La novela del mayo del 68 español: “Había una rebeldía más auténtica aquí que en Francia, porque ellos no tenían al Monstruo”
Aunque mayo del 68 es universalmente conocido como “el mayo francés”, también existió uno en España, en las postrimerías de la dictadura de Franco. Salvando las distancias, éste tuvo también sus fervores, sus revueltas y sus represiones. Y todo lo ha plasmado el escritor sevillano Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaíra, 1941) en su novela Variaciones para un saxo, recién reeditada por Algaida.
“Parecía que en España no había habido ninguna disidencia hasta que muere el Monstruo”, comenta el autor, que lanzó este título por primera vez en 1986, en Cátedra. “Sobre todo existía una agitación estudiantil, casi anterior a las primeras huelgas. Los estudiantes tenían una conexión con los movimientos del mayo francés, de hecho toda Europa estaba en pleno auge. En cada sitio, por una causa distinta: en España contra Franco, en California por Vietnam, en Francia contra los sindicatos burgueses… Al final, lo que sintoniza es una protesta mundial que está auspiciando una nueva era”.
Sin embargo, el autor cree que “había una rebeldía más auténtica aquí que en Francia, porque allí no tenían al Monstruo, por más que hubiera protestas contra un De Gaulle que se había derechizado mucho. En España, en cambio, estábamos en pañales para todo, ni siquiera habíamos descubierto el sabor de la economía liberal”.
A 'mascá' limpia
Para Rodríguez Almodóvar, “en esa época el concepto de revolución está ligado a todo: a lo social, a lo sexual, a lo cultural. Todas son patas de la misma mesa. En el fondo, era la misma utopía la que gravitaba sobre la juventud”, añade. En ese contexto, el escritor trenza tres historias de amor de distinto tono –el juvenil, el apasionado, el carnal– con un saxofonista de jazz como eje. “Las historias empezaron como relatos independientes, hasta que vi que había allí una novela, una novela en tres tiempos”.
Visto desde ahora, había una lucha ideológica a muerte. Estaba aquel existencialismo que filosóficamente andaba muy huérfano, un marxismo que tampoco servía para defender una causa global, y muchos anarquismos latentes, pero completamente inorgánicos
Ese músico, que va a trabajar en una empresa multinacional de dudoso capital –tanto que se trata de una organización nazi– tiene en común con el propio Rodríguez Almodóvar haber vivido ese momento de efervescencia entre Sevilla y Madrid. “Conocí los movimientos en los dos sitios. Yo era en los 60 delegado de curso, Carmen Romero lo era de facultad, y la primera célula socialista de la facultad se gesta ahí, con gente como Maribel Cintas, también”, recuerda. “Visto desde ahora, había una lucha ideológica a muerte. Estaba aquel existencialismo que filosóficamente andaba muy huérfano, un marxismo que tampoco servía para defender una causa global, y muchos anarquismos latentes, pero completamente inorgánicos”.
Lo cierto es que, con la ilusión por inaugurar una nueva era, también llegó un tiempo de notables tensiones que se palpaban de forma cotidiana. “En nuestro caso -prosigue el escritor- había un latido filosófico importante, entre el existencialismo sartriano o más bien camusiano, al que nos adscribíamos, y los marxistas, que eran más doctrinarios. Recuerdo que Julio Manuel de la Rosa era uno de los líderes de los camusianos, y Alfonso Grosso de los marxistas. Y la cosa acabó a mascá limpia. En la calle Alhóndiga para ser exactos, Julio le pegó a Grosso porque a éste se le había metido en la cabeza que era del Opus, y no lo mató de milagro, ya que había sido boxeador. Pero él mismo lo llevó a la casa de socorro, y menos mal, porque podría haberse buscado un buen lío. Y al final terminó escribiendo su biografía, lo que son las cosas”.
Tesis marxista
Antonio Rodríguez Almodóvar destaca, junto al fondo histórico de la novela, una voluntad de estilo que también es un síntoma de los tiempos en que fue escrita. “Los escritores comprometidos de entonces venían todos de Martín-Santos, de Tiempo de silencio. E inmediatamente llegó Aldecoa, que nos recordaba que, si no hay buen estilo, la novela se pierde. Y luego está el Caballero Bonald que escribe Dos días de septiembre. Ese es el momento que va a marcar la pauta de los escritores comprometidos, el estilo como salvación de las novelas de este tipo. Hasta que irrumpió la narrativa de la berza, La Mina, de López Salinas y, en otra línea, Alfonso Grosso”.
En el caso de Variaciones para un saxo, como el título indica, hay un juego con “el modo en que el jazz es y no es improvisación”, en el sentido de que la ligereza de la improvisación viene acompañada de un esqueleto musical. “Sobre una estructura básica, hago fraseos de los que derivan muchas melodías e improvisaciones”, afirma.
Cuando se le pregunta cómo cree que leerán la historia del saxofonista las generaciones que ni siquiera habían nacido en el 68, este gran divulgador de las tradiciones orales y autor de novelas como Un lugar parecido al paraíso, El hombre que se volvió relativo o Si el corazón pensara espera “que la lean con interés. Ya tengo testimonio de algunos que la han leído y me han dicho que está gustando. Yo, si no me divierto y sufro al mismo tiempo, no estoy contento. Necesito quedarme satisfecho, y no paro hasta que me suena ese timbre que dice ya, ya está. Y con esta novela, el timbre sonó pronto”.
El recuerdo de los agitados últimos años 60 le obliga a recordar también su propia peripecia. “A mi personaje lo echan de la universidad en ese momento, a mí me expulsaron más tarde, en el 73, cuando ya era profesor. Me la tenían guardada, ¿eh? No habían podido pillarme en mis tiempos de estudiante, y lo hicieron más adelante. Un jurado de mi tesis dijo que era típicamente marxista, y el director de mi departamento me dijo: ‘Antonio, no dudo de que tendrás un porvenir brillante, pero no quiero marxistas en mi departamento'”.
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