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El albergue de Málaga niega las duchas y el almuerzo de los domingos a los sin techo que no tengan plaza

Néstor Cenizo

15 de diciembre de 2021 20:52 h

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Hasta hace aproximadamente un mes, las personas que duermen al raso en Málaga podían acudir los domingos al albergue municipal, en el barrio de El Bulto, a almorzar y recoger una bolsita con algo para cenar. Para casi todos ellos era una ayuda vital, puesto que los comedores sociales de la ciudad cierran los domingos. Además, y aunque no tuvieran plaza, disponían de una tarjeta con la que podían entrar, ducharse a diario y lavar su ropa miércoles y viernes, algo imprescindible para mantener la higiene.

Ahora, todo eso ha cambiado. En el albergue ya no admiten a nadie que no tenga plaza. Ni para comer los domingos, ni para asearse a diario, aunque algunos (no todos) sí pueden todavía lavar su ropa. El Ayuntamiento lo confirma. Según Francisco Pomares, concejal de Derechos Sociales (trabajador social de formación), se trata tan solo de una “derivación” a otros espacios, ya sea al centro de Cruz Roja en La Palmilla y o a San Juan de Dios, en el Centro, ambos privados y concertados con el Ayuntamiento.

Este diario ha recabado las quejas de varios usuarios. Dicen que ahora tienen muy difícil comer el domingo o asearse dignamente. “La cantidad de criaturas que iban los domingos allí a comer… Ahora no pueden. ¿Qué genera eso? Delincuencia. Porque necesitas comida. Muchos pedirán, pero otros robarán”, dice una persona que duerme en la calle. Muchos se están duchando en la playa.

El concejal: “El albergue está mejor situado”

Hay unas 150 personas durmiendo en las calles de Málaga, según el concejal, si bien un reciente informe de Cáritas señaló que 763 personas fueron atendidas por la Unidad de Calle de Puerta Única del 1 de enero al 30 de septiembre. Muchas de las personas sin hogar duermen alrededor del centro de acogida, con capacidad para albergar a 96, y en algunos de estos puntos se han producido quejas por la supuesta inseguridad o suciedad que algunos generan. Un efecto de la supresión de servicios es la dispersión de estas personas por otras zonas de la ciudad.

Hasta ahora, suelen dormir en el Parque de Huelin, en el aparcamiento que hay junto a este último, junto a la estación de autobuses o, hasta hace poco, junto a la curva de las vías del tren del puerto. Desde estos lugares, llegar al albergue para asearse a diario es sencillo. Pero alcanzar La Palmilla, en el extremo norte de la ciudad, puede ser una tortura: está a una hora andando, a buen ritmo. Son unos doce kilómetros ida y vuelta desde el albergue, y muchos usuarios tienen problemas de movilidad, o cargan cada día con sus pertenencias por miedo a quedarse sin ellas. Además, son personas que suelen recorrer un trecho importante para llegar a los comedores.

“Hay gente que por circunstancias puede quejarse. Nos dicen: ”Es que no quiero ir a La Palmilla, que está muy lejos“. Pero la ducha será donde están los servicios. Si estás viviendo en la ciudad, no tienes nada que hacer y tienes que ducharte… Es más, estamos llevando y trayendo gente”, asegura Francisco Pomares, que argumenta que las quejas se explican porque el albergue está “mejor situado”. “Pero si tengo plazas en otro lado, vamos a derivar. La gente tiene que ser comprensiva”.

El pasado viernes, el concejal acudió a una reunión con entidades y asociaciones integradas en la Agrupación de Personas sin Hogar, en la que les explicó que el motivo de estos cambios es la saturación en el albergue, que derivaba en situaciones de tensión e inseguridad. Las entidades consultadas por este medio coinciden en que faltan recursos para atender a las personas sin hogar. También admiten que el albergue atendía por encima de su capacidad y con graves carencias, por lo que descongestionarlo puede ser “razonable”. Sin embargo, lamentan que no se hayan previsto alternativas idóneas ni se les informara previamente.

