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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Cuando despertó, el resfriado todavía estaba allí

Viernes, 25 de octubre

20.47 h. Centauro llegando al Teatro Central. Vengo a ver lo último de Pablo Remón. Ganas de Remón, ganas de empezar la temporada en el Central.

21.05 h. Un tipo habla con otro tipo al que no vemos. La comunicación es circular y, al mismo tiempo, ambigua. Uno acaba de ser abandonado por su mujer, el otro sufre por la procesión de cabezudos de su pueblo. Luego, descubrimos que son dos hermanos y que hay un tercero que también anda por allí. Por allí es en algún lugar de La Mancha, en la casa del primo que vive en Madrid. Los tres hermanos se terminan metiendo unas rayas en el retrato de la abuela. Justo entonces, llega el primo madrileño, que ha sido portada de todos los periódicos por corrupción.

21.57 h. Me estoy riendo tela.

22.27 h. El final quiebra el humor en herida. Hay una conversación entre un padre (el primo, el mariachi, el político corrupto) y su hijo. En su deriva le dice a su hijo cosas que no debería decir ningún padre. Mi psicóloga diría que le está asegurando un sistema de apego dañado. Justo esa mezcla de egoísmo y generosidad en un mismo gesto explica mucho de lo que España fue y sigue siendo: gente de pueblo que se ha disfrazado de urbanita, que quieren enterrar lo que fueron; pero lo llevan en la sangre, en la mirada y los ademanes. Esa huida y el desprecio de eso que fueron, que fuimos, es una (parte de) la explicación de la corrupción endémica de este país.

Lunes, 28 de octubre

12.03 h. Estoy en la Fábrica de Artillería para ver la performance que culminará la confección del cartel de la próxima Bienal de Flamenco. Políticos y artistas, en esa extraña simbiosis de los lenguajes artísticos con prestigio de identitarios: ay, mis gitanos, os recibimos con alegría. Me presentan a la nueva Directora de Programas del ICAS, Getsemaní de Marcos. Le pregunto que cuánto lleva aquí, me dice que una semana. Entonces todavía le caerás bien a todo el mundo, le respondo. Medio sonríe. Ojalá le vaya bien y meta dos o tres cosicas en verea.

12.12 h. Se me ha ocurrido pensar que, ya que se ha montado este tinglado para una sola vez, se podían haber sorteado un puñado invitaciones entre personitas normales, a las que seguro que les haría mucha ilusión. Es populista sí, pero al menos habría diluido una mijita este microclima de elitismo de alcanfor, esta sensación de que los políticos y las mañanas han sustituido a los señoritos y la madrugada. Míralo, David. Es venir a estos sitios sin desayunar y nada más que ves lo negativo.

12.17 h. Aparecen Rocío y Lilita. Descuelgan el óleo que estaba en un bastidor y se acercan a dejarlo en el escenario. Rocío zapatea en los alrededores del lienzo. Cada vez tiene menos miedo al silencio y al vacío. Se me viene una palabra: post-virtuosismo. Se me viene una expresión: la bailaora dejó de buscar el ole del público, esa adrenalina, esa confirmación, y espera el ole interno. Un ole silencioso.

12.34 h. La bailaora y la artista ponen bocabajo el lienzo. Rocío zapatea sobre él, lo pliega intentando no interrumpir su danza. Yo quisiera verla suspender la danza para ir hacia esa performatividad que se promete, no ser la bailaora sino la rompeora. Se detiene. Yo no puedo evitar sentir que esta performance tiene algo de anacrónico, de remake del expresionismo abstracto.

12.55 h. Rocío y Lilita le dan la vuelta al lienzo y lo contemplan. Lilita no está contenta totalmente con el resultado y le indica a Rocío la zona por donde quiere que zapatee. Será porque no he desayunado, pero yo creo que una performance es una performance. Si te entregas al azar, aceptas su veredicto, no lo corriges. Eso sí, gracias a eso, me vivo el mejor momento de la pieza: la Molina con el rostro en el suelo, el óleo desquebrajado por sus tacones adherido a su cara. Hay algo carnal en ese momento, inevitable y, por tanto, real.  

