empezar a hacer notas a pie diciendo el teléfono fijo era esto. Los lectores tenemos imaginación, no somos cortos de cabeza.
En el libro uno entra diciendo “había una vez” y ya vas a otro lugar donde puede pasar todo.
¿Se puede adaptar nuestro bagaje cultural a las sensibilidades contemporáneas?
Para mí es muy preocupante esta pelea con lo clásico, con un legado que es muy rico. A Lewis Carroll todavía hoy lo acusan de pedófilo, porque siempre que hay un libro con éxito lo quieren tumbar, porque no se adecúa a mi pensamiento. Yo he estado en una escuela con maestras que me dicen: “Yo leí de pequeña Los Cinco, me encantaban, pero a mi hija no se los puedo leer porque es que hay muchas cosas de género”. ¿Tú no te das cuenta de que leíste eso y eres maestra independiente, profesional? No te ha afectado la literatura, no tiene el poder de convertirte en un machista. Los niños no leen así, leen arquetipos, no estereotipos. Y hay más estereotipo en una presentadora de televisión que va teñida de rubio y es delgadita que lo que pone en un libro. En el libro uno entra diciendo “había una vez” y ya vas a otro lugar donde puede pasar todo.
WisÅawa Szymborska contó que a un amigo escritor le rechazaron un cuento infantil porque lo protagonizaba una bruja y eso asustaba a los niños. ¿Tiene todo esto que ver con la sobreprotección?
Creo que la infancia hoy en día está sobreprotegida. En ciudades grandes no pueden salir solos, no pueden ir a la escuela solos y volver, y para quedarse en casa de unos amigos hay que pedir 800 permisos. Todavía se piensa que los niños son unos seres ingenuos y un poquito bobos. Y creo que hay muchas ideas preconcebidas sobre lo que es la infancia. La infancia es cruel. La infancia tiene deseos, la infancia tiene frustraciones. La infancia tiene sueños. Y todo eso está en los libros. Yo tengo un libro de Szymborska muy subrayado porque tiene muchas cosas que dice a los poetas. Por ejemplo: “Cando aprendas a soñar, vuelve a escribir”. Porque no solamente para niños, sino para adultos también hay ideas sobre lo que debe de ser un poema, de lo que debe de ser un cuento. Y la literatura va por otro lado.
Y esta adaptación de los cuentos a las sensibilidades contemporáneas, ¿es nueva? Pienso en la adaptación que han ido sufriendo los cuentos tradicionales, como Caperucita Roja, con un desarrollo original más violento y casi gore.
Creo que ha habido una apropiación. Son relatos muy populares y tú lees el de Perrault y el de los Grimm y hay muchas diferencias. El de los Hermanos Grimm tiene incluso dos finales. Lo que hay es mucha apropiación, porque hay mucho escritor sin imaginación que dice “Ah, pues voy a coger un cuento clásico tal y lo reescribo a mi manera”. Y como hay un mercado que está pidiendo la Caperucita empoderada, pues funciona y lo vende. A mí lo que me parece delicado es la apropiación y que se llegue a un punto en que los niños conocen todos estos subproductos y no han tenido la oportunidad de conocer el cuento de verdad, con su ritmo, con su prosa.
Y con su final, no necesariamente feliz, como en la Caperucita original.
Bruno Bettelheim, en los años 60, 70, cuando estaban las feministas diciendo “fuera los cuentos de hadas”, escribió un libro que se llama Psicoanálisis de los cuentos de hadas para explicar por qué esos cuentos interesan a los niños: los números, la cantidad de cosas que pasan, la relación que hay con una narración de aventuras de los niños que son abandonados. Ese es un pensamiento que tienen todos los niños, vivan en familias felices o infelices. El abandono es un miedo que está ahí y nadie habla de ello más que de repente en Hansel y Gretel, que los padres los echan al bosque y tienen que buscarse la vida. Hay muchas pistas para entender por qué estos cuentos han perdurado. Están en nuestro ADN, porque son las cosas con las que uno se enfrenta cada día. Aunque estés viviendo en una gran ciudad, hay muchos bosques.
Gianni Rodari tiene un artículo con trucos para que los niños odien leer. Vamos a intentar ponerlo en positivo. ¿Tienes algún consejo para fomentar la curiosidad por los libros?
Hay mucho que se puede hacer. Ir con ellos a bibliotecas, a librerías, dejarles que elijan, que se equivoquen, no elegir tú por ellos, sino que empiecen a desarrollar su sentido crítico. Leer por la noche es fundamental, incluso cuando ellos ya saben leer. Que se mantenga esta dinámica y con siete u ocho años empiecen a leer La Isla del Tesoro, por ejemplo, que es algo que tú solo no vas a leer pero que te va a dar mucha potencia mental. Y naturalmente tiempo y calma, que hoy en día es muy complicado. Los niños aprenden por imitación. Si en una comida estás hablando de un libro que has leído, estás diciendo “esto es importante para mí y lo puede ser para ti también”. Si no lees en casa o lees los cinco minutos antes de dormir y ellos nunca te ven, no puedes decirle luego “siéntate a leer un ratito”.