Un usuario: “Yo me busco la vida, pero otros no pueden”

La situación ha sido denunciada a este medio por distintos usuarios. “Hoy fui al albergue municipal a ducharme y me dicen que ya no puedo ducharme allí y que debo caminar hasta la Cruz Roja en La Palmilla donde solo podría ducharme un día en semana”, comienza una carta escrita por Alejandro Doña. “Yo por lo menos soy joven y estoy en buena forma física, pero hay gente anciana y minusválidos de todo tipo que no pueden pegarse esos tutes solo para poder ducharse”. La carta fue remitida al buzón de quejas del Ayuntamiento hace algunas semanas. También la envió por Facebook. En ningún caso obtuvo respuesta, según asegura.

El texto es una llamada de atención sobre la situación de las personas sin hogar en Málaga, en general, y sobre las consecuencias funestas de suprimir servicios esenciales para ellas, en particular. “Mientras tanto veo que se van gastando un dineral en decoraciones navideñas y otras cosas para los turistas, pero como siempre de los más desamparados no se acuerdan”, se lee. “Me obligan a elegir o no ducharme y sentirme más basura de lo que ya nos están haciendo sentirnos o si me quiero duchar tener que recorrer todos los días entre 8 o 12 kilómetros entre ida y vuelta dependiendo de donde duerma la persona y a todo esto sumarle unos pocos de kilómetros más para recoger la comida y sentirte ya no sólo como una basura sino como un perro”.

“Yo me busco la vida, pero otros no pueden”, protesta Doña, sentado en una cafetería. A primera vista, pocos dirían que este joven de 27 años, con el pelo atusado y su currículum envuelto en un plástico asomando de la mochila, no tiene una casa en la que dormir. Pero así es: casi desde que regresó de Alemania, hace ahora dos meses, duerme sobre el suelo de un local, propiedad de su primo.

Ya durmió en la calle durante un año, de marzo de 2020 a 2021. Nunca pide dinero: “Si tengo para comer y para lavarme, ¿para qué voy a pedir?”.

“Estar en la calle no significa que tengas que estar sucio”

En el camino a recoger su almuerzo a Santo Domingo, Doña tropieza con una pareja. Ella duerme en el albergue; él, “sobre una piedra en el parque de Huelin”. “Yo el domingo no como”, cuenta él, que pide preservar su identidad. Ella podría sacarle algo del comedor, pero no lo hace por miedo a ser sancionada con la expulsión.

“Lo que han hecho con las duchas y las comidas los domingos ha destrozado mucha gente, que antes podían estar aseados, podían ir a comer, tenían la lavandería. Pero estar en la calle no significa que tengas que estar sucio, porque hay lugares donde solucionarlo”, comenta el hombre.

En la cola del comedor, José Ramón Díaz, de mediana edad, gafas de sol, perfectamente aseado, bicicleta camuflada y equipada para pasar el día, explica que a él también le negaron comer en el albergue hace un par de domingos. “La persona que me atendió me dijo que ya le gustaría a ella tener una bici como la mía. ¿Y qué sabe de por qué tengo esta bici, de quién soy yo o de mi formación?”, se pregunta. “Que te nieguen la comida en un organismo público es lo último”, lamenta este madrileño, en la calle desde hace siete meses, según cuenta. La disciplina le salva de tener problemas con el aseo: “Yo me ducho en la playa”.

En los Jardines Picasso, donde hace unas semanas encontraron a un indigente muerto tras ser golpeado con saña en la cabeza, Juan Miguel y Touria cuentan que ellos también se lavan en las duchas de la playa. “El agua está helada”, dicen, mientras buscan una recacha donde secar la ropa que lavaron en el mar. Hace ya un par de días y temen que se les vaya a apulgarar. Llegaron de Ceuta hace diez días, y no lo dudan: “Lo peor de la calle es el frío”. 

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