En marzo de 1962, Rossana Rossanda, una intelectual comunista italiana, miembro del Comité Central de Partido Comunista Italiano (PCI), realiza un viaje a España para comprobar in situ la salud de la oposición democrática al franquismo y trasladar posteriormente un informe en el encuentro internacional contra el franquismo que se celebraría en Roma unos meses más tarde. Se encuentra con un páramo, con un país que había integrado el fascismo en sus vidas y que se conformaba con los pequeños avances desarrollistas que estaban incluyendo en la clase media a cada vez más capas de la población a costa de renunciar a la libertad.
En 1984, Rossanda, que fue directora del diario comunista italiano ‘Il Manifiesto’, publicó ‘Un viaje inútil’, en el que relató su experiencia sobre la España de los años sesenta que ella se encontró tras reunirse con diversos intelectuales antifranquistas y tocar con sus manos la situación política del país. La comunista italiana ve con sus propios ojos el crecimiento de la urbe industrial, calles sin asfaltar y sin alcantarillado, familias que vivían hacinadas y zonas caóticas y desordenadas del extrarradio de Madrid en las que podía prender cualquier polvorín social. Obreros que ganaban 36 pesetas cuando los mismos informes del franquismo decían que para vivir con una mínima dignidad se necesitaban 110 pesetas.
En septiembre de 1961, el ingeniero, sociólogo y comunista catalán del PSUC y fundador de Cristianos por el Socialismo, Alfonso Carlos Comín, llega a Málaga a trabajar como profesor en la Escuela Técnica de Peritos Industriales y eso le abre la puerta al conocimiento en profundidad de la situación de subdesarrollo en la que se encuentra Andalucía. Nada más llegar empezó a publicar en la revista ‘Aún’, ligada a los jesuitas, la Andalucía que él veía en forma de análisis políticos y sociológicos con exceso de lenguaje técnico y estadístico. En 1966, ya regresado a Cataluña, publica ‘España del Sur’, en el que desmiente el tópico del andaluz vago e indolente y habla de lo que más tarde hablaría el andalucismo político: el paro estructural, el caciquismo, el colonialismo, el subdesarrollo y la marginación.
En 1997, José Luis López Bulla, un trabajador de la Seat de Barcelona que se libró por los pelos de ser juzgado en el proceso judicial más famoso el franquismo, el 1001, en el que detuvieron a toda la cúpula de Comisiones Obreras en el Convento de los Oblatos de Pozuelo de Alarcón, escribió ‘Cuando hice las maletas. Un paseo por el ayer’, en el que narra su vida, la de un emigrante andaluz llegado desde Granada a Barcelona en los años sesenta junto con el millón y medio de andaluces que fueron expulsados de la tierra en la que habían nacido, en busca de los cientos de puestos de trabajo que se demandaban en el norte para levantar la gran industria que el diseño industrial del franquismo instaló en el triángulo de Madrid, País Vasco y Cataluña, condenando a Andalucía a ser la mano de obra barata del desarrollismo franquista. En 1976, López Bulla, llegó a dirigir Comisiones Obreras de Cataluña, la organización social más dinámica y poderosa de oposición al franquismo.
Así, rastreando por archivos históricos y libros publicados que narran la resistencia al franquismo, muchos de ellos ya descatalogados, y entrevistando a sus protagonistas, se ha pasado los últimos tres años el autor del ensayo ‘El oficio de resistir’, Javier Aristu, exsecretario del PCE en Sevilla entre los años 1982 y 1987. ‘El oficio de resistir’, publicado por la editorial Comares bajo el impulso y el sello del rigor histórico del Centro de Estudios Andaluces que dirige Mercedes de Pablos, no es un libro de historia ni tampoco un libro de memorias; es algo más, es un viaje, con la cadencia de las grandes novelas, con el que ir descubriendo la historia contemporánea de España, mirada desde Andalucía, protagonizada por esos pocos héroes y heroínas que dedicaron los mejores años de su vida a luchar por la democracia.
A través de este viaje, el profesor jubilado de Lengua y Literatura Aristu, ávido lector, autor del blog ‘En campo abierto’ y editor de la revista ‘Pasos a la izquierda’, concluye que la oposición al franquismo fue muy minoritaria, con focos de vanguardia en Cataluña, con el brío de unos pocos militantes del PC repartidos por toda España, el peso social de las CCOO y un puñado de miembros del PSOE, casi invisible durante la dictadura, situados en dos núcleos importantes, Sevilla y País Vasco, que fueron el germen de la refundación del partido de Pablo Iglesias y los conquistadores de la hegemonía de la izquierda en la Transición, ya evidente en las primeras elecciones de 1977 tras la reinstauración de la democracia. Entonces, el joven sevillano Felipe González alcanzó 118 diputados frente a los escasos 20 escaños del PCE de Santiago Carrillo, el partido que puso los presos en la lucha democrática al franquismo.
Especial recorrido hace Javier Aristu por la construcción del PSOE sobre las cenizas de la dictadura y las rivalidades con el Partido Socialista Popular (PSP) de Tierno Galván y Rodríguez de la Borbolla, presidente de la Junta de Andalucía entre 1984 y 1990, enfrentando entonces a un reducido grupo de jóvenes del PSOE aglutinados en torno a la Universidad de Sevilla. Alfonso Guerra, Luis Yáñez, Felipe González, Alfonso Fernández Malo, Rafael Escuredo, Carmen Romero, Carmen Ávila, Carmen Hermosín y Rodríguez de la Borbolla, que más tarde se integraría en el PSOE, levantan un partido de la nada que aglutina a un electorado, formado por antiguas clases medias y profesionales a las que se unen la clase obrera, con el que convertirán al socialismo andaluz en el principal foco de poder del socialismo español.
Javier Aristu, militante comunista desde 1969 hasta que abandona el PCE en 1989 por discrepancias con la estrategia del partido, concluye que parte del éxito electoral del PSOE, en la pugna por la hegemonía de la izquierda durante la Transición, se debe a la financiación de la socialdemocracia alemana y al papel activo de los servicios de inteligencia de Estados Unidos que no podían permitir una victoria de la izquierda comunista porque eso hubiera puesto en riesgo las bases militares estadounidenses y los acuerdos geoestratégicos que Estados Unidos firmó con la dictadura. “Los españoles nos querían mucho, nos decían lo valiente que éramos los comunistas y venían a pedir que los defendiéramos del franquismo, pero luego no nos votaron”, se lamenta el autor de ‘El oficio de resistir’.