Los ojos claros de Stephen Frears (Leicester, 1941) contemplan la Plaza Nueva de Sevilla desde la primera planta de su hotel. El director de filmes memorables como Mi hermosa lavandería, Las amistades peligrosas, Alta fidelidad o The Queen, entre otros títulos, se encuentra en la capital hispalense para participar en el Hay Fórum, donde en los días previos se ha proyectado su filmografía selecta. Una buena ocasión para pensar si el oficio en el que se inició en los primeros años 70 del siglo pasado es el mismo hoy, o solo conserva el nombre. “Es completamente distinto. El cine con el que yo crecí se ha acabado”, asegura.
“Echo de menos las películas sobre la vida, los actores como Gary Cooper, gente que te gustaba y te interesaba. Pero los americanos se fueron cargando el cine, luego los europeos, y ahora todo ha cambiado. También por la tecnología. Es la opinión de un viejo”, dice con una sonrisa. El humor aflora a menudo en su encuentro con la prensa, en el que también se referirá a su capacidad para librarse de cualquier etiqueta. “Es una forma de libertad, tal vez la libertad de un niño. Pero creo que hay una coherencia entre mis películas. Las amistades peligrosas fue una continuación de los trabajos anteriores: era el momento de oponerse a la señora Tatcher, y los homosexuales y las mujeres eran un símbolo de ese inconformismo”.
Precisamente sobre sus personajes femeninos, afirma que son un reflejo de aquellas que ha conocido a lo largo de su vida. “Mi experiencia ha sido vivir con mujeres fuertes: mi madre, las mujeres con las que he vivido y me he casado, y mi hija. Todas eran así, no sé por qué”. Por otro lado, su carrera tampoco se comprende sin guionistas tan potentes como Hanif Kureishi, Nick Hornby o Christopher Hampton. “Alguna vez he dicho que encontrar un buen guion se parece a enamorarse. Ya sabéis cómo es: te enamoras y se acaba todo. Así lo he vivido siempre, pero no es simple. Lo que me sorprende es que mis guionistas sean capaces de escribir lo que estaba en mi cabeza, sin que yo lo supiera. O de modo que yo solo lo supiera cuando lo leyera en sus guiones. A veces hemos fracasado y otras hemos tenido éxito, pero me gusta trabajar con gente así”.
Cine como conversación
Los éxitos, por cierto, le produjeron cierta perplejidad, como el que tuvo Las amistades peligrosas o Café irlandés en España. “Yo no lo entendía. Creía que quizá el elemento católico de la cultura española podía ayudar, aunque yo no soy católico. Pero Francia e Irlanda también son católicos, y no hubo tanta repercusión allí… Pero vi que algo estaba pasando, no sabía por qué. Me sentía como un participante inocente. Nunca supe cuál era la respuesta”.
Tal vez por esa condición de cineasta que no escribe, Frears es de los creadores que rehúye la denominación de autor. “No puedo llamarme así, siempre dependo de otra gente”, dice. “Conocí a Pedro Almodóvar, él si puede denominarse así, pero yo no puedo hacerlo. De hecho, soy lo opuesto a un autor. Esa palabra se acuñó cuando las películas salían de la fábrica de Hollywood. Alfred Hitchcock era un autor, pero yo no lo soy. Y creo que no serlo ayuda. Y no voy a intentarlo [se toca la cabeza]. Trabajo con esos grandes escritores, ¿por qué insultarlos?”
Respecto a la dirección de actores, asegura que “no saco nada de ellos”. “Una vez Catherine Deneuve dijo que mi trabajo venía a ser más o menos molestarme en darme cuenta de lo que ella estaba haciendo y grabarlo. Pero recuerdo que Helen Mirren me dijo que estaba aterrorizada cuando iba a hacer la protagonista de The Queen, pero que sabía que yo la iba a dirigir y eso la tranquilizaba. Respeto mucho a los actores, y para mí el cine tiene mucho que ver con la conversación. Como director, básicamente hablo con ellos”.
La reina madre
Dicho sea de paso, Frears ha prestado una notable atención en su cine a la corona, a pesar de no considerarse en absoluto monárquico. “La reina era una mujer extraordinaria, todos pensábamos que era como nuestras madres. Ella sí era interesante, la institución es una gilipollez”. Cuando una periodista le pregunta si no le interesa lo que está sucediendo ahora con Kate Middleton, responde entre risas: “¡Tú lees Twitter, cuéntame qué está pasando!”
El sol primaveral reverbera con fuerza y le recuerda el rodaje en España de una de sus primeras películas, The Hit (La venganza), donde trabajó con John Hurt, Terence Stamp y Tim Roth, y que contó con la banda sonora de Paco de Lucía, Eric Clapton y Roger Waters. “Siempre me gustó El Cid”, comenta con sorna, y cuando se le pregunta por qué, responde, “¡Por Charlton Heston!” Pero cuando la risa se atenúa, añade: “El otro día leí sobre un puente de Córdoba. Si lo hubiera sabido antes, habría rodado en ese puente. Lo he descubierto 40 años tarde”.
No quiere ni comentar los últimos Oscars, y en cambio sí le apetece mucho hablar de su proyecto Mr Wilder & Me, basda en la novela homónima de Jonathan Coe, en torno a los problemas que atravesó Billy Wilder para poner en pie Fedora. “Creo que tenemos el dinero”, celebra tocando madera. “Wilder es maravilloso, el mejor. Y esa historia es bastante triste, porque Fedora quedó como su última película, que es como la fase tardía de Beethoven, llena de los arrepentimientos de un viejo, pero él vivió 20 años más después. Me interesa más el fracaso que el éxito”.
Pronóstico optimista
Cuando se le pregunta por el efecto del Brexit en el cine británico, su expresión se torna melancólica. “Aquello fue algo tan estúpido… No sé si ha ayudado a algo, lo que sé es que yo jamás lo habrá hecho. La vida en Gran Bretaña ha sido muy dura desde entonces. La gente no lo reconoce, pero todo ha sido muy difícil, y todavía lo están pasando francamente mal. El Partido Laborista ni quiere hablar de ello. Fue un acto de locura, y luego vino el covid y el colapso del cine independiente… En la actualidad, mi país está fatal”.
Pero, mientras habla de la miniserie El régimen, su nueva producción con Kate Winslett, deja abierta una ventana a la esperanza: “La realidad política está fatal, es terrible. Pero en Inglaterra vamos a tener un cambio, las cosas van a estar mejor”.