El Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT), en su vigésima edición, no ha querido esperar mucho para mostrar algunos de sus platos fuertes. Si el pasado viernes se inauguraba con Entre las higueras, el deslumbrante debut de la tunecina Erige Sehiri después de pasar por Cannes y Venecia, en la segunda jornada se metía al público en el bolsillo con un documental que promete dar mucho que hablar. Se trata de Coconut Head Generation [Generación Cabeza de Coco], del joven director nigeriano Alain Kassanda, uno de los títulos por los que sin duda será recordado el FCAT de este año.
La producción franco-nigeriana muestra cómo cada jueves un grupo de estudiantes de la Universidad de Ibadán, la más antigua de Nigeria, participa en un cineclub, y de qué modo un pequeño anfiteatro se va transformando en un ágora política donde agudizar la mirada y desarrollar una voz crítica. La Generación Cabeza de Coco, expresión despectiva para referirse a una juventud estrecha de miras y descerebrada, adquiere un significado totalmente nuevo cuando los estudiantes dan la vuelta a este estigma para reivindicar su libertad de pensamiento.
“He hecho un filme para enseñar simplemente la realidad de estos estudiantes, y explicar cómo se puede crear una comunidad en torno al cine”, comenta Kassanda, afincado en París, sobre este trabajo que fue estrenado en el Festival Cinema du Réel y aún no ha podido verse en Nigeria. “Lo curioso es que también en Francia, sobre todo entre los estudiantes, el filme ha recibido una reacción muy buena, en cierto modo se identifican con los protagonistas”.
Otras realidades
Para el director, el momento que vive Francia, con grandes movilizaciones en torno al futuro de las pensiones, predispone favorablemente a ver Coconut Head Generation con complicidad. “Al fin y al cabo, en mi país los jóvenes también discuten asuntos como el patriarcado o su porvenir. Los estudiantes nigerianos se enfrentan a un desempleo del 50%, y se preguntan para qué sirve un título universitario si luego no puedes trabajar”.
Kassanda sabe que, para mucha gente, palabras como jóvenes, política y cine son ajenas entre sí, casi irreconciliables. Él ha querido poner de manifiesto que nada más lejos de la realidad: “Esa diferenciación se basa en la sociedad de entretenimiento en que vivimos. Se hacen muchas películas diferentes, pero el cine comercial, el americano, hace invisibles todas las demás propuestas. El otro cine, en cambio, muestra realidades que van más allá, toca otras fibras y hace reflexionar, no solo está dirigido a divertir. Creemos que un buen filme tiene que ser fondo y forma”.
Lo cierto es que Kassanda ha logrado aunar ambos aspectos, y también hacer un producto ameno al tiempo que dotado de una notable profundidad. No obstante, a la hora de seguir estableciendo comparaciones con la juventud africana y la europea, prefiere mostrarse cauto. “Tampoco podemos hablar de la juventud como un bloque homogéneo, hay demasiados aspectos económicos, políticos y sociales en juego”.
Lo que sí parece claro es que el nigeriano, como otros directores que desfilarán esta semana por el certamen tarifeño, se resiste a ser etiquetado como cine exótico y prefiere, en cambio, mostrar desde África un espejo al público de esta orilla. “Es algo esencial en mi película y en mi idea del cine, que tiene una enorme capacidad para cambiar los imaginarios. Durante mucho tiempo, las películas nos han considerado a los africanos como objetos. Yo quería mostrar a estas personas como sujetos. Dejar que hablaran por sí mismos, que nadie lo hiciera por ellos. El público está acostumbrado a ver en el cine africano pobreza, corrupción y violencia, y es evidente que todo eso existe. Pero también hay otras realidades que merecen ser vistas”.
Agitación y censura
La de Alain Kassanda ha sido solo una de las propuestas que han podido verse en este potente arranque del 20º Festival de Tarifa. Así, el marroquí Ali Essafi concurre en el programa con Avant le déclin du jour [Antes de que se ponga el sol], una mirada sobre el Marruecos de los años 70, en el que el cine fue asumido por una nueva generación de cineastas como herramienta de emancipación, pero que chocó de frente con la represión y la censura dictadas por el rey Hassan II.
Una vez más, queda de manifiesto que la inocente factoría de sueños puede ser, en los contextos adecuados, una fábrica de pensamiento crítico y de transformación política, y por lo tanto muy temida por el poder. “Mucha gente de aquella época abandonó el cine tras ser censurada”, explicaba el propio Essafi en un coloquio celebrado en el marco del Festival. “Incluso hubo gente que se marchó al extranjero sin dejar rastro. He llegado a encontrarme en Italia a un viejo amigo de aquella época al que todo el mundo daba por muerto”.
Tampoco pasó desapercibida en la jornada de domingo la cinta Nossa Senhora da loja do Chinês [Nuestra Señora de la tienda del chino], del director angoleño Ery Cláver. En el filme, un delicado relato urbano que arranca cuando un comerciante chino trae una extraña estatuilla de plástico de Nuestra Señora a un barrio de Luanda, siguiendo la peripecia de una madre afligida en busca la paz, un barbero a sueldo que inicia un nuevo culto y un niño errante que busca venganza por su amigo perdido.