Han dejado de escucharse los ecos del ruido de bombas sobre Gaza, pero los lamentos de los palestinos siguen oyéndose poco. La agencia de la ONU para los refugiados de Palestina (UNRWA) declaró el jueves el estado de emergencia en la franja, donde las lluvias son más dañinas, como lo es el frío, porque la destrucción sembrada por la operación que Israel ejecutó el pasado verano acabó con viviendas e infraestructuras. Los bombardeos de Israel mataron a más de 2.200 palestinos. “El bloqueo mata mucho más”, asegura Manu Pineda, el activista malagueño que pasó julio y agosto bajo las bombas, como escudo humano, ayudando a evacuar a los heridos, a veces localizando a los muertos bajo los escombros. “El objetivo es que esto no se olvide”, resalta. El sábado se celebró el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, declarado por la ONU. 2014 es el Año Internacional de la misma causa.
Aquel que lo desee tiene muchas formas de solidarizarse con los palestinos. Pineda eligió conducir ambulancias en Gaza, documentar el dolor y, cuando no caen bombas, proteger como escudo humano a los campesinos y pescadores tiroteados por los israelíes. Lo hace a través de Unadikum, una asociación que, insiste, no recibe ayuda de nadie, “porque no la pedimos”. Lleva por bandera su independencia, y pasa ocho o nueve meses al año en Gaza, según explica, sacrificando dinero y parte de su vida personal y familiar en Málaga. “Las primeras veces la gente me hacía una despedida en la estación como si me hubiera muerto. Hay mucha gente que me tiene por loco, pero yo hago lo que considero que tengo que hacer”.
Pineda tendría que haber regresado a España el 15 de julio, pero canceló el billete porque tenía la sensación de que iba “a pasar algo”. El 8 de julio comenzaron los bombardeos de Israel sobre Gaza. Fue testigo directo de la destrucción de seis hospitales, cuyo nombre recita, y estaba allí cuando comenzaron los bombardeos sobre el Hospital de Wafa, el 17 de julio. “El primer aviso fue meter nueve misiles con drones, que destruyeron una pequeña parte del hospital”. Al día siguiente, con 17 pacientes en el centro, la mayoría en coma según se contó entonces y Pineda ratifica, Israel bombardeó desde tanques y drones: “Avisaron a las 20.45 y a las 21.00 estaban bombardeando”.
Entonces fue el caos: “Tuvimos que evacuar a los enfermos en muy malas condiciones, desenchufar las máquinas de mala manera, y alguno seguro que murió en el camino. Gente en ese estado, evacuarlos en medio del humo y los escombros, meterlos en una sábano, bajarlos por las escaleras…”. El activista malagueño insiste en que Israel comenzó el ataque cuando los enfermos y él mismo aún estaban en el hospital, y que la evacuación se produjo “bajo las bombas”. El director del hospital negó que Hamas usara el centro como depósito de armas, como alegó Israel.
Manu Pineda es comunista y así lo dice. En su casa, una gran imagen de Novecento domina el comedor. Cuando está en España, monta los vídeos que grabó durante las masacres “para que la gente tenga una idea de lo que hay” y difunde las atrocidades que vivió durante el verano. En el curso de la entrevista, muestra imágenes de dureza extrema. “Estábamos desenterrando a una familia y cayó una bomba cerca de nosotros. Vi que venía gente, entre ellos un padre con su niño con el pie colgando del pellejo. El niño murió en la ambulancia. Vimos cómo se moría porque se le salían los intestinos de la barriga. Valeria [una compañera] le tapó la cara para que no se viera. Son cosas para las que uno no está preparado”.
“Cuando les dicen ”ya podéis volver a casa“, ¿a qué casa van a volver?”
La operación militar israelí finalizó el 26 de agosto. El día después, los palestinos estaban bloqueados en un territorio ocupado y bombardeado. Manu Pineda explica que es habitual que los palestinos inviertan casi todo lo que tienen en una casa, a la que irán mejorando poco a poco, y que perderla es perder los ahorros de una vida. “Cuando les dicen ”ya podéis volver a casa“, ¿a qué casa van a volver? Yo conocía bien Beit Hanour, he vivido allí, y me perdí. La casa donde había vivido, no la encontré”. Los gazatíes se convierten en nómadas: “Cuando empezaban a bombardear, agarraban su colchoneta y se iban a otro lado, buscando una esquina”. Los bombardeos israelíes provocaron el desplazamiento de casi medio millón de palestinos y destruyeron o dañaron 100.000 casas, según un informe de Amnistía Internacional publicado en noviembre, titulado Familias bajo los escombros. AI elaboró el documento a partir de relatos oculares de testigos porque Israel le impide entrar en la Franja de Gaza.
