La entrega tendría que haberse producido el pasado mes de mayo, pero nunca es tarde: María Pagés, sevillana de 1963, toda una vida como bailaora y coreógrafa, volvió este lunes a su ciudad natal para recoger la Medalla de Sevilla de manos del alcalde, Juan Espadas. “Estas cosas te hacen feliz, y más consciente del compromiso con tu origen”, celebró. “En Sevilla siempre se distingue entre las personas que se quedan y se desarrollan aquí, y los que siempre estamos dando vueltas. Pero nosotros también tenemos a nuestra tierra como referente”.
“Una sevillana del mundo”, así se define esta artista que se marchó con 15 años a Madrid, pero que considera también esa apertura algo propio de la tierra. De aquellos años de infancia y adolescencia recuerda muchas cosas, sobre todo sensaciones: “Sevilla lo ofrece todo a los sentidos, imágenes, olores, y más a una edad en que una es totalmente receptiva a todo ello. Si soy flamenca, es porque he nacido aquí, porque el flamenco forma parte de mi identidad”, subraya.
Una identidad que se fue moldeando con la ayuda de entrañables profesores como Manolo Valdivia, Adelita Domingo, Matilde Coral o Manolo Marín, nombres, asegura, “fundamentales en mi vida, de los que adquirí las primeras enseñanzas de este arte, donde me apoyaría en adelante para crecer. Es curioso que, cuando se cumplen años, los vas recordando más, y entiendes mejor la importancia que han tenido. Todavía conservo un diario de aquel tiempo, donde escribía con esa letrilla de entonces todo lo que me pasaba y contaba mis cosas”.
Cuando se le pregunta si ya en aquel entonces soñaba con todo lo que conquistaría andando el tiempo, poniendo en pie teatros de todo el globo, responde que “creo que forma parte de mi carácter ser bastante realista, y ya a esa edad entendía que estaba iniciando el camino de mi vida y yendo hacia lo que soy ahora. Pero era muy pragmática, muy cercana a la realidad. Y siempre defendí la danza como un mundo muy amplio. He sido muy curiosa, siempre he tenido muchas ganas de crecer y de aprender. No he sido de tener pajaritos, pero la fe en mis posibilidades me ha permitido ir haciendo lo que me proponía. Lo más bonito de los sueños es que configuran una realidad a la que puedes atenerte”.
La lección de Gades
En ese camino encontró Pagés otra figura tutelar de primer orden, Antonio Gades, quien la incorporó en su compañía y contó con ella para algunas de las legendarias películas que grabó bajo la dirección de Carlos Saura. “Es un referente importante no solo para mí, sino para toda mi generación”, dice Pagés del creador de cuya desaparición se cumplen ahora 20 años. “Mi admiración por él y por su obra estará siempre. Uno de los gestos que recuerdo fue precisamente cuando me fui de la compañía. Yo tenía ganas de hacer mis propias cosas, y fui a verlo con cierto temor por su reacción, porque no quería que pensara que era una falta de lealtad por mi parte. Pero sus palabras fueron una lección: tú puedes hacer tu propio camino, me dijo, tienes talento, tienes valores, te animo a que lo hagas”.
Ahora, a sus 56 años, con 30 de compañía, María Pagés siente que mantiene encendido el testigo del maestro en lo que se refiere a dignificar su profesión. “Se ha avanzado mucho, pero creo que todavía hay mucho trabajo pendiente para reconocer el papel de los creadores. El papel de dirección que tiene un coreógrafo flamenco. Siempre se resalta la interpretación, qué bien ha bailado, pero no se trata sólo de hacer pasos. Hay todo un trabajo de dramaturgia, de iluminación, un trabajo en equipo que hay que seguir reivindicando”, afirma.
Diálogo con artistas
Incansable buscadora de nuevos cauces expresivos para la danza flamenca, la creadora de espectáculos como Dunas, Utopía o Mirada ha logrado innovar sin recibir las críticas que le han llovido a otras compañeras o compañeros. “No estoy tan segura de haber tenido siempre críticas positivas [ríe], pero creo que las críticas hay que entenderlas siempre en su justo contexto. Siempre los artistas, precisamente por tener una personalidad única, suponen una innovación en sí mismos. Y el flamenco no ha parado de innovar, a la vez que su supervivencia se debe a su sentido conservador y tradicional. Tradición y evolución es lo que hace que sea tan especial y tan rico, y son dos polos en los que debe moverse todo artista”, dice.
En esa senda, María Pagés no ha dudado en conectar su arte con otras disciplinas, ya fuese la literatura –de la mano del Nobel portugués José Saramago– o la arquitectura, inspirándose en la producción de Oscar Niemeyer. “El flamenco es de por sí multidisciplinar, pero además hay que estar abierto, en general, al diálogo con artistas de tu época. Siempre hay gente a la que admirar, con la que tienes sintonía emocional. En el caso de Saramago, ayudó mucho que Pilar, su mujer y su compañera de viaje, fuera sevillana. Todo ayuda a que los astros se coloquen [risas], todo es producto del destino, de los destinos. Con Utopía no habíamos estado nunca en Brasil ni conocíamos personalmente a Niemeyer, pero todo fue igualmente fluido, todo funciona cuando existe esa conexión”, agrega la sevillana.
También la tuvo con el gran bailarín ruso Mijail Barishnikov, que la invitó a colaborar con su centro en Nueva York. “Es un gran aficionado a la danza y se encargó de que trabajáramos con otros bailarines contemporáneos. Al final, te das cuenta de que el idioma común es el emocional. Las artes tienen la misión de cultivar las emociones, son ramas de un mismo árbol y todos nos conectamos por el mismo tronco, que es la emoción”.
Junto a la emoción, Pagés defiende la ética de la danza. “Cuando empiezas, piensas en tu crecimiento personal, en tu realización… Pero he acabado entendiendo que en este mundo no estamos sólo para nuestra satisfacción, sino que todo lo que haces debe tener un compromiso social, con tu medio, tu entorno. Y el arte puede aportar mucho en el buen desarrollo de la sociedad. Yo al menos no quiero esperar a morirme para devolverle a la sociedad lo que me ha dado”, comenta.
Una función que a veces echa de menos en la política. “Es una pena que no haya aún un plan de Estado para la cultura, que esté por encima de cualquier cambio político, como para la sanidad o la educación. Esa fue la gran revolución en Francia, pero nosotros vivimos dependiendo de estos vaivenes, no se da continuidad. Además, ningún partido habla de cultura en sus programas, ¿dónde está? Igual no está ni en sus cabezas”, concluye.