13.03 h. Aparece por el fondo Juana la del Pipa y canta seguiriyas y remata por bulerías con el baile entregado y atento de la bailaora malagueña.

13.20 h. Lilita y Rocío nos cuentan. La pintora dice que el cartel tendrá dos partes: el lienzo intacto y después de la intervención de Rocío. Será así para, según ella, defender que el flamenco es tradición y modernidad. Para mí, decir estas dualidades es lo mismo que no decir nada. Me declaro queer de lo flamenco, cuestiono esta cosa binaria, no soy ni antigua ni moderna. Me voy a desayunar o a tomarme un brunch o un lo que sea.  

Martes, 29 de octubre

20.43 h. Con un resfriado de los de quiero dormir hasta que haya Gobierno, voy camino del Teatro Alameda a ver la nueva propuesta de Alberto Cortés que inaugura el Mes de danza.

21.07 h. Toso. Arranca Masacre en Nebraska con el patio de butacas hasta la corcha. La pieza tiene tres intérpretes fijos: Alberto, Andrea Quintana y Rebeca Carrera. En cada sitio que se representa incorpora, además, a voluntarios no profesionales como intérpretes y co-creadores. Vuelvo a toser.

 21.57 h. La obra es la reconstrucción de una supuesta pieza escénica que hizo historia en el teatro sevillano que es, en realidad, una combinación de recuerdos de obras emblemáticas de la escena contemporánea. Hay guasa y retranca. Tras la guasa, late un deseo de cuestionar esa jerarquía artística o, al menos, señala su peligro de paralizarnos, de convencernos de que es mejor que inventen ellos. Y no, nosotras también tenemos cosas que contar y maneras de hacerlo. Masacre en Nebraska es un dispositivo que trastoca el lugar de emisor y receptor en la comunicación escénica, la rigidez de esos roles.

22.07 h. Pienso que en la obra de Cortés están cada vez más presentes dos elementos: remezcla y pueblo. Esos dos vectores centran el discurrir de la obra, más allá de su contenido. Lo que se masacra aquí es el escenario como lugar en el que unos profesionales comunican una verdad al público. Pero el malagueño no se conforma con la destrucción. Tras ella, se reconstruye el teatro (esa vieja palabra que define a un edificio en que se junta la gente) como asamblea en la que todas somos protagonistas y todas tenemos que aportar.

22.35 h. Salgo corriendito del teatro casi sin decir adioses porque ya no aguanto más de pie. No voy a dormir hasta que haya Gobierno, que no quiero ser la nueva bella durmiente. Bueno, o fea durmiente, eso ya va en los gustos. Pero sí que voy a dormir hasta mañana. 

Los Mariachis. De PABLO REMÓN. Con LUIS BERMEJO, FRANCESCO CARRIL, EMILIO TOMÉ y FRANCISCO REYES. Fotografía: FLORA GONZÁLEZ VILLANUEVA.

Performance para la creación del cartel de la Bienal de Flamenco. LILITA CABALLUT, ROCÍO MOLINA Y JUANA LA DEL PIPA

Masacre en Nebraska. Con ALBERTO CORTÉS, ANDREA QUINTANA, REBECA CARRERA, ÁNGELA PANTOJA, CAROLINA JAÉN, CRISTINA MORENO, ESTHER DE LOS SANTOS, FRANCISCO CARRELLÁN, GLORIA GÓMEZ, JUANA GONZÁLEZ, MARÍA VICTORIA MADRID, TOMÁS A. CANDEA, VICENTE DÍAZ. Fotografía y vídeo: MARTÍN DE ARRIBA. Idea, dramaturgia y dirección: ALBERTO CORTÉS.