El bloqueo mata más que una guerra, explica Pineda. La única central eléctrica de Gaza fue destruida el 29 de julio. Los gazatíes no pueden salir de la franja, donde el sistema sanitario es muy precario, para recibir tratamiento médico. “Ya no te digo los que mueren por falta de medicamentos, de alimentos, por falta de carburantes… ¿Cómo se pone número a eso?”, se pregunta. Luego explica que muchos activistas llevan decenas de kilos de medicinas en sus maletas.
Pineda cree que los palestinos han forjado un carácter especial, de resistencia, y cuenta dos anécdotas que lo ilustran. La primera, sobre su primera noche en Gaza. Relata que cenando con una familia, escuchó la primera bomba y, sobresaltado, levantó los ojos del plato: “La familia ni movió la cara. Les dije: ”¿Eso es una bomba o me lo ha parecido?“ Y me dijeron: ”Esa no era para nosotros“”. La segunda historia la protagoniza un hombre a quien destruyeron su casa. Ese hombre vio un hueco entre los escombros y allí metió la mano, en busca de ropa que recuperar. Pineda lo estaba grabando. “Pero él no quería aparecer como alguien que diera lástima, así que se volvió, sonrió e hizo el símbolo de la victoria”. “En gestos como esos te das cuenta de que los israelíes nunca van a ganar. Los palestinos tienen asumido que lo que les espera en esta vida es resistir”. Él dice que resistirá con ellos: “Creas unos lazos personales, te consideras parte de su familia, y no encuentras el momento de irte”.
Durante los pasados 28 y 29 de noviembre se celebró en Málaga la segunda edición de las Jornadas de Debate sobre Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) contra el Apartheid Israelí, organizadas por la Asociación Al Quds y la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Teresa Aranguren, que cubrió la invasión de Israel sobre Líbano de 1981, la guerra Irán-Irak o la guerra del Golfo, entre otros conflictos (actualmente es miembro del Consejo de Administración de RTVE), protagonizó una charla acerca del papel de los medios de comunicación en la ocupación israelí.
Pineda lamenta que “antes de que le pongan un nombre a la operación no hay guerra”, pese a que los muertos se cuenten por decenas. “Y solo sale en prensa cuando los muertos son centenares”. Sin embargo, para Aranguren los problemas no son de presencia mediática: “Esta es probablemente la cuestión internacional que más aparece, pero eso no conlleva un conocimiento más profundo. Si preguntamos en la calle sobre el conflicto nos contestarán de dos formas: ”Eso no hay quien lo entienda“ o ”Eso no tiene arreglo“”.
Para Aranguren, el desconocimiento y la confusión tienen otros orígenes. El primero, un relato histórico construido sobre mentiras y medias verdades, a partir de un texto que los occidentales consideran propio (la Biblia) y desde una óptica europea, frente a la mirada musulmana, que es el “otro” en nuestra cultura. “Si el periodista no se prepara, verá aquello que está preparado para ver. En la percepción de los palestinos siempre ha faltado el elemento de la empatía. Partimos de la percepción de que los israelíes somos nosotros, de que es nuestro mundo”.
Otro error frecuente es asimilar “objetividad” (un valor deseable en el periodismo) a “equidistancia”, una de sus “grandes trampas”. Explica Aranguren que es posible pasar una semana en Jerusalén sin enterarse de lo que ocurre a 10 kilómetros porque “la maquinaria propagandística de Israel es muy eficaz”. Tampoco ayuda que el relato se construya desde cero a partir de cada bombardeo, lo que evita percibir que lo ocurre en Palestina es un continuo: “Se transmite que es una zona en la que de vez en cuando se vuelven locos, y a veces basta una frase para contextualizar: ”…refugiados, que fueron expulsados de sus casas en 1948“”.
Hay más escollos para el buen periodismo: asumir el lenguaje de Israel (“asentamientos ilegales, como si los hubiese legales”; las últimas operaciones militares son “Pilar defensivo” y “Margen protector”) por encima de la terminología validada por la ONU y el derecho internacional; la amenaza latente de las acusaciones de antisemitismo; y asumir con naturalidad lo que es anormal. “¡Qué pocas crónicas hay de la construcción del muro! ¡O de lo que tienen que hacer los escolares para llegar a su colegio!”. El periodista entra en una dinámica en la que la ocupación es lo normal, en la que es normal “esperar dos horas en un checkpoint”. Por eso, Aranguren concluyó llamando a los periodistas a transmitir “la realidad de la ocupación”: “Lo que ocurre cuando no pasa nada”.