Tras convertirse en la revelación de la década con el superventas Intemperie, y demostrar que no era flor de un día con La tierra que pisamos, Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) está de regreso con una nueva novela, Llévame a casa, publicada como las anteriores por Seix Barral. Una historia de aprendizaje, protagonizada por un joven afincado en Edimburgo que regresa a su pueblo natal por el fallecimiento de su padre, y deberá afrontar decisiones importantes cuando se reencuentre con su familia.
Carrasco, que vivió tres años en la capital escocesa, define este hecho como fundamental en su vida y su carrera. “Me dio un cambio de perspectiva. Estaba fuera de mi entorno cultural, nacional. Y la lengua, desenvolverte en un idioma que no es el tuyo. Leer mucho en inglés me ha hecho ver cosas del español en las que no había reparado. Todo eso está presente en Llévame a casa”, afirma. “Ese cambio de perspectiva tiene que ver también con la familia. Por ejemplo, necesitar apoyo con los niños y no tenerlo. No tener red. Todo consiste en situarse en otro lugar para ver la misma realidad”.
“En esa búsqueda de un cambio de perspectiva, me parecía más interesante la relación hijo-madre, que está menos trabajada que la de hijo-padre”, agrega. “Pero he tenido que ir descubriéndolo durante el proceso. Cuando empiezo a escribir, necesito que el puchero empiece a hervir para que yo mismo sepa lo que está pasando. Y cuando esto ocurrió, se impuso el personaje de la madre. El padre está presente solo en la memoria, pero la madre se convierte en una urgencia”.
Preguntas ineludibles
Si algo ha venido demostrando el escritor desde su primer éxito, es que no tiene ninguna intención de reproducir fórmulas por mucho que hayan funcionado antes. El de Llévame a casa es un Carrasco nuevo y diferente. “A algunos autores les oigo decir a menudo eso de que el escritor se debe a los lectores, pero creo que es todo lo contrario. El escritor se debe solo a sí mismo, y no hacerlo implica una pleitesía que no beneficia ni a la literatura ni al lector. Es un camino hacia un mundo estéril”.
Novela comprometida con el tiempo que vivimos, pero sobre todo con la propia literatura, Llévame a casa invita a reflexionar sobre la importancia de los afectos, pero también sobre el modo en que la familia puede convertirse en una trampa, como le sucede al personaje de Juan Álvarez. “Él no está ahí porque quiere. Lo que tiene este dilema, qué hacemos con un padre o una madre que nos necesita, es ineludible. Es como estar en una vía cuando está llegando el tren. Aunque te joda, tienes que aplazar el resto de tu vida para apagar un fuego”, comenta.
“A menudo tenemos la sensación de que la vida se impone a la voluntad. Vienen responsabilidades que tenemos que asumir. Y no podemos eludir esas preguntas, qué hacer y qué no”, prosigue el escritor.
Un espejo doble
En este sentido, el personaje de Juan Álvarez se halla bifurcado: tiene una vida en Edimburgo que se parece mucho a la que había soñado, y hay otra en España de la que creía haberse desprendido como un reptil se desprende de su piel. “En los dos sitios hay un espejo, pero el de su casa no quiere verlo”, añade Carrasco. “En el escenario doméstico te caen más coscorrones, tienes que rendir más cuentas. Fuera no. No hay ataduras, ni compromisos, ni críticas. El espejo edimburgués de Juan le devuelve una imagen ideal; la familia no, de hecho ha escapado de ella. Pero ambos son reflejos del personaje”.
Si hay algo que vincula a las tres novelas publicadas hasta la fecha por Jesús Carrasco, es la atención que presta siempre a la naturaleza, y en particular a las plantas. Juan Álvarez es ingeniero forestal, “y las plantas son el único vínculo que tiene con su madre, cuya afición principal es cuidar de las plantas. No es casual que Juan trabaje en un jardín botánico”, explica.
Este detalle se extrapola a la minuciosa descripción del paisaje, que en las novelas de Carrasco es, como suele decirse, un personaje más. Pero advierte de que tal vez no sea así siempre. “Sé que me interesa ir variando, y no descarto una futura novela urbana. Pero el campo es un espacio emocional que conozco, es donde he crecido como persona, y donde encuentro un valor metafórico en cada elemento. Para mí es sencillo que este mundo aparezca en lo que escribo. No sabría montar un conflicto en un apartamento de Madrid”.
Orgullo de clase
Casi para terminar, cabe preguntarle a Jesús Carrasco si, más allá de lo manido de la etiqueta, se atrevería a atribuir a sus novelas un fondo social. “Soy hijo de un maestro de escuela y un ama de casa. Vengo de una familia de seis hermanos, muy trabajadora, educada con becas en la escuela pública, y esa conciencia está muy presente en lo que hago, se vea o no. Que el padre sea una víctima de la historia industrial europea, del uso del amianto, no es casual. No tengo una intención social, pero sí hay un sello y una conciencia orgullosa de clase”, subraya.
Entre los muchos paralelismos que se establecen en la novela entre la generación de Juan Álvarez y la de sus padres, está “la precarización laboral, que parecía que solo afectaba a los inmigrantes mientras que el resto ya éramos todos burgueses, pero ha terminado tocando a mucha más gente. Hoy se puede tener trabajo y vivir por debajo del umbral de la pobreza. Y pienso que mi madre usaba una décima parte del salario para pagar la casa, mientras que ahora pagamos un 40 por ciento. Yo creo que se va a seguir escribiendo desde ese punto de vista no burgués, porque la distancia entre ricos y pobres es cada vez mayor”.
Antes de despedirse, una última curiosidad: la introducción de elementos desenfadados en algunos pasajes de Llévame a casa, que suponen una novedad respecto a las anteriores entregas de Carrasco. “Sí, quiero hacer un camino largo desde lo solemne a la comedia”, dice muy en serio. “Lo que sucede es que la literatura es un marco que me impone, y además el humor es un material delicadísimo, un código tan fino que requiere estar muy seguro para manejarlo bien”.