En 2003 el sociólogo Enrique Gil Calvo publicaba su libro El miedo es el mensaje. Un ensayo, inspirado en las ideas de Ulrich Beck, en el que se aborda la incertidumbre ante un mundo en cambio impactado por la entonces novedosa idea de Globalización y el papel que juegan en ella los medios de comunicación como multiplicadores de la ansiedad ciudadana. Una ansiedad que la mayor parte de las veces se traduce en miedo a lo que pueda venir y que se difunde de forma similar a una epidemia. Los pequeños focos de fobias al cambio se van expandiendo gracias a una sociedad atemorizada y en estado de shock ante la inmensidad de las novedades y sus efectos no siempre positivos que sufre la ciudadanía.
Trece años después, esta propuesta puede ser una buena referencia para entender lo que ha pasado en 2016. Hemos visto con incredulidad cómo los miedos y la frustración de buena parte de la población eran catalizados en propuestas políticas que generan nuevas preocupaciones. La presidencia de Trump en Estados Unidos y el proceso del Brexit han dejado claro que, cuando grandes capas de la población pagan la factura de una crisis de modelo económico como la que vivimos, su frustración puede ser canalizada hacia cualquier cosa que sirva como chivo expiatorio; y así, en ambos procesos, las personas migrantes han sido puestas como responsables de los males de la población autóctona y la precarización de su empleo.
Afrontamos un 2017 en el que Francia primero y Alemania después van a someterse a la misma prueba en sendas elecciones presidenciales. En columnas de prensa y tertulias televisivas no deja de hablarse de la preocupación que genera una posible victoria de la ultraderecha y su discurso antieuropeo, basado en la supuesta pureza de las identidades nacionales y defensor de la endogamia xenófoba. Estamos pues ante el peligro de pasar de la epidemia a la pandemia.
Pensar que la xenofobia y el nacionalismo se instalen en los gobiernos de los cuatro países que lideran la política occidental resulta un escenario terrible. Más aún si se comprende que esto sería gracias a los votos de millones de ciudadanos y ciudadanas convencidos de estar buscando soluciones.
Soluciones alternativas
Quienes apostamos por la convivencia, por defender la libertad del ser humano para buscar una vida digna allí donde pueda, y en general por reconocer en el mundo del siglo XXI la realidad histórica de la interdependencia global de todas las personas que vivimos en el planeta, necesitamos soluciones alternativas a estas propuestas retrógradas y endogámicas.
Es evidente que en muchos países occidentales la población ha visto devaluarse su calidad de vida. Las soluciones deben responder de forma convincente a esta realidad. Sin medidas sociales, recuperación de empleo de calidad y desarrollo social amplio resulta imposible conjurar el ascenso de la ultraderecha.
De forma complementaria es urgente que los representantes públicos, con la ayuda de los medios de comunicación, construyan un discurso social basado en la aceptación de un nuevo modelo de ciudadanía. Ha pasado a la historia la estabilidad residencial. Si desde los años sesenta se cambiaba el pueblo por la ciudad, ahora se cambia el país de nacimiento por aquel donde encuentro posibilidades de trabajo. Como le ocurre a España, cada vez cuesta más diferenciar si un país es emisor o receptor de población porque en un mundo globalizado las posibilidades de desarrollo personal y laboral no están vinculadas al rincón en el que cada uno ha nacido. Cada vez más pertenecemos a los territorios en los que sentimos que vamos a vivir en el futuro y no a los lugares en los que hemos crecido al principio de nuestras vidas.
La xenofobia política se contrarrestará únicamente con sociedades más inclusivas y desarrollo social para todos y todas. 2017 puede ser la confirmación de esta idea por su demostración práctica o bien por los nefastos efectos de su ausencia. Nuestro trabajo es lograr lo primero.
En 2003 el sociólogo Enrique Gil Calvo publicaba su libro El miedo es el mensaje. Un ensayo, inspirado en las ideas de Ulrich Beck, en el que se aborda la incertidumbre ante un mundo en cambio impactado por la entonces novedosa idea de Globalización y el papel que juegan en ella los medios de comunicación como multiplicadores de la ansiedad ciudadana. Una ansiedad que la mayor parte de las veces se traduce en miedo a lo que pueda venir y que se difunde de forma similar a una epidemia. Los pequeños focos de fobias al cambio se van expandiendo gracias a una sociedad atemorizada y en estado de shock ante la inmensidad de las novedades y sus efectos no siempre positivos que sufre la ciudadanía.
Trece años después, esta propuesta puede ser una buena referencia para entender lo que ha pasado en 2016. Hemos visto con incredulidad cómo los miedos y la frustración de buena parte de la población eran catalizados en propuestas políticas que generan nuevas preocupaciones. La presidencia de Trump en Estados Unidos y el proceso del Brexit han dejado claro que, cuando grandes capas de la población pagan la factura de una crisis de modelo económico como la que vivimos, su frustración puede ser canalizada hacia cualquier cosa que sirva como chivo expiatorio; y así, en ambos procesos, las personas migrantes han sido puestas como responsables de los males de la población autóctona y la precarización de su empleo.