Catorce muertos. 250 personas rescatadas en diez pateras. Y todo en un solo fin de semana. La migración tiene muchas caras. La más cruel, la más visible, es la de las muertes en el mar, como las ocurridas estos días en el Estrecho de Gibraltar.
Mientras los políticos en precampaña electoral apuntan a otros focos, el cine enfoca a uno de los fenómenos más importantes a los que se enfrenta la humanidad, y a la que se seguirá enfrentando, según cuentan los expertos, a causa del cambio climático, que traerá más desesperanza y sufrimiento a los más desfavorecidos.
Si los políticos son más o menos insensibles al tema, los cineastas, a tenor de la programación del Festival de Sevilla, sí aportan luz sobre el asunto. Así, Xavier Artigas y Xapo Ortega, que generaron un auténtico tsunami político con su anterior película, Ciutat Morta, vuelven a la carga con su cine activista en su película de doloroso título: Idrissa, crónica de una muerte cualquiera.
Y es que la del veinteañero Idrissa Dialllo fue una muerte silenciada. De esas que ocurren en las sombras, que a nadie interesan, que algunos ocultan. En este caso, Diallo falleció en los famosos CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) de Barcelona.
Le llaman la Jungla, el agujero negro, el campamento de la ignominia. Es la Jungla de Calais, donde se hacinaban hace pocos años miles y miles de personas que llegaron a Europa huyendo de la miseria y las guerras. En el verano de 2015, el director andaluz Jesús Armesto (Las llaves de la memoria) se acercó hasta este punto de Francia para documentar, con Los burgueses de Calais. La última frontera, una de las mayores tragedias migratorias de los últimos tiempos. ¿Su objetivo? Contar cómo la vida se abre camino incluso en las peores circunstancias posibles y luchar contra los mensajes incendiarios (y falsos) de la ultraderecha francesa.
Tras sobrevivir a una odisea por medio continente africano, como contaba Bolingo. El bosque del amor (Alejandro G. Salgado), muerte y miseria es lo que encuentran muchas personas al llegar Europa. Otras hallan un destino igualmente fatal, como el de las redes de prostitución alimentadas con mujeres africanas.
Es lo que cuenta Joy (Sudabeh Mortezai), película que sorprendió y triunfó en el Festival de Venecia (Premio Europa Cinemas Label y Hearst Film Award), por su crudo y real relato de la trata de mujeres migrantes en Europa, con dos personajes nigerianos: Joy, a punto de saldar sus cuentas con su madam, y Precious, que no quiere pasar por el aro.
En clave de ficción, y fuera de concurso en sección oficial, la francesa Amin (Philippe Faucon) nos revela una realidad más que posible: la del migrante senegalés que emigra para buscarle una vida mejor a su mujer y tres hijos y encuentra el amor en la profunda soledad del migrante.
Siria y mujeres. Sara Fattahi se sume en el Chaos. Así se llama su película de no ficción sobre el conflicto bélico de Siria. Con el aval de haber ganado un Leopardo de Oro en el Festival de Locarno, Fattahi divide el foco en tres: una mujer que sigue bajo el peligro de las bombas en Damasco y dos que se enfrentan a la odisea de vivir en Austria y Suecia.
¿Y qué ocurre con las segundas (o terceras) generaciones, esas que ya han nacido en el país de destino? Es lo que cuenta Jean-Bernard Marlin en Shéhérazade, que ganó el prestigioso Jean Vigo, y que se adentra en la vida de los suburbios marselleses a través de Zachary y Shéhérezade, una joven pareja formada por un exconvicto y una prostituta.
La realidad, en fin, se abre paso entre fotograma y fotograma.