Cádiz llora la muerte de Paco Leal, pionero de las chirigotas ilegales y del ‘Carnaval chiquito’
Fue de esos gaditanos que hacen un poco de todo, pero todo lo hacen bien. Francisco Leal Moreno, más conocido como Paco Leal, fue hallado sin vida este lunes en su domicilio a los 70 años de edad, tiñendo de luto el verano de su ciudad natal, donde era una celebridad querida y respetada. Unos disfrutaron de sus agrupaciones, junto a otros autores tan admirados como Paco y Emilio Rosado o El Gómez; otros disfrutaron de sus textos y hasta comieron de su cocina en La Perola, el local que regentó en la calle Cánovas del Castillo. Y en todos los que le conocieron dejó una huella honda y perdurable.
Su amigo, el periodista e investigador Javier Osuna, recuerda que su madre, apodada La Negra, dijo después de parirlo: “Este niño ha nacido llorando de risa”. Sucedió un 6 de mayo en el número 13 de la antigua calle San Leando, hoy de La Palma, en el corazón del barrio de La Viña. “Hay en su infancia un olor a chicharrones recién hechos del puesto de Curro, que impregnaba Garaicoechea y Callejones”, escribe Osuna. “Aromas de pimientos asaos por la masetilla y de la tortilla 'para soldados' que sin patatas creara su padre, honrado trabajador de Intendencia. Recuerda la gracia de su tía Luisa, hermana de su progenitor, que inundaba toda la estancia; esa gracia endémica de Cádiz que casi roza el tópico, pero que el tránsito de los siglos no hace más que confirmar su evidencia, por poco racional que nos pueda parecer. Rememora el calor del anafe de su abuelo Paco o el moño recogío con su impoluto delantal blanco sin encajes de su abuela Lola; la tinaja de agua fresca con el jarrillo de lata, la olla de caracoles con hinojo hirviendo o las lapas mariscadas en El Aculaero cociéndose con sal gruesa”.
Fue también buen aficionado al flamenco, como sobrino del cantaor Manuel Moreno, El Niño de la Viña, bailaor en la compañía de Manolo Caracol y Lola Flores. Asimismo, sintió la llamada del teatro desde muy joven, militando en grupos de vanguardia como Quimera, junto a José María Sánchez Casas, Carrusel, Teatro Popular y Valle Inclán. De un modo natural, las tablas le llevaron a desarrollar su talento natural en el ámbito carnavalesco, donde destacó por sus inagotables guasa y creatividad. Y no solo se limitó a escribir y cantar para diversas agrupaciones, sino que también revolucionó la caracterización de los carnavaleros introduciendo el látex y otras novedosas fórmulas de maquillaje con formaciones como La boda del siglo, Grandes Relatos, Tres notas musicales, Los cubatas, Los tontos de capirote, El crimen del mes de mayo, Zombi, El brujo, Los piratas, Ghandi, La plastilina, Los pequeños cantores del viena, Los templarios, La trinchera, La máscara y un largo etcétera.
Para los más 'jartibles'
Sin embargo, si la historia reciente de Cádiz y su carnaval le reserva una página de honor es por ser pionero de las agrupaciones callejeras –las conocidas como ilegales por no plegarse a la normativa del concurso del Gran Teatro Falla, metiéndose en la piel de Marilyn Monroe en Los peliculeros, La Guapa en Los churreros, Melody en La pequeña Melody, vidente en Autopista hacia Benalup, Estíbaliz en Mocedades, Sultana (de coco) en Los morazos o La Pantoja en La última tentación, y contribuyendo a crear el Carnaval chiquito, una libre y espontánea extensión de la fiesta más allá del calendario oficial. “Paco cantaba con una eterna sonrisa que sus pómulos rosados de colorete resaltaban; una bonita sonrisa cómplice, borracha de sensaciones, interactuando con el público que, en 'complú', le devolvía los afectos con aplausos, risas, sonrisas y el vino compartido con la emoción. Custodia la icónica pancarta del ‘Carnaval Chiquito para los más jartibles’ como la sábana santa de Turín”, agrega Osuna.
Recordando el apodo cariñoso con que muchos le conocían, La agüela, el alcalde de Cádiz, José María González, lo despedía en su cuenta de Facebook con estas palabras: “Se nos ha ido la agüela, nuestra agüela, la de mi generación entera, que hizo de la rebeldía su forma de expresarse, que hizo del maquillaje un arte. La agüela de la lucha por los derechos, de la ruptura de Cádiz al futuro, de la rebeldía y el descaro desde el age, la acidez y el doble sentido que esconde cargas de profundidad. Gracias Paco Leal por ensanchar las perspectivas de Cádiz allá por donde pisabas, sentías y te expresabas”.
Leal cultivó también con éxito la colaboración con los medios de comunicación. El periodista Modesto Barragán, de Canal Sur, lamentaba en Twitter la desaparición de este “personaje de primera, ineludible en las mil aristas gaditanas, de arte y de calle, de colores y de risas, con sobrada inteligencia. Pareja de Rosado en aquella nuestra primera radio con sus inolvidables ‘Lágrimas en el antifaz’. Otro grandísimo Paco. DEP”.
Además, escribió libros como ¡Ay, Omaíta!, alter ego que bien pudo inspirar al personaje homónimo de Los Morancos, podía presumir de ser una persona de lo más leída –con especial debilidad por la poesía– y sobre todo vivida, con un caudal de anécdotas que desgranaba entre amigos con gracia singular. En ellas pervivirá su memoria por mucho tiempo entre sus paisanos